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Francia, el espejo donde se miran muchos países

"El problema está en sobrepasar tanto al populismo reaccionario como al neoliberalismo hegemónico. Si de lo que se trata es de canalizar el descontento pero no a versiones nacionalistas retrógradas, el ejemplo es Unidos Podemos en España", afirma Hugo Busso.

Mitin de Marine Le Pen previo a las elecciones de 2012. FRONT NATIONAL.

HUGO BUSSO* // Las elecciones en Francia marcan un punto importante de inflexión, tanto por su influencia política y filosófica en referencia al pasado, como en relación con el presente y futuro próximo de la UE. El contexto tiene su puntos en común con su amigo actual e histórico rival, la Gran Bretaña con su brexit y el también con quien los liberó del fascismo, los EEUU (ahora con su nuevo inquilino de la Casa Blanca, el polémico Trump). El resultado que tengan estas elecciones será decisivo para el futuro del país y los integrantes de la UE. Y muy especialmente, mostrará el estado del termómetro social, cultural y político que señala tendencias y desafíos en Europa.

Muchos investigadores americanos y europeos creen que la versión actual la ideología imperante, el neoliberalismo, engendra para las mayorías sociales desigualdades crecientes y sufrimientos constantes. La persistencia de estos antagonismos dentro del contexto del mundo occidental es un viraje hasta ahora paradójico. Porque los dos impulsores de la mundialización económica neoliberal, EEUU y Gran Bretaña, han hecho cambios y reajustes que van a contracorriente de lo que han generado y promovido previamente: apertura, libre mercado, multiculturalismo, democracia liberal.

Por lo tanto, las preguntas son una consecuencia inevitable, por la importancia de sus potenciales posibilidades, en el futuro próximo. ¿Por qué la mayoría de las islas británicas dieron el apoyo a la salida de la UE? ¿Cómo entender el acceso de Trump a pesar del no apoyo explícito de los medios de información, que se lo dieron a Hillary Clinton? ¿Es esto transferible a toda Europa como tendencia y señalamiento de lo que debemos esperar?,¿La democracia liberal sigue siendo compatible con la expresión hegemónica del capitalismo financiero sin que ponga en riesgo sus propios presupuestos morales del mérito y la libertad individual? ¿Estamos verdaderamente acorralados entre un neoliberalismo progresista financiero y el populismo reaccionario -que no es fascismo todavía-?

Lo cierto es que hay un síndrome de fatiga democrática, como sugiere el belga David van Reybrouck, que se ve en la baja participación democrática y el débil atractivo de atraer simpatizantes activos para la mayoría de los partidos tradicionales. La UE es un escenario donde coexisten en tensión las exigencias de las grandes empresas globales y los ciudadanos en cólera, por la situación existencial y política que se degrada cada vez más.

El primer reflejo de las élites, en particular de la extrema derecha, es buscar un responsable-cabeza de turco, como el terrorismo, los inmigrantes y la competencia económica desleal, para justificar su idea de inmunizar el territorio, dando crédito a sus ideas que cierran posibilidades y se endurecen bastante con las personas. Las emociones en Francia encajan con discursos y sentidos, que no dejan de ponerse en dudas por los sociólogos y politólogos más reconocidos. La tendencia que se normaliza parece ser similar a las reglas de juego de la mundialización financiera y económica: libre y rápida circulación de bienes y dinero, pero no de personas. Y sobre todo, con una separación y empobrecimiento social, que crece de modo alarmante.

Por otro lado, hay un fenómeno, visible en Inglaterra, EEUU y Francia, que está ligado a la fatiga democrática y que hay que sumarle el enfado de los perdedores de la mundialización, en el corazón geográfico que alberga también a sus beneficiarios directos. El progresismo neoliberal de Clinton-Macron se apoya en valores modernos, en la versión iluminista e ilustrada de la autonomía individual y, a la vez, promueve formas donde la hegemonía financiera es letal para las mayorías. Mientras que la versión política de Trump-Le Pen (presidente el primero, alternativa real de poder político en Francia con el 40% de apoyo en la segunda vuelta), de modo ambiguo y siempre pro-sistema capitalista, canalizan la cólera de quienes viven la humillación de perder trabajos por la deslocalización de empresas a destinos más baratos y la precarización laboral de los pocos asalariados cada vez peor pagos que restan en Occidente. Lo que han perdido trabajo y los beneficios, entonces, repudian profundamente en bloque tanto la mundialización financiera-económica hegemónica, como la versión de los valores de autonomía y respeto de la diversidad y las libertades.

Los inmigrantes, extranjeros y diferentes son las víctimas necesarias de este discurso, que es complementario y parte del mismo problema, que genera un sistema que no siente tener riesgos significativos para los desastres que genera. ¿La Francia Insumisa de Mélenchon, Occupy Wall Street en EEUU o las alternativas ecologistas tienen programas creíbles y deseables para generar nuevas mayorías? Así se desarrolla la lucha por la hegemonía, y los grandes medios de (des) información han tomado parte, por lo general, tanto por Clinton como por Macron… Igual en España por Rajoy y Rivera, en Argentina por Macri, y por la oposición política en Ecuador y en Venezuela. Las aguas se ponen turbias y comienza a soplar el viento… 

Para muchos críticos del pensamiento único neoliberal, como es el caso de la Francia Insumisa, el desafío tiene doble cara. El problema está en sobrepasar tanto al populismo reaccionario como al neo-liberalismo hegemónico. Si de lo que se trata es de canalizar el descontento pero no a versiones nacionalistas retrógradas, el ejemplo es Unidos Podemos en España. Este ha sabido atraerlo, al menos parcialmente, haciendo una alianza contra la financiarización capitalista neoliberal sin renunciar a los valores de emancipación clásicos de autonomía, igualdad y libertad individual, que deberá integrar un elemento clave y más explícito, de posibilidad real y creíble. La democratización de las instituciones como norma deberá apoyar la crítica social a la versión parasitaria de las finanzas, e integrar una versión responsable y ecológica a la depredación de la biodiversidad humana y no humana en curso, por el actual modo de producción y consumo. Todo está por hacerse, repensarse y mejorar. La oportunidad está abierta, al igual que la incertidumbre. 

*Hugo Busso es autor de Crítica a la modernidad eurocentrada, EUE, 2011. Formador y profesor universitario en Francia y España. Dr. en Filosofía, Univ. Paris 8 – UBA.

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