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Del poeta García Montero al ‘Marca’
Las administraciones públicas relegan a la industria editorial, sumida en una importante crisis de identidad. ¿Cuánto tiempo hace que no se ve a un/una representante de la clase política con un libro en las manos?
Terminaba marzo de 1996 cuando José María Aznar fue investido presidente del Gobierno español por primera vez. Era un hombre adusto, severa y ferozmente conservador, que sorprendió a derecha –y sobre todo a izquierda– cuando pasó toda su primera votación de la legislatura leyendo poesía. Más concretamente, el libro Habitaciones separadas, de Luis García Montero. No suelen ser irrelevantes los gestos de un presidente, pero el poemario en manos de Aznar podría marcar una época, esa que acaba con el dispositivo electrónico de Celia Villalobos, vicepresidenta del Congreso de los Diputados, jugando a algo similar al Candy Crush.
«Me sentí desorientado», recuerda García Montero. «Es normal cuando un político de derechas lee a un poeta de izquierdas. Después me enteré de que tenía buenos asesores en poesía como Luis Alberto de Cuenca y Jon Juaristi. Y me acabé divirtiendo con la imagen pública elegida. Felipe González, muy poco lector, se había aplicado al cultivo de bonsáis. Aznar se hizo lector de poesía. Seguí sin cambiar mis ideas sobre el PP. Pero agradecí que un político se presentase en el Parlamento leyendo poesía. Y me consta que la poesía acabó siendo para él algo más que una pose. Uno no elige a sus lectores, pero uno debe mostrarse agradecido a ellos, a cualquier lector».
No es baladí la reflexión del poeta. Marzo y abril suelen llenarse de cifras sobre lecturas y lectores, datos, números, nombres y títulos. Sin embargo, la presencia de los libros en la sociedad, su relevancia en lo público, se orilla. No es cosa fácil de medir.
Cabe preguntarse cuánto tiempo hace que no se ve a un/una representante de la clase política con un libro en las manos. O cuál fue el último capítulo de una serie de televisión, la última película, en la que aparecía alguien leyendo. O cuál fue la última en la que aparecía una estantería con libros, una librería o una biblioteca pública. En lo que respecta a los libros, los referentes son esenciales. Y también lo son aquellos espacios donde se encuentra la lectura. Dos, a estas alturas del destierro: librerías y bibliotecas.
Librerías
«En efecto, los libros han desaparecido de los referentes públicos», afirma Juancho Pons, de la librería Pons de Zaragoza y actual presidente de la CEGAL (Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros). «De hecho, en muchísimas series de televisión españolas, cuando aparecen chavales, salen siempre con vídeo juegos, móviles… En Estados Unidos o Inglaterra hay de todo, pero se ve a más gente que lee en series y películas. Yo me fijo por deformación profesional. Y eso no deja de ser un reflejo de la sociedad en la que estamos».
Recuerda Pons la envidia que sentía al ver a los Obama, al menos una vez al año, acudir a una librería con sus hijas. Y cuando salían, mostraban los libros que habían comprado.
–¿Se le ocurre algún referente así en España?
–Sí que hay algunos. Pau Gasol, por ejemplo, es un deportista que lee continuamente y suele hacer públicos los títulos que le han gustado. O la actriz Maribel Verdú, que siempre recomienda libros y librerías. Aunque hay pocos referentes de ese tipo. Es una verdadera lástima que nos falten.
–¿Y entre los políticos?
–Es verdad que los reyes visitan la Feria del Libro, pero desde hace tiempo intentamos que vayan a una librería, que acudan con sus hijas y se compren cada uno sus libros. Imaginamos que serán lectores, no digo que no lo sean, pero a veces hay que visibilizar el hecho de acercarse a una librería y elegir los libros. O ir con los hijos a una biblioteca, o con los amigos. Queda mucho camino.
Esta ausencia de referentes públicos evidencia el escaso interés de las administraciones y, en general, de los medios de comunicación por el sector del libro. Algo que se mide en inversión, pero también en ventas. «Mi editor, Chus Visor, me ha dicho alguna vez que la noticia había supuesto, por lo menos, la venta de una edición y media», prosigue García Montero al recordar la lectura de Aznar. «De la segunda edición se pasó a la cuarta en poco tiempo. Lo interesante es que han pasado los años y el libro aún se mantiene entre los lectores más allá de la coyuntura. Pero sí, aquel azar fue un raro golpe de suerte para el libro».
La mayor prueba de la poca importancia que se le otorga a la Cultura en general y al libro en particular es que no existe un ministerio del ramo. «Lo primero que necesitamos es un ministerio de Cultura, pequeño, pero de Cultura», afirma enérgico José María Nogales, presidente de ANABAD, asociación española que representa a bibliotecarios y archiveros. «Un ministerio titular, para que la Cultura tenga el rango que debe tener. La importancia de un ministerio se mide por su presupuesto y por lo que ocupa en el Boletín Oficial del Estado. En el actual ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el apartado de Cultura ocupa en el BOE la mínima parte frente a Educación y Deporte». Baste destacar que, en el apartado de libros, el actual Gobierno sigue aludiendo a la Ley 10/2007, de 22 de junio, de la lectura, del libro y de las bibliotecas del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Lo irrelevante en un Ejecutivo se define por lo que no se cambia.
