Economía | Laboral | OTRAS NOTICIAS
Joaquín Pérez Rey: “Los sindicatos deben aprender de los movimientos sociales”
Iniciamos con el profesor de Derecho del Trabajo de la Universidad de Castilla-La Mancha una serie de reflexiones sobre cómo deben actuar y organizarse los sindicatos para hacer frente a las nuevas realidades laborales. Las entrevistas forman parte de #LaMarea49: Sindicatos para el siglo XXI.
La entrevista a Joaquín Pérez Rey forma parte del dossier Sindicatos para el siglo XXI, que puedes descargar por 1,90 euros o adquirir en kioscos por 4,50
El profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Castilla-La Mancha Joaquín Pérez Rey, experto en la comisión creada tras la sentencia europea que abre la puerta a equiparar la indemnización de indefinidos e interinos, es rotundo en su análisis sobre cómo deben actuar los sindicatos ante las nuevas realidades del mercado laboral. “Deben huir del fatalismo y el determinismo. La forma en que organizamos el trabajo es una decisión política y no técnica”. «Hay que acostumbrarse a ver en la precariedad -añade- una forma de discriminación inadmisible».
¿Tienen sentido los sindicatos como los conocemos en el mundo en que vivimos?
Más que nunca. El sindicato ha sido históricamente, y lo sigue siendo, la fórmula que los trabajadores tienen para recuperar el poder de negociación del que carecen en su relación individual con el empresario. Cuando más débil es ese poder, más necesario es el sindicato. Y los tiempos que corren son tiempos de trabajadores débiles, precarios, autoritariamente disciplinados, atenazados por el desempleo. Trabajadores sin voz y con miedo que solo lograrán cierto equilibrio actuando en el plano colectivo, en las fórmulas de solidaridad que se articulan a partir del sindicato. La paradoja es que son precisamente los mismos ingredientes que hacen tan necesaria la actividad sindical los que la dificultan. Si alguien necesita del sindicato es el trabajador precario, si alguien tiene dificultades para acercarse al sindicato es el trabajador precario, siempre temeroso de las represalias. Seguramente es el principal reto al que se enfrentan las organizaciones sindicales en la actualidad. Y no siempre se puede resolver incorporando a este tipo de trabajadores a las organizaciones sindicales de forma estable, conjurando así las dificultades de la debilidad de las relaciones de trabajo de las que provienen, pues aparece así otro peligro, el de un exceso de burocratización y el alejamiento de la estructura sindical de los centros de trabajo.
¿Cómo tiene que ser en líneas generales un sindicato del siglo XXI?
Merece la pena advertir, antes de nada, que es el propio sindicato el que, en cuanto organización democrática, debe repensarse a sí mismo con la activa participación de sus afiliados. Hay algunos ejemplos bien significativos en nuestro país de este proceso de actualización de las ideas y las formas de expresión del sindicalismo. Sin por tanto pretender decir a los protagonistas qué deben hacer y sabedor de que ellos mismos protagonizan un proceso de renovación ideológico y estratégico de primer orden, sí se pueden señalar algunos elementos que necesariamente deben incorporarse a este debate. El ámbito de la acción sindical se sitúa más allá de las fronteras de los países, algo que el movimiento obrero sabe desde sus orígenes, pero que no siempre practica y que ahora es imposible eludir en un contexto de empresas multinacionales que separan los territorios de la decisión de los de la ejecución de sus medidas. La clase trabajadora no es ya predominantemente industrial, ni masculina, no se inserta por lo general de manera estable en la empresa y está azotada por el desempleo. Se trata de un profundo cambio de características, pero que no elimina la clase obrera, ni diluye a parte de sus integrantes en la noción higiénica de clase media en la que se empeña la política conservadora.
Naturalmente estos cambios exigen un adaptación de los modos sindicales y sus formas representativas, que deben acostumbrarse a trabajar con agrupaciones de trabajadores más pequeñas, a ser conscientes de la enorme diversidad que caracteriza a sus representados y a idear mecanismos de acción que lidien, lo que no es nada sencillo, con la debilidad contractual de algunos trabajadores y su temor a la pérdida del puesto de trabajo.
