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Susana Díaz: nostalgia del viejo PSOE

La presidenta de la Junta, criada en un partido acostumbrado a ganar y mandar en Andalucía, quiere frenar a Podemos y volver a aliar al PSOE con el gran poder económico.

Susana Díaz, en un mitin de 2016. PSOE

Cuando los partidos emergentes estaban a punto de hacerse un hueco a codazos, uno de los viejos, el PSOE, abrió paso a uno de sus últimos productos arquetípicos. Criada en las Juventudes Socialistas, donde se graduó en la intriga interna, crecida cargo tras cargo en el ejercicio del poder, Susana Díaz (Sevilla, 1974) se convirtió en presidenta de la Junta de Andalucía sin mediar elecciones en septiembre de 2013, tras ser ungida por José Antonio Griñán. En noviembre, sin rival que lograra avales para las primarias, conquistó la secretaría general del PSOE andaluz, el poderoso bastión de la vieja escuela socialista. Con un pedigrí tan incompatible con los cánones de la nueva política, Díaz es inevitablemente una nostálgica de la antigua, que deparaba unos éxitos al PSOE que no se resigna a dar por perdidos. Sobre esa aspiración ha sostenido un prolongado empeño en marcar el rumbo a su partido, al que cree desorientado en una batalla por la izquierda que lo aparta de una victoria únicamente posible desde una orgullosa «centralidad».

Ahora, Díaz quiere convertirse en secretaria general del PSOE con la intención, difícil de cumplir por los cambios sociales a raíz de la crisis, de convertirlo en opción mayoritaria, en la estela de los tiempos de Felipe González o incluso de Zapatero. Como requisito, ha de mandar a Podemos al rincón de las minorías y volver a conectar a los socialistas con las salas de máquinas del gran poder económico español, porque es allí donde se gestan –también– las operaciones políticas determinantes.

Por su fama de maniobrera, se habla más de sus planes que de sus orígenes, pero es aquí donde hay que bucear para entender quién es y qué representa Díaz. Así lo explica el sociólogo del CSIC Eduardo Moyano: «Ella nace del PSOE andaluz. No es solo una mujer de partido, es que su identidad se forma en un partido que gobierna en Andalucía desde hace más de 30 años, un partido muy vinculado a las instituciones, con un discurso y una estrategia que, al margen de su eficacia, están fosilizados. Díaz no sabe lo que es fajarse como oposición, ni ha tenido que buscar espacios políticos nuevos. Su partido es el que gana y el que manda».

El «gran partido regionalista andaluz»

El doctor en Ciencias Políticas por la Universitat Pompeu Fabra Pablo Simón la describe como «un producto típico de los partidos españoles», con un currículo netamente político y un ascenso aplastante al liderazgo interno. Al igual que Moyano, explica sus rasgos distintivos por su origen más que por su ideología. Más que tendente a la derecha, como la dibujan sus críticos, Simón ve a Díaz inclinada a la actividad orgánica –»aparatera», dice– y a la cultura de un «partido del poder» con rasgos «peculiares». «El PSOE es el gran partido regionalista andaluz, con una vocación de representar al conjunto de los andaluces», añade.

Esa vocación mayoritaria desdibuja las aristas ideológicas, simplifica los mensajes y aconseja evitar los debates de ideas en temas en los que el pensamiento conservador es hegemónico. Este socialismo institucional predispone contra la reivindicación en la calle, considerada en sí misma más como un desafío que como una expresión de vitalidad. «En Andalucía no hay mareas», presumía Díaz hasta que empezó la revuelta sanitaria. Al haber gobernado el PSOE durante toda la autonomía, una autocrítica genuina sería una autoenmienda a la totalidad. Por lo tanto, Andalucía no debe cambiar, sino «seguir avanzando» en la misma línea. El escenario social óptimo en este imaginario es el de una sociedad aquietada, satisfecha o incluso orgullosa de lo que tiene, que sabe agradecer las diferencias entre un PSOE sensible y un PP cruel, y que tiene memoria para reconocer la obra de Felipe (en servicios públicos y modernización social) y de Zapatero (en derechos sociales). Un escenario opuesto al que propugna en España la izquierda rupturista.

Hija de familia trabajadora –»casta de fontaneros»–, fiel a Triana, casada «con un tieso» y madre de un hijo, la presidenta ha cultivado la imagen de una mujer apegada a costumbres populares –Betis y Semana Santa–, sobria en lo personal, que se arremanga ante los problemas sin que se le caigan los anillos. Un cierto maternalismo impregna su discurso social, con el que se presenta en primera persona como guardiana de servicios y derechos. «Mis parados», «mis jóvenes», «mis hospitales», dice para irritación de sus críticos, que la acusan de cesarismo. Conocedora al dedillo de las reglas del rifirrafe diario, se maneja en el mitin como en el canutazo, subrayando ideas con pegada y vocación de titular: «El PSOE es mucho PSOE»; «Me encanta ganar». Se ponga donde se ponga, sale en la foto.

¿Puede exportarse a España el liderazgo de Díaz? Manuel Jiménez, profesor de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide, lo duda. Advierte que «el proceso de cambio electoral está protagonizado por un sector creciente de ‘ciudadanos críticos’, como los denomina Pippa Norris, que en Andalucía tiene un menor peso relativo». «Podemos exportar al líder, pero no las condiciones que explican su rendimiento electoral. Las circunstancias que la han hecho ganadora en Andalucía pueden hacerla incapaz de la remontada en España», reflexiona.

Entre esas circunstancias favorables a Díaz en Andalucía, cita Jiménez, están «la potente infraestructura organizativa del PSOE» y también el poder institucional. «El papel de ejecutor subalterno de los recortes le ha permitido un discurso contrario [al PP] al mismo tiempo que bastante inacción para modificar el statu quo«, añade el sociólogo de la Olavide, que sí aprecia «intentos tibios de abordar problemas concretos», como los desahucios, y para «mantener las rentas de los perfiles que configuran su masa electoral». Díaz ha logrado así evitar en buena medida el desgaste de los recortes. Eso sí, Jiménez aclara: «No creo que haya un modelo alternativo o una vía andaluza» distinta a la que marca Bruselas y ejecuta Rajoy.

Como presidenta, afirma Eduardo Moyano, Díaz es «inmovilista». «A pesar de su juventud y de que Griñán se saltó una generación» al apostar por ella, «no ha revitalizado el proyecto socialista», concluye. Manuel Jiménez cree que, por su imagen de «continuidad», «difícilmente va a conectar con un perfil joven y urbano».

Andaluza y mujer

Díaz ha sido concejala (1999), diputada nacional y andaluza (2004 y 2008 respectivamente), senadora (2011), consejera (2012) y presidenta (2013). En lo orgánico ha estado en todos los cargos que cuentan en Sevilla y Andalucía. Es una dirigente metódica, que trabaja con datos. Intenta dirigirse a las mayorías sabiendo que hay una amplia mayoría callada que no desahoga sus frustraciones en Twitter. Fiel a los códigos tradicionales, evita cualquier manifestación de debilidad. Y planifica y ejecuta sus maniobras con determinación, como comprobó IU –que la había hecho presidenta en el Parlamento en 2013– cuando rompió el Gobierno bipartito en 2015 pillando debilitado al PP y desprevenido a Podemos. Aquella victoria en las autonómicas, manteniendo diputados pese a Podemos y Ciudadanos, es aún hoy su gran aval.

Con la oposición es inclemente. A Moreno Bonilla (PP) lo desdeña como una mala copia de Arenas. A Teresa Rodríguez (Podemos) y Antonio Maíllo (IU) les da donde cree que más duele, ya sea hurgando en heridas de sus partidos o acudiendo a las mismas caricaturas ideológicas que usa el PP: Venezuela para Podemos, la URSS para los comunistas. En un pleno, Maíllo aludió al pasado como catequista de Díaz y esta le preguntó si acaso debía reformarse en un «centro de reeducación». Y a Podemos e IU juntos les lanza la acusación de la pinza, eficaz para acomplejar a los rivales por la izquierda del PSOE desde tiempos de Anguita. «Cuando a una mujer se la ve fuerte y poderosa, se dice que es una trepa manipuladora», lamenta la politóloga Dunia Alonso, experta en Comunicación. Este traje le va a ser difícil quitárselo, opina Alonso, porque además se la ha visto como la muñidora de la caída de Pedro Sánchez, su rival ahora, junto a Patxi López, en la carrera de las primarias socialistas. En cuanto a su oratoria, cree que Díaz «ha trabajado mucho y se nota», aunque el resultado es «forzado». Y advierte: «Por los estereotipos sobre Andalucía, su estilo algo populista, mezclado con el habla andaluza, puede generar en ciertos sectores una imagen de falta de preparación».

Siguiente parada: las primarias

Podemos es fundamental para entender la estrategia de Díaz. El partido liderado por Pablo Iglesias nació a primeros de 2014 con un discurso que no solamente impugnaba el entero sistema en el que la presidenta socialista había prosperado, sino que propugnaba un modelo de dirigente desprofesionalizado que era la antítesis de la mujer que en las tertulias serias de Madrid ya era vista como la garantía de un PSOE sin veleidades rupturistas en los terrenos económico o territorial. Consciente de la amenaza morada, Díaz ha convertido la salvación de su partido en su horizonte político. En ese camino, que según sus planes debe convertirla en secretaria general y después en presidenta del Gobierno, rompió un acuerdo con IU, adelantó las elecciones, pactó con Ciudadanos, maniobró para poner a Pedro Sánchez y luego para quitarlo, favoreció la abstención de su partido para hacer presidente a Mariano Rajoy…

Ahora afronta las elecciones en el propio PSOE, para las que cuenta como activo, según Pablo Simón, con que se puede presentar como «la única capaz de cicatrizar las heridas del partido» y «ofrecer un liderazgo fuerte que canalice su actividad interna». Su lastre, sobre todo para comunidades como Cataluña, Euskadi y el País Valenciano, es «pertenecer a la federación más centralista de España». En cualquier caso, afirma el profesor Simón, ahora está ante el escenario «que más teme»: unas primarias frente a un adversario, Sánchez, que ejerce de mesías de las bases frente a una gestora retratada como figurante de la derecha.

Su imagen, en la cumbre en 2014, está tres años después tocada. Su aura de imbatibilidad se debilitó en las últimas elecciones generales, cuando el PP fue el partido más votado en la comunidad autónoma. La última Encuesta General de Opinión Pública de Andalucía revela un desgaste apreciable. La batalla interna le ha pasado factura. Está pagando la abstención ante Rajoy. Puede decir que durante su presidencia no se han producido casos de corrupción como los que llevarán a Chaves y Griñán al banquillo, pero no que su gestión haya supuesto un salto cualitativo para Andalucía, que sigue anclada en los últimos puestos de los indicadores socioeconómicos clave y –esto es más grave– ha interrumpido su proceso de convergencia con la media española, como ha advertido el Observatorio de Desigualdad.

Las fotos con el Ibex

Su empeño por desembarazarse de la imagen de referente del «ala derecha» del PSOE ofrece resultados tibios. Un ejemplo: Andalucía ha aprobado una ley de memoria histórica que desborda en ambición a la estatal de 2007, pero los medios –a los que tanta atención presta– no la han visto como una «ley de Díaz». En cambio, sus fotos con los gerifaltes del Ibex 35 sí serán siempre las «fotos de Díaz». Ella las buscó. Con Emilio y Ana Patricia Botín (Santander), con Isidro Fainé (CaixaBank), con César Alierta (Telefónica), con Marta Ortega y Flora Pérez (Inditex)… Sonrisas, firmas, apretones de manos y proyectos compartidos. ¿Qué pretendía la lideresa?

Por supuesto, en su voluntad estaba presentarse como una líder influyente, bien conectada, que cuenta para los poderosos, intentando marcar contraste con Sánchez e Iglesias. Pero además hay –obviamente– una búsqueda de aliados financieros, escasos tras la caída de las cajas, así como un estrechamiento de vínculos de interés mutuo. Ahí quiere Díaz a su partido. No solo cerca del poder, sino como parte del poder.

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