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Si no te gusta cómo soy… ‘Déjame salir’

Este viernes se estrena 'Déjame salir', el debut como director del afroamericano Jordan Peele, quien despliega con maestría todos los códigos del cine terror para hablar de la domesticación de los elementos inestables de la sociedad.

Fotograma de 'Déjame salir'.

En el cuento de Julio Cortázar Ómnibus, Clara y otro pasajero son reprobados por el resto del pasaje del autobús en el que viajan porque no llevan, como ellos, un ramo de flores. La línea tiene una parada en el cementerio de Chacarita y todos los ocupantes van perfectamente equipados con su manojo bajo el brazo. Pero ellos no. Esto provoca miradas fijas y sancionadoras. Todos se giran para escrutarlos con insolencia. El conductor, incluso, deja su asiento cuando el semáforo está en rojo y se lanza hacia ellos con intención de agredirlos. Cortázar estira la tensión y explota de forma genial una situación surrealista e inquietante. El desasosiego se apodera del lector y sólo remitirá cuando compruebe que los protagonistas escapan del ómnibus saltando de él casi en marcha. Después de la lección recibida, la pareja se apresura a comprar unos ramos de flores. No quieren más líos. Si esa es la forma de encajar, pasarán por el aro.

El afromericano Jordan Peele utiliza los mismos mimbres en su debut como director, Déjame salir, cinta de terror que llega este viernes a nuestras pantallas. La historia comienza cuando Chris, un chico negro, huérfano y de clase baja, visita a los a padres de su novia blanca. Todo parece perfecto en los primeros momentos: sus futuros suegros son progresistas, amables y votantes de Obama. No parecen tener ningún problema con su raza. Además, son ricos. Él es neurocirujano y ella, una psicoanalista especialista en terapias con hipnosis. Pero hay algo inquietante en la mansión campestre en la que le reciben: todos los sirvientes son negros y se comportan de una manera muy rara. Son sumisos, serviciales, sonrientes y muy poco naturales. ¿Por qué? Chris pasará en pocas horas de la incomodidad a la angustia. Y de ahí a la peor de las pesadillas.

Déjame salir demuestra una vez más la maravillosa capacidad del cine de género para la parábola política. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), una metáfora del totalitarismo que puede ser reivindicada, tanto a derecha como a izquierda, por radicales enemigos ideológicos. Su excelencia radica precisamente en su ambigüedad. ¿De qué hablaba Siegel? ¿Del macarthismo y su intención de cortar a todos los patriotas por el mismo patrón y extirpar a los malos americanos? ¿Del comunismo soviético, de su alergia a la libertad de pensamiento y su tendencia a la uniformidad? ¿Qué representaban esos alienígenas que clonaban a los humanos para ocupar su lugar en la Tierra.

Por resumir, tanto Cortázar, como Siegel, como la extraordinaria película de Peele hablan de lo mismo: no saques los pies del tiesto. El problema de los suegros de Chris no es que él sea negro. Se puede ser negro, siempre que seas el negro que la sociedad blanca espera que seas. Chris es un negro al que su sensibilidad artística y sus cualidades como fotógrafo pueden sacar del gueto. Es un potencial usuario del ascensor social, y esto siempre es sospechoso. No encaja en el perfil de tío Tom, el esclavo gracioso, complaciente y dócil.

¿Cómo debe ser un buen negro? Desde luego no como Malcolm X. No como James Baldwin. No como Muhammad Ali. Recuerden su negativa a ir a la guerra de Vietnam: «¿Por qué me piden que me ponga un uniforme y vaya a 15.000 kilómetros de casa para disparar y bombardear a la gente morena de Vietnam mientras los negros de Louisville son tratados como perros y se les priva de los más elementales derechos humanos?». Una actitud que resumió en su célebre «no tengo nada contra los vietnamitas. Ningún vietnamita me ha llamado nunca negrata». Por cierto, otra cumbre del cine de género, La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968), era, a su vez, una alegoría sobre la intervención americana en Vietnam.

La metáfora de Déjame salir es tan potente que alcanza a todos los sectores ‘desobedientes’ de nuestra sociedad ¿Cómo debe ser un buen judío? ¿Cómo será admitido en la comunidad? Desde luego no escribiendo las cosas que escribía Hannah Arendt. ¿Y una buena musulmana? Pues haciendo todo lo contrario de lo que hace Amina Tyler. ¿Cómo debe ser una buena mujer? Pues no debe hablar mucho, debe vestirse de una determinada manera, tener un buen cuerpo, estar siempre dispuesta para el sexo (dentro de una pareja estable, claro, porque si no la llamarán puta), dejarse controlar, no tener espacios de intimidad, ser capaz de criar sola a sus hijos, cocinar bien, ser poco conflictiva en el trabajo y no pedir un sueldo igual al de sus compañeros hombres.

Sigamos: ¿se puede ser abiertamente homosexual en una sociedad heteropatricarcal? ¡Por supuesto que sí! Siempre que seas el homosexual que ellos quieren que seas: conservador, viril, casado, con cuerpo de gimnasio, barba cuidada, ropa fina, coche, hipoteca y una cartera lo suficientemente voluminosa como para arrendar úteros. Esto último, el dinero, es lo más importante. Casi tanto como no tener pluma. No hay que parecer marica. La pluma es antisistema. El mensaje está claro: gays sí, mariconas no.

Déjame salir despliega con maestría todos los códigos del cine terror (vampirismo, zombis, Frankenstein, sociedades secretas) para hablar de la domesticación de los elementos inestables de la sociedad. Debemos encajar por voluntad propia o nos harán encajar por la fuerza. Y una vez atrapados (y todos lo estamos ya, de una u otra forma), lo difícil es que nos dejen escapar.

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