Otro cambio de enormes dimensiones, que no se puede postergar, es el que tiene que ver con el espacio de las mujeres en el sindicato y en el trabajo. Dar carpetazo a cualquier deriva patriarcal y mutar radicalmente los conceptos culturales que arrastran los prejuicios de género es una tarea imprescindible para el sindicato que debería transformase en un agente ejemplar en este terreno. No se trata, desde luego, de algo sencillo y requerirá seguramente de un relevo generacional y de la incorporación generalizada de las mujeres a la dirección del sindicato, algo, por lo demás, que es evidente que ya está sucediendo en los sindicatos españoles, al menos en los que se estructuran más allá de los intereses corporativos.
¿Habría que hacer cambios legislativos?
Naturalmente estos cambios exigen que el propio sindicato los realice, pero no solo. Es imprescindible un cambio normativo. El Derecho del Trabajo que desde 2010 y, sobre todo, desde 2012 se ha convertido en una fórmula al servicio de la empresa debe recuperar su función tradicional y equilibrar los poderes de las partes de la relación laboral, adaptando, entre otras cosas, el derecho sindical al cambio de panorama que estamos describiendo. No pueden ser exclusivamente los jueces o los convenios colectivos los que lleven a cabo esta tarea de actualización, una vez que hay límites insuperables (la forma en la que se diseña la representación de los trabajadores en la empresa, los ámbitos y la legitimación para negociar colectivamente, la propia huelga encerrada en una norma obsoleta y preconstitucional). La ley debe impulsar el cambio y debe expurgar de las instituciones laborales algunos modelos a los que no nos tenemos por qué resignar, el principal de ellos es la precariedad.
Además, continuando con las necesidades, tengo la impresión que el sindicato debe actuar de manera profunda en el terreno cultural, ganando hegemonía. Quizá una de las principales dificultades a las que se enfrentan las organizaciones sindicales de clase en la actualidad es el individualismo rampante que ha arrasado con una parte muy importante de los trabajadores, devastados y colonizados por maquinarias de persuasión que les llevan a desentenderse de la lucha colectiva, a considerarla innecesaria y a sospechar de los que la propician y sostienen. Es un escenario perfecto para quienes se benefician de este aislamiento, pero que debe ser removido no solo porque para los trabajadores, la pieza más débil del engranaje de las relaciones laborales, no hay alternativa a la organización colectiva, sino porque solo así se pueden remover los obstáculos que dificultan la plenitud y facilitar la participación en la vida política, económica, cultural y social, que es algo, por cierto, que dice nuestra Constitución y que parece olvidarse de manera interesada.
¿Y cómo pueden llegar a las pequeñas empresas, a los pequeños autónomos, al camarero del bar de la esquina?
Deben formularse nuevas formas de representación que, en lugar del centro de trabajo, se estructuren de forma más amplia (comarcas, polígonos, espacios productivos…) para lo que será imprescindible un cambio legal. Por otro lado, la negociación colectiva debe hacerse cargo de esta diversidad, piénsese que ya en la actualidad, y dejando los autónomos al margen porque existen fuertes inconvenientes jurídicos para alcanzarlos desde la norma colectiva, el convenio suele ser la fórmula que conecta a los trabajadores de las pequeñas empresas con el sindicato, pues la norma colectiva, en nuestro modelo legal, es de aplicación a todos los trabajadores y empresarios que conforman su ámbito, también los de las pequeñas empresas. Para que esto siga siendo así es necesario desterrar de nuestro régimen de relaciones laborales algunas incorporaciones de las últimas reformas laborales como la preferencia por los convenios de empresa que buscaban precisamente eso, impedir que convenios negociados de forma equilibrada garantizaran los derechos de aquellos que nunca hubieran, en el espacio minúsculo de su propia empresa, lograr ese resultado.
En no menor medida, se debe separar el grano de la paja, pues ese pequeño autónomo en muchas ocasiones no es más que la personificación de un fraude. Evitar que a los trabajadores se les prive de su propia condición es, claro está, un objetivo sindical, pero lo es también del Estado y su inspección.
¿Habría que cambiar el sistema de negociación y de representatividad?
Creo que no es posible mantener el sistema jurídico-laboral en el que han desembocado las últimas reformas laborales. La elaboración de un nuevo Estatuto de los Trabajadores que se compadezca con los tiempos actuales y destierre fenómenos como los del abuso de la temporalidad o la minusvaloración de la negociación colectiva debe ser una prioridad. También en materia de representación que, como venimos insistiendo, no puede ya articularse de forma sencilla sobre el centro de trabajo, sino que deben tener en cuenta la subcontratación, los grupos de empresa y las reducidas dimensiones de las plantillas en nuestro ecosistema empresarial.