De la misma forma que los libros han ido perdiendo su presencia y su representación públicas, en los últimos tiempos han desaparecido las campañas de promoción de la lectura, sustituidas por las de recogidas de heces caninas, la exaltación de la construcción pública o la importancia de la calidad del aire, entre otras.
Bibliotecas
Y cuando los profesionales hablan de promoción de la lectura, no se refieren a actividades lúdicas. «No se trata de cuentacuentos o talleres de macramé para que los niños vayan a la biblioteca», insiste Nogales. «No vale de nada hacer un cuentacuentos en una biblioteca si, terminada la sesión, cada uno de los que ha asistido no sale de allí, al menos, con un libro bajo el brazo. Si no, han acudido a una sesión de monólogos de El Club de la Comedia, que me merece todo el respeto, pero no se trata de eso. Eso es otra cosa».
Hoy, muchas bibliotecas son espacios que parecen dormitar un sueño que viene de años atrás. Tras la inversión en innovación tecnológica llevada a cabo entre 2008 y 2009 por el Gobierno socialista, unida a una notable adquisición de fondos bibliográficos, y con las competencias transferidas a ayuntamientos y comunidades autónomas, las bibliotecas públicas han caído en el olvido. «En general la situación de ahora mismo es de un gran parón después de todo el desarrollo que hubo en los años 80 y 90, que se prolongó hasta 2005», lamenta Nogales. «A partir de ese momento, no hay nuevas dotaciones, nuevas bibliotecas. También se ha ralentizado desde 2010 la compra de libros, el incremento de los fondos bibliográficos». Desde entonces no solo se ha paralizado el incremento de las plantillas, sino que no se han cubierto las vacantes.
De hecho, muchas bibliotecas parecen espacios rescatados de otro tiempo, otras costumbres. «Todas las bibliotecas que se hicieron en los años 80 deben ser remodeladas. Hoy ya no deberían ser las bibliotecas del silencio, de las grandes colecciones. Debería poderse hacer en ellas coworking, trabajo en común, convertirlas en lugares donde la gente pueda interrelacionarse. Es imprescindible otra configuración del espacio», explica el portavoz del gremio.
Al contrario que en la mayoría de los países de nuestro entorno, el problema de los libros de préstamo, quizás los más necesarios en tiempos de crisis, arranca en la infancia. En España no ha existido jamás una conciencia seria, dotada del esfuerzo común y presupuesto, sobre la importancia de las bibliotecas escolares. Si bien es cierto que algunas administraciones públicas alardean del número de volúmenes de sus centros, la ausencia de profesionales cualificados convierte las cifras en adornos del sombrero. «Puede que cada colegio tenga una cierta dotación de fondos bibliográficos, pero en el mejor de los casos están asistidos por profesores de forma voluntariosa, e incluso padres. Hacen una labor encomiable, pero no es profesional. No hay un horario concreto y riguroso, por ejemplo, y al no ser profesionales, la selección bibliográfica no es siempre la adecuada».
Tiempos de ‘Marca’
Los libros y la lectura son un asunto cultural, de costumbres. De ahí la importancia de la inversión política y de su presencia pública. Tocar libros, ver libros, hablar y oír hablar sobre libros contribuye al retrato de una sociedad, mientras las cifras suelen retratar una industria.
«En España se lee muy poco», explica el presidente de CEGAL, «pero la poca gente que lee, lee mucho». Admite el librero, además, que en esto de la lectura hay mucha pose. «Hay muchísima gente que dice que lee y habla maravillas de la lectura y, a la hora de la verdad, no lee tanto. El que va al Día del Libro a comprar y luego no hace más que poner en redes sociales ‘mira todos los libros que me he comprado’, nos encantaría que cuando se los haya leído vaya a por más, pero…». Y recuerda el cierre de la mítica librería Negra y Criminal de Barcelona: «Todo el mundo decía ‘qué pena, qué pena’, y el librero [Paco Camarasa] contestó ‘Si toda esta gente que dice qué pena hubiera venido a comprar, probablemente no cerraríamos'».
El día que José María Aznar apareció con Habitaciones separadas puso en marcha una maquinaria que alimenta a librerías, bibliotecas, autores, editoriales y, sobre todo, a los referentes cultos de un país. «Recuerdo que se me llenó de recados irónicos de mis amigos el contestador automático. Y recuerdo que me llamaron de la Cadena SER. Algún periodista y tertuliano se quedó sorprendido al enterarse de mis ideas políticas sobre la situación española. Esperaban quizá un poeta