Opinión
Música nocturna entre túneles de historia
"Nadie diría que en esta ciudad, en este país, pasa nada extraño, pero esa misma tarde el enésimo caso aislado de corrupción se ha destapado dejando al aire las vergüenzas de una corte procaz, corrupta e inútil", escribe al autor.
Esto tiene varios comienzos. Uno es en 1780. Boccherini, el compositor italiano, se ha puesto al servicio de la corte española. Su valedor, el hermano del rey Carlos III, es exiliado de la capital a Arenas de San Pedro por asuntos de matrimonio y familia. El músico cumple su contrato y parte a la villa abulense donde, entre la contemplación y el aburrimiento, compone un centenar de piezas. Entre ellas Musica notturna delle strade di Madrid, un quinteto para cuerda que describe sus recuerdos de la ciudad al caer la noche.
En ese tiempo que transcurre entre mayo y junio, ya vencido definitivamente el invierno pero aún sin los rigores del verano, las calles del centro, quizá un espacio imaginario que va del Prado a Oriente y de Embajadores a Bilbao, se alfombran repentinamente de vida, ya caído el sol, en una suerte de celebración espontánea y diaria de algo tan sencillo como la existencia. Quien sea de oídos atentos y de mirada curiosa, al participar aunque sólo sea un día de esta floración, no le costará entender qué quiso decir Boccherini con su música. Hay algo profundamente vital en ser parte de la reclamación de un espacio ocupado casi todo el año por la tristeza, el andar apresurado y el gesto torcido.
Nos trasladamos a otro de los posibles inicios, esta vez cien años después, a 1870, cuando Galdós está escribiendo su primera obra, La fontana de oro, en la que recordaba el Trienio Constitucional. La temática no es casual. La Primera República está a un paso, Isabel II ha perdido la corona tras la Gloriosa. El cronista de nuestro siglo XIX noveliza el periodo revolucionario en un folletín donde un joven liberal —en el sentido originario del término, no el actual, esa suerte de ética de tendero sociópata venido a más— busca el amor de una muchacha secuestrada por su tío absolutista. La acción transcurre en las mismas calles que Boccherini musicalizó salvo que, esta vez, la alegría popular ha pasado del vitalismo a la acción política.
El escritor toma el café centenario de la Puerta del Sol para dibujarnos un fresco de oradores que en asamblea permanente discuten sobre el derrocamiento del Rey Felón, sobre cómo sacar al país de un atraso inducido por una corte procaz, corrupta e inútil. El libro cuenta, en un valioso pasaje, cómo los ciudadanos eran una mera comparsa en las celebraciones patrióticas oficiales: «En aquellas fiestas, el pueblo no se manifestaba sino como un convidado más, añadido a la lista de alcaldes, gentileshombres, frailes y generales; no era otra cosa que un espectador, cuyas pasivas funciones estaban previstas y señaladas en los artículos del programa». En un arranque de costumbrismo situacionista, Galdós explica que «las cosas pasaron de diferente manera en el periodo del 20 al 23 (…) Entonces la ceremonia no existía, el pueblo se manifestaba diariamente, sin previa designación de puestos en la imprenta de la Gaceta, poniendo en movimiento a la Villa entera, haciendo de sus calles un gran teatro de inmenso regocijo o ruidosa locura; turbaba con un solo grito la calma de aquel que se llamó el Deseado, por una burla de la historia».
Esta narración vuelve a comenzar de nuevo el 19 de mayo del 2011. Esa noche tres personas presentan sus libros en un café no muy distante de La fontana de oro. Han decidido compartir las alegrías igual que comparten la desdicha. Trabajan en una histórica librería del centro pero desde hace siete meses apenas han recibido sueldo alguno. Esa noche, con un pequeño adelanto que arrancan al editor, acaban tarde, a la hora en la que el cielo clarea y los que se recogen se mezclan con los que van a trabajar, que por las fechas van siendo cada vez menos.
En Sol lleva sucediendo algo desde hace unos días, una multitud ha ocupado la plaza y, por entonces, aquello ya ha tomado aspecto del campamento de los niños perdidos. Los carteles con ocurrentes lemas empiezan a sustituir a las lonas publicitarias, han surgido unos plásticos azules que seccionan los espacios con diferentes funciones, la policía vigila con distancia y cautela, tras una desastrosa operación de desalojo que no ha hecho más que multiplicar a los allí congregados, que discuten con diferentes palabras pero exactamente de los mismos temas que los protagonistas del libro de Galdós 200 años antes. Aunque algunos lo intuyen, la mayoría no se imagina que aún queda lo peor. Tres, cuatro años, en los que el pueblo se vuelve a manifestar sin previa designación de puestos en ningún boletín, contra otro felón, esta vez vendido a algo llamado la Troika.
El nudo de esta historia sucede ayer mismo, 16 de mayo de 2017. Álex Portero, una de las tres personas del párrafo anterior, vuelve a presentar libro, La habitación de las ahogadas. Una audiencia se congrega en otro bar del centro de la misma ciudad. El poeta ha cambiado y ya no aparece con ropa oscura aunque formal, esta vez se transmuta en un sacerdote de alguna religión olvidada del Creciente Fértil. Invoca palabras que conmueven a los presentes. Me quedo con un verso: «Tan triste como besarle los pies al mentiroso o al torturador».
Más tarde me encamino por calles que conozco mejor que mi anatomía, por las que anduve cientos de veces, algunas alegre, otras extenuado. Es extraño volver a los sitios que te pertenecieron pero que ya no son tuyos, es como andar por un decorado donde temes siempre encontrarte con un fantasma que se parezca a ti. Me pongo la Musica notturna para atenuar la sensación de vacío y comienzo a pensar en qué es la normalidad y qué lo excepcional. Nadie diría que en esta ciudad, en este país, pasa nada extraño, pero esa misma tarde el enésimo caso aislado de corrupción se ha destapado dejando al aire las vergüenzas de una corte procaz, corrupta e inútil. Terrorismo de autor, un colectivo de cineastas sin rostro, ha estrenado La gran ilusión, una pieza que me ha agitado por enlazar, una vez más, con una serie de referentes que son los que te mantienen en pie cuando todo flojea. Al final, una conversación cierra una reflexión de diez minutos sobre la normalidad:
-Ahí tienes tu acontecimiento.
-¿Dónde? No veo que pase nada.
-Por eso mismo, el acontecimiento es que no hay acontecimiento, amiga.
-¿Ni siquiera que uno de esos pescadores saque una bota del agua, o un cocodrilo?
-Ni siquiera, amiga. Así de sencillo: como ver crecer la hierba, como este falso Super-8, o como la naturalidad con que se normaliza hoy el fascismo.
Al llegar a Sol, llena de gente pero sin gente, miro al edificio que preside la plaza y me vuelvo a acordar del verso, porque ahí hubo torturadores y ahí hay hoy mentirosos. Siento una arcada porque casi huelo sus pies. En ese momento Boccherini ha llegado a la retreta, que es cuando su composición alcanza, no sé si en una interpretación personal, un aire de confianza en el progreso, en que nada se detiene, en los múltiples inicios. Leo las palabras del pronunciamiento de la Revolución Gloriosa de 1868:
«Españoles: la ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia niega su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de los ciudadanos y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recupere su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla. Hollada la ley fundamental, corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno, muerto el Municipio, pasto la administración y la hacienda de la inmoralidad, tiranizada la enseñanza, muda la prensa…».
Esta historia aún está buscando su final. No puede ser escrito porque no ha sucedido. Dense prisa, estamos impacientes por teclear uno.