Internacional | Opinión | OTRAS NOTICIAS
Liturgia fascista de Erdogan en Washington
Las agresiones y autoritarismo de los guardaespaldas del presidente turco Erdogan en Washington evidencian de nuevo la espina dorsal del fascismo.
Tarde del 16 de mayo en Dupont Circle, el barrio de las embajadas de Washington DC. Miembros de la comunidad kurda se concentran en Sheridan Circle, una rotonda justo en frente de la residencia oficial del embajador de Turquía en Estados Unidos. Esperan la llegada del presidente del país, Recep Tayyip Erdogan, que viene de reunirse con Donald Trump en un amistoso encuentro en la Casa Blanca. Decenas de guardaespaldas rodean el vehículo del mandatario turco mientras los manifestantes cantan consignas contra el presidente a un centenar de metros de distancia.
De repente, de forma coordinada, un grupo de turcos favorables a Erdogan y algunos elementos de su equipo de seguridad arremeten con brutalidad contra los kurdos y algunos de sus simpatizantes. La violencia es extrema. Un guardaespaldas estrangula por momentos a una mujer mientras esta intenta zafarse de su agresor. Guardias trajeados arrollan a un hombre que lleva un megáfono y le propinan varias patadas en la espalda y en la cabeza hasta que acaba con el rostro hinchado y ensangrentado. La policía municipal de Washington intenta interceder y uno de sus agentes es agredido por los oficiales turcos. Aun así, la intervención de contención policial es providencial para evitar que los más exaltados se ceben con los heridos. Después del asalto, nueve personas son ingresadas en el hospital.
«Hoy he experimentado de primera mano hasta dónde llega la brutalidad del fascismo turco. […] Un guardia de seguridad me ha cogido. Me ha estrangulado y bloqueado la cabeza hasta reventarme una vaso sanguíneo del ojo. Me agarraba y me decía que me mataría. Milagrosamente un hombre que pasaba en coche me ha ayudada a entrar en su vehículo. Este hombre me ha salvado la vida». Así narra la agresión de la que fue víctima Ceren Borazan, una estudiante kurda nacida en Turquía hace 26 años y que reside en Washington, quien participó en la manifestación.
Borazan explica que después de este episodio se siente muy dolorida físicamente y relata la pesadilla que está viviendo. «Temo por mi vida. Desde que ha pasado esto y mi foto ha salido por todos los medios, recibo muchísimas amenazas de muerte. Me dicen que conocen mi dirección. Que saben dónde vive mi familia. Tengo miedo de volver a Turquía pero también tengo miedo aquí, en Estados Unidos», confiesa con la voz entrecortada. «Para ellos, todos los kurdos somos terroristas. Yo sólo estaba allí por la defensa de la democracia y de los derechos humanos», añade.
En un análisis de los audios que contienen las grabaciones del momento de la agresión, realizado por el medio estadounidense The Daily Caller, se llega a la conclusión de que fue el mismo Erdogan quien ordenó la segunda carga, la más brutal. Según este estudio, en la escena se puede escuchar que algunos guardias dicen «ha dicho que ataquemos», segundos antes del inicio de la acción. En un vídeo se ve de forma evidente como un jefe de seguridad consulta a Erdogan, que se encuentra dentro de su vehículo oficial, y como, casi inmediatamente, da la orden de actuar a los hombres que finalmente agreden a los allí congregados. Erdogan sale del coche y durante medio minuto mira la acción impasible hasta que, finalmente, entra en la residencia del embajador turco.
La escena fue tan escandalosa que incluso la policía de Washington organizó una rueda prensa para denunciar lo acontecido, apuntando que los guardias de seguridad tienen visa diplomática, algo que impide que se pueda hacer justicia con aquellos involucrados en las palizas del pasado martes. Hasta el senador republicano John McCain condenó los hechos en Twitter: «Esto son los Estados Unidos de América. Nosotros no hacemos esto aquí». Por su parte, Donald Trump, tan dado a los comentarios sobre la actualidad política en las redes sociales, ha optado por el silencio, algo que ha enfadado a las víctimas.
Acostumbrados a una extrema derecha europea que en los últimos años ha intentado maquillar su carácter esencialmente violento con el fin de ganar apoyo popular y situarse en las instituciones democráticas, la liturgia autoritaria de los guardaespaldas de Erdogan evidencia de nuevo la espina dorsal del fascismo. La limpieza interna mediante métodos violentos es una de las características de un Estado fascista, en el que se normaliza la persecución social, policial y judicial de los considerados enemigos.
Después de la demostración de la soldadesca de Erdogan en el corazón político de Estados Unidos, nadie debe dudar ya del carácter fascista del gobierno turco. Erdogan se vio reforzado por el fallido golpe de Estado del 15 de julio de 2016, momento que aprovechó para intensificar la purga. Si las autoridades turcas son capaces de asaltar brutalmente a manifestantes pacíficos en Washington, ¿qué no harán en el interior de las cárceles en Turquía? Amnistía Internacional (AI) ya ha denunciado en repetidas ocasiones el incremento de las torturas en centros de detención turcos desde el pasado verano y el Consejo por la Prevención de la Tortura del Consejo de Europa realizó un informe que Erdogan se negó a publicar.
El fascismo en Turquía se ve alentado por el silencio europeo. En juego está el acuerdo en materia de refugiados que firmaron en marzo del año pasado la Unión Europea y el gobierno turco, para garantizar las devoluciones de migrantes sirios que llegasen a Grecia desde Turquía. Si bien este acuerdo bilateral ha reducido el tráfico de personas a través de la ruta más mortal, las condiciones de vida de los refugiados sirios en territorio turco son, a menudo, infrahumanas.
Según AI, «la mayoría de la población refugiada siria infantil no tiene acceso a la educación, y la mayoría de la población refugiada siria adulta no tiene acceso a un empleo legal». A pesar de esta realidad, la Unión Europea entiende que Turquía es su mayor aliado para acabar con la presión migratoria en sus fronteras. Europa calla a cambio de una solución temporal para el problema de los refugiados. Con la Unión Europea a sus pies y con la aprobación de Donald Trump por su lucha común contra Estado Islámico, Erdogan ha entendido el mensaje. El fascismo en Turquía tiene carta blanca.