La precariedad y el desempleo no hay que darlas por hechas. No son plagas divinas, sino opciones de un capitalismo desenfrenado que se garantiza con ello el beneficio y el disciplinamiento de los trabajadores. Es evidente que el acceso al empleo y la estabilidad en el mismo constituyen derechos sociales reiteradamente incumplidos y que deben garantizarse para, entre otras cosas, cumplir con la Constitución de la que tanto se presume por algunos. A partir de ahí hay que incorporar los trabajadores débiles al sindicato y no utilizarlos como moneda de cambio. No se trata solo de que participen activamente en el diseño de la acción sindical y que se tengan muy en cuenta sus dificultades para llevar a cabo actividades sindicales tradicionales, sino que respecto de ellos se haga valer en todos los órdenes (desde la negociación colectiva a la defensa judicial de los derechos) el principio de no discriminación que cuenta con fuertes referencias en el ordenamiento de la UE y que debe impedir a las empresas obtener beneficios salariales y de otro tipo de los trabajadores precarios frente a los que no lo son. Ni la duración del contrato, ni la edad, ni otros factores similares pueden servir para justificar peores condiciones laborales. Hay que acostumbrarse a ver en la precariedad una forma de discriminación inadmisible.
En lo que en ningún caso cabe caer es en el grosero enfrentamiento de precarios y no precarios. La culpa de la temporalidad, el trabajo a tiempo parcial no voluntario o las malas condiciones de trabajo no la tienen los (cada vez menos) trabajadores con derechos, sino un modelo económico, jurídico y empresarial acostumbrado a usar el desempleo como excusa para despojar a las personas de sus derechos laborales. El enfrentamiento no es intraclase y solo cabe una equiparación, la que se practica por arriba, justo en la dirección contraria a la que propugnan los defensores del contrato único.
¿En qué sectores olvidados hasta ahora deberían fijarse también?
No creo que haya sectores olvidados, sino más bien ámbitos en los que la acción sindical tiene muchas dificultades para penetrar por la dimensión de los centros de trabajo, la dispersión de los trabajadores o la actitud empresarial. El cambio del modelo representativo del que antes hablábamos debería intentar superar estas dificultades.
¿Cómo deben afrontar los cambios tecnológicos y la robotización del trabajo?
Tampoco es pequeña la adaptación que la acción sindical exige a los nuevos escenarios organizativos y tecnológicos en los que se estructura en la actualidad la producción. La empresa red con una amplia capacidad para automatizar su funcionamiento parece característica de los tiempos que corren y exige del sindicato organizarse más allá de la empresa, superar el fetichismo del centro de trabajo, para buscar nuevos espacios de actuación que prescindan de quién es el empresario formal y se centren, por ejemplo, en el colectivo de trabajadores que comparten espacio productivo aunque lo hagan para diversos empleadores. También en este terreno hay experiencias sumamente interesantes en el sindicalismo español. Además, se ha de gobernar el cambio tecnológico, no es posible que este funcione de forma determinista dejando al sindicato exclusivamente la obligación de adaptarse, el propio sindicato debe ser un protagonista de este cambio: determinando qué exigencias formativas requerirá de los trabajadores y, entre otras muchas cosas, impidiendo que la robotización funcione exclusivamente en una dirección, la del beneficio empresarial y el aumento de los poderes patronales. Al contrario, la ley y la negociación colectiva deben garantizar los derechos fundamentales de los trabajadores en las empresas que «todo lo ven» y la acción sindical en todos sus niveles, también en el que atañe a la huelga, debe revitalizarse y amoldarse a las nuevas posibilidades tecnológicas que, insisto, no puede usarse solo en un único sentido.
Pero tengo la impresión de que este discurso está rodeado de tópicos y que habría que ver con mucho mayor rigor su verdadera dimensión. En todo caso, el sindicato no puede ser un mero espectador. Un primer paso sería, por ejemplo, impedir el esquirolaje tecnológico, esto es, la sustitución de los huelguistas por máquinas preprogramadas, algo que algunos sectores como el audiovisual resta mucha eficacia a las acciones de protesta de los trabajadores. Justo lo contrario de lo que recientemente ha hecho nuestro TC, que, insistiendo una vez más en su deriva conservadora perjudicial para los derechos constitucionales de los trabajadores, ha dado alas a esta sustitución por medios técnicos dejando a la huelga en un lugar muy comprometido ante las nuevas realidades productivas.
¿Debería abordar un sindicato luchas como las que protagoniza la PAH con los desahucios?
Todos los que afecten a los intereses de los trabajadores que no son exclusivamente los relacionados con el trabajo en sentido estricto, sino que desbordan el ámbito del contrato de trabajo y penetran en otros territorios decisivos para los trabajadores: la educación, la sanidad, la protección social o la vivienda entre otros muchos. No es algo extraño ni a nuestro modelo constitucional, que habla de que los sindicatos defienden los derechos económicos y sociales de los trabajadores, ni a nuestro panorama sindical que ha teorizado largamente sobre la figura del sindicato «sociopolítico». El sindicato no tiene por qué sustituir a los movimientos sociales, aunque puede perfectamente converger con ellos e incluso, como ha sucedido en muchas ocasiones, impulsarlos. Debe además aprender de ellos y de la capacidad que algunos han mostrado para agregar simpatizantes, muchos de ellos, por cierto, militantes sindicales.
¿Grandes o pequeños? ¿Generales o específicos?
No hay duda de que uno de los grandes males del movimiento obrero ha sido su división y este mal perdura, de modo que el sindicato debe aspirar a representar a los trabajadores como clase social. Y las respuestas corporativas, aunque gestionen en ocasiones bien la cotidianidad -lo que no es poco-, no son capaces de ofrecer respuestas globales y solidarias a problemas que no se puede resolver con los anteojos de la categoría profesional.
¿Se puede sincronizar la lucha individual y la colectiva?
Creo que en el mundo del trabajo no hay lucha individual posible y mucho menos en un mercado de trabajo tan azotado por el desempleo. No llega ni a la categoría de espejismo creer que el trabajador en un marco tan desequilibrado como el de la relación laboral puede obtener ventajas de forma aislada. La única acción posible es la colectiva que no por ello debe actuar a través de la uniformidad, sino que, al contrario, puede perfectamente hacerse cargo de la diversidad que en todos los órdenes tienen los trabajadores actuales. Diversidad cultural, familiar… que debe encontrar tratamientos que lejos de negarla la respeten y la permitan en el ámbito de las relaciones laborales.
¿Corre peligro la libertad sindical y el derecho de huelga en estos tiempos?
Siempre han sido derechos molestos y puestos en el disparadero de aquellos que por ellos se ven limitados en sus aspiraciones, pero sin ellos no hay democracia. Si la libertad sindical y la huelga se desvanecen o se hacen ineficaces habremos entrado en una deriva que produce escalofríos, una deriva autoritaria que pone fin a un modelo de convivencia que tiene en el reconocimiento de la autonomía colectiva uno de sus puntales. Un horizonte distópico que no cabe augurar, pero que sirve para insistir en la necesidad de que la libertad sindical y la huelga sigan cumpliendo su función en la actualidad, dotándose de nuevos contenidos.
¿Hay que asumir que hay derechos que no se van a recuperar?
No, es imprescindible que también desde el plano sindical se huya del fatalismo y el determinismo. La forma en que organizamos el trabajo es una decisión política y no técnica. No hay un modelo de trabajo o de empresa que nazca de una deidad y ante el que solo quepa capitular. Los derechos, aun con nuevos perfiles y contenidos, se recuperarán en la medida en que los trabajadores y los ciudadanos en general consigan equilibrar en su favor las reglas de juego, algo que está en sus manos y en las de las organizaciones en las que se integran.
class=»s3″>en tu tiempo de trabajo, sino todo tu tiempo, ya que no se puede planificar ni contar con él, mientras se espera si te llaman o no te llaman para ir a trabajar, y eso es gravísimo.
Todas las entrevistas de la serie: Sindicatos del siglo XXI
1- Paula Rodríguez: “La conciliación debe ser una de las principales luchas de los sindicatos”
2- Manuel Gómez, un ingenerio-camarero sin perspectivas de afiliarse a un sindicato
5- Nuria López (CCOO): “La verdadera reforma que necesitamos en España es la empresarial”
6- Patrocinio Sánchez (UGT): “Vamos a empezar a recuperar derechos. No van a poder con nosotros”
7- Ángela Muñoz (Las Kellys): “Los sindicatos mayoritarios nos consideran intrusas”
8- Carmen Botía (Sociología): “Los sindicatos tienen que dejar de mirarse el ombligo”
10- Joaquín Pérez Rey: “Los sindicatos deben aprender de los movimientos sociales”
11- Agustín Yanel: “Hay que regular el trabajo a la pieza, de los ‘freelances’ y colaboradores”