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Leila Slimani: “La maternidad es una cuestión política”
La autora franco-marroquí presenta en Madrid Canción dulce, un drama social sobre la maternidad con el que ganó el último premio Goncourt.
¿Cómo mantener el interés del lector en una historia de la que ya conoce el final? Según Leonardo Padura, que contó en El hombre que amaba a los perros el asesinato de Trotski, esto se consigue usando con habilidad el tempo narrativo, narrando la historia lentamente, dilatando cada acción de los protagonistas. Porque el lector quiere llegar al territorio conocido y el autor debe ponerle obstáculos para llegar ahí. Leila Slimani (Rabat, 1981) sigue un procedimiento análogo en Canción dulce, novela ganadora del último premio Goncourt. Las primeras frases son un puñetazo: “El bebé ha muerto. Bastaron unos pocos segundos. El médico aseguró que no había sufrido”. El lector, aturdido, necesita leer hasta el final para saber cómo se llegó a ese punto, cómo se fraguó la tragedia. Slimani utiliza un estilo seco y sin florituras para contar en esta novela (editada en castellano por Cabaret Voltaire) la pesadilla de una niñera que pierde la razón. Pero su drama no se limita a hacer un relato psicológico de la asesina sino que abunda en temas habitualmente ausentes en la literatura por estar ésta abrumadoramente dominada por los hombres: la maternidad, la carnalidad relacionada con el embarazo y con la crianza de los hijos, la profesión de cuidadora, ejercida siempre por mujeres invisibles y marcada por su estrato social… Slimani habla de mujeres, de la igualdad de sexos y de la lucha de clases.
“Lo que la sociedad impone a un padre y a una madre son cosas diferentes”, contaba este jueves en la presentación de su novela en el Institut Français de Madrid. “Cuando yo me voy de viaje y dejo a mis dos hijos a cargo de su padre, mi madre siempre me dice: ‘Ah, pobres niños, los dejas solos’. Pero no están solos, están con su padre. ¡Y eso que mi madre está a favor de la igualdad! Cuando mi marido se va de viaje le dicen: ‘Ay, pobre, no ves a tus hijos. Trabajas demasiado’. Está claro que las obligaciones culturales no son las mismas”.
Slimani conversó con la autora Laura Freixas sobre “cómo algunas escritoras, como Virginia Woolf o Simone de Beauvoir, renunciaron a la maternidad para demostrar que ellas no eran sólo cuerpos sino que también tenían cerebros admirables. Y tuvieron que elegir otros temas más elevados, como el amor de pareja o la guerra, para ser tomadas en serio”. La maternidad siempre fue un tema indigno recluido en los programas de telerrealidad, las páginas de las revistas femeninas o los libros de autoayuda, “no hay tradición artística o intelectual en torno a él”. Por eso Slimani se siente especialmente satisfecha del premio recibido por Canción dulce, porque su temática se sale de la norma: “Tengo la impresión de que el mundo de la niñez es como el de los ancianos. Es un mundo de pañales, de mocos, de alimentación asistida. El cuerpo del bebé, como el de las personas muy mayores, no es autónomo, hay una relación de dependencia, y en nuestra sociedad la dependencia está terriblemente mal vista. Somos individualistas y nuestro cuerpo tiene que ser independiente. Yo tenía ganas de poner al lector frente a estas historias de bebés, en las que hay pipí, caca, vómitos, cosas asquerosas para nuestra sociedad”. Y lo hace, además, hablando de eso que los ingleses llaman el elefante en la habitación, el tema evidente que nadie quiere abordar: la ambigua felicidad de la maternidad. “Siempre te dicen que es la cosa más maravillosa que existe”, explica la autora. “Luego eres madre y, cuando pasas por momentos de angustia o de tristeza, cuando tienes ganas de ser otra cosa, de ser algo más que madre, no te atreves a decirlo. Tienes la sensación de que vas a romper una especie de contrato tácito. Escondemos nuestro dolor. En la novela quería desvelar esos secretos de la maternidad y decir que, a veces, cuando una es madre, además de felicidad pues también siente terror o melancolía, sentimientos mucho más complejos hacia estos niños que los que nos cuentan habitualmente”.
Slimani siempre se ha destacado por su marcado perfil feminista, una cualidad que muchos han encontrado incongruente con su origen (árabe) y su educación (musulmana). Ella intenta no reparar en esos prejuicios. Su postura, moral y política, ha sido huir siempre del esencialismo, ese reduccionismo que conduce a definir a la persona en su totalidad atendiendo a una sola de sus características. En el caso de los musulmanes, su religión. “Soy escritora”, protesta. “No tengo por qué hablar siempre de lo mismo, de la reducción de la mujer musulmana a su papel de víctima, que es lo que siempre se me pide. Se me reprocha que mis personajes no sean árabes o no sean musulmanes, pero yo escribo de lo que quiero. El hecho de que yo sea árabe no significa que no tenga acceso a lo universal. Yo digo lo que pienso y soy algo más que una mujer educada en el islam. Por supuesto, a veces me insultan, me agreden, me amenazan, y siento miedo por mí y por mi hijos. Pero sigo diciendo lo que pienso con una sonrisa y con mucha calma”.
Sus libros, de hecho, se venden muy bien en Marruecos, su país natal, lo que rompe otro de los mitos fabricados en Europa, el de una sociedad árabe reprimida, culturalmente cerrada al exterior y sojuzgada por el islam. “Mi anterior libro, Dans le jardin de l’ogre, trataba el tema de la adicción sexual femenina y lo hacía de forma muy cruda. Vendió 15.000 ejemplares en Marruecos, que es una cifra enorme teniendo en cuenta que el mercado del libro allí es muy pequeño. Es cierto que el libro es un objeto reservado a una parte muy específica de la población, y más aún si se trata de libros en francés, pero por eso mismo no hay censura. En torno a ese libro hubo debates muy apasionados pero no hubo ninguna dificultad para su distribución. En mis dos novelas hay personajes que tienen dos caras: una pública y otra en la intimidad. Y creo que en las sociedades magrebíes eso es algo que la gente puede entender muy bien. Allí la presión social es muy fuerte, hay que dar buena imagen, y quizás por eso han sido tan bien recibidas por los lectores marroquíes. Cada sociedad ve en mis libros algo diferente con lo que interesarse”.
En Europa, la lectura que se hace de Canción dulce es fundamentalmente social. La niñera protagonista es una mujer invisible, olvidada, despreciada y con problemas mentales que, finalmente, comete un acto monstruoso. “Las profesiones en las que se cuida a los ancianos y a los bebés son profesiones ocultas”, explica Slimani. “Esas mujeres están en nuestro espacio público pero no se las ve, porque queremos que ese periodo pase. Queremos que los bebés crezcan y sean niños. Y sabemos que los ancianos morirán pronto. No son estados permanentes y hay una especie de impaciencia para que terminen”. Y para que esas mujeres desaparezcan de nuestras vidas. Paradójicamente, el oficio de niñera “es una de las pocas actividades asalariadas que se basan en la relación afectiva. Lo que se le pide a las niñeras es querer a los niños, que sean maternales, tiernas, cariñosas. Se les elige para que sean una segunda madre, pero tampoco demasiado. No pueden ser iguales a la madre. Es algo muy complejo, hay una confusión de sentimientos muy interesante”.
En su libro, quien recibe el mayor impacto cuando se sumerge en los usos y costumbres de la burguesía son los niños. En la novela, la hija de la niñera se da cuenta muy rápidamente de que no es bien recibida por los empleadores de su madre. Y esto ocurre incluso entre las familias burguesas más progresistas. No quieren discriminar, pero lo hacen. “Lo he visto muchas veces en Marruecos. He oído decir que es mejor que la hija de la criada no venga para que no vea todo lo que no puede tener, los juguetes, la piscina… Es terrible. Sentir la diferencia social cuando eres niña es algo muy violento”.
Otro de los temas favoritos de Slimani es la carnalidad y la transformación del cuerpo de la mujer en objeto. “Cuando estás embarazada —explica— tu cuerpo pertenece a todo el mundo. Te tocan la barriga y se atreven a decirte por la forma si será niño o niña. Te hablan de tu aspecto, de si es bueno o malo. Te dicen lo que debes hacer, lo que debes comer, ¡incluso los desconocidos! Tu cuerpo es casi público, todo el mundo opina sobre él. Y de igual forma, cuando cuidas a un niño tienes una relación muy íntima con su cuerpo. En el olor de los bebés hay algo muy animal. El parto también es algo muy violento. Y quería hablar de esa relación del cuerpo con la animalidad”.
Pero Slimani no se limita hablar de la maternidad desde el ámbito íntimo. Como feminista, siente la necesidad de abordar su vertiente social: “Hubo una época en la que el feminismo despreció la maternidad. Se fue muy lejos en ese discurso y se llegó a hablar de no tener hijos. Se decía que la maternidad no permite a las mujeres ser libres. Hoy creo que las feministas estamos intentando encontrar un punto medio. La maternidad es una cuestión política, en realidad. Deberíamos hacer una reflexión política sobre el hecho de ser madre. ¿Cómo podemos ser madres y, a la vez, trabajar, tener una vida social, compartir las tareas domésticas…? Pero claro, ningún político hombre quiere hablar de compartir las tareas domésticas. No es un tema muy glamuroso, no es interesante, y sin embargo es un tema esencial. Desde el punto de vista económico y sociológico, esto determina la vida de muchas mujeres. Muchas de ellas tienen que renunciar a trabajar porque no pueden pagar la guardería o a una niñera. De eso no se habla en el debate político, o se habla muy poco”.
Se rebela, además, contra “encerrar el feminismo en esos discursos en los que ser feminista significa ser como los hombres y ejercer el poder como ellos. Y nos ponen como ejemplos a Margaret Thatcher o Angela Merkel. Para mí no son un modelo. Es una pena que la revolución feminista no sea una revolución total. Creo que hay que cambiar totalmente la manera de ejercer el poder y las relaciones sociales. Para mí no es un fin sentarme en un despacho, fumar puros y ganar mucho dinero. Eso no es la igualdad”.
Slimani se siente muy orgullosa de su premio Goncourt pero no por ella, sino por lo que significa: “Hace 10 o 15 años no se hubiera premiado este libro porque no habla de un asunto elevado. Se hubiera dicho que es ‘un libro para mujeres’. Lo que quiero es que estas cuestiones cotidianas se consideren como universales y que también se vea su nobleza desde el punto de vista literario. Creo que es muy importante señalar el lugar que ocupan las mujeres en la literatura, tanto las escritoras como las lectoras. El 80% de las personas que compran novelas son mujeres, ellas hacen posible la literatura. Sin ellas no habría novelas. Grandes personajes de la literatura, como Ana Karenina o Emma Bovary, son mujeres que leen. Y esto es importante, porque las mujeres que leen son mujeres peligrosas”.