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Votar a Macron es circunstancial; cambiar el sistema, la prioridad

"Aceptar el miedo y ser pragmático es un acto de sumisión", reflexiona el autor sobre la segunda vuelta de las elecciones francesas.

Emmanuel Macron.

En la celebración de la segunda ronda de las elecciones presidenciales francesas, que tendrá lugar este domingo, una parte muy significativa de los votantes se encuentra, más que ante una elección democrática, ante una amenaza, un callejón sin salida. El argumento principal para votar a Emmanuel Macron no se basa en sus atributos como líder político ni en su programa electoral. O lo votáis a él o va a ganar la ultraderechista Marine Le Pen. Este es el dilema, esta es la trampa. Durante los últimos días, se ha redoblado la presión sobre los electores que hace dos semanas votaron a Francia Insumisa, liderada por el izquierdista Jean-Luc Mélenchon. Según la consulta realizada a los militantes y simpatizantes de la formación, el 36,12% votará en blanco o emitirán un voto nulo, un 29,05% se abstendrá y un 34,83% votará a Macron. Las grandes cabeceras internacionales ya tienen culpable en caso de una victoria de Le Pen: los miserables de Mélenchon.

Desde la prensa francesa e internacional y desde las formaciones políticas tradicionales, se hacen llamamientos al pragmatismo, a valorar los peligros de una presidencia en manos de la ultraderecha racista y xenófoba. Este debate tiene lugar en un contexto especialmente delicado en Francia, por la amenaza yihadista y el fracaso del proceso de inclusión social en los barrios empobrecidos de las grandes ciudades, habitados en su mayoría por sectores de la primera, segunda y tercera generación de migrantes llegados de antiguas colonias francesas. Dejar el poder presidencial en manos de la líder del Front National en tales circunstancias no parece deseable pero, por otra parte, ¿debe un ciudadano apoyar en las urnas a alguien a quién jamás votaría para evitar que alguien peor llegue a gobernar?

El debate, a mi entender, no es si Macron o Le Pen. Esta es una cuestión circunstancial y, ciertamente, parece que lo más sensato sería sumar papeletas para Macron para evitar una nueva victoria de la derecha nacionalista en la escena internacional, después de los éxitos de Trump en Estados Unidos y del Brexit impulsado por el UKIP en el Reino Unido. La cuestión que debemos plantearnos urgentemente es si el sistema democrático actual garantiza la libertad que se le presupone a los votantes a la hora de introducir el voto en la urna. ¿Es libre el que aprieta el gatillo cuando, a su vez, siente el cañón de su carcelero en la sien? ¿Es un acto libre votar a Macron para evitar al Front National?

El recurso del miedo es habitual en las campañas electorales. El concepto del voto útil es también una estrategia que los grandes partidos han sabido exprimir con éxito hasta hace relativamente poco, cuando el voto en Europa se ha fragmentado y este discurso ha perdido efectividad. En Estados Unidos, los que creían en Bernie Sanders debían apoyar a Clinton si no querían ver a Trump en la presidencia. En España, el PSOE ha explotado este argumento hasta la saciedad para presentarse como única alternativa al PP. En 2008, por ejemplo, uno de los eslóganes de campaña de José Luis Rodríguez Zapatero era “si tú no votas, ellos vuelven”, letras blancas, fondo rojo y, en negro, las figuras de Mariano Rajoy, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana. O yo, que puede que no te guste, o ese al que tanto detestas. ¡Disfrutad de la fiesta de la democracia!

Aceptar el miedo y ser pragmático es un acto de sumisión. En cambio, si dejamos de poner el foco en la cuestión circunstancial, en este caso, la votación del domingo en Francia, y centramos el debate en lo fundamental, el sistema, quizás el mal trago podría dar paso a cierta esperanza para que el modelo de elección-amenaza desaparezca de la normalidad política. ¿Existe alguna alternativa viable al sistema de elecciones y partidos actual con el fin de que nuestras democracias ganen legitimidad? David Van Reybrouck, intelectual belga nacido en Brujas en 1971, piensa que sí. En su hasta ahora obra de referencia, Contra las elecciones (Taurus, 2017), Van Reybrouck entiende que el modelo electoral es una de las distintas opciones para vertebrar un sistema democrático y que, de hecho, fue el modelo que impulsaron las élites europeas y norteamericanas a finales del siglo XVIII y el siglo XIX para otorgar derechos a la ciudadanía mediante el sufragio universal masculino reservándose los recursos necesarios para mantener el statu quo.

El autor describe la perversidad del sistema de forma clarividente. En una democracia basada en el sistema electoral existen partidos políticos controlados (o susceptibles de ser controlados) por las élites empresariales y los lobbies de poder. La opinión pública es controlada por grandes corporaciones mediática que operan bajo la influencia de las mismas élites y lobbies y, novedad del siglo XXI, por las conocidas como redes sociales, que él prefiere llamar redes comerciales. Además, apunta que el sistema democrático actual tiende hacia la dictadura de las elecciones, un concepto que forja para describir una realidad incontestable: importan más las próximas elecciones que las últimas. Es decir, los representantes públicos se encuentran en campaña permanente, algo que los aleja de sus responsabilidades y que perjudica el interés común, en lugar de centrarse en el cumplimiento estricto de sus deberes y de sus programas electorales.

La solución de Van Reybrouck puede parecer radical pero es una bocanada de aire fresco para todos aquellos que ante contiendas electorales como las de este domingo en Francia hayan perdido la esperanza. Basta de elecciones, hay que impulsar órganos públicos formados por representantes escogidos al azar, por sorteo. Se acabó la fatiga electoral de los ciudadanos, la capacidad de corrupción de las formaciones políticas, la facilidad de controlar los representantes públicos por parte de lobbies de todo tipo. Se acabaron las elecciones-amenaza, se acabó el miedo. Van Reybrouck defiende este tipo de democracia representativa combinada con el impulso de la democracia directa. No hay un modelo único, ni el cambio debe imponerse de golpe. Se trata de una forma revolucionaria, al menos hoy en día, de entender la democracia y sorprende que sus tesis no florezcan más a menudo en el discurso de aquellos sectores que desean regenerar el sistema democrático. Ante el deprimente espectáculo electoral Macron-Le Pen, Contra las elecciones es un buen antídoto. Votar a Macron es circunstancial, cambiar el sistema para que tales circunstancias no vuelvan a repetirse debe ser la prioridad.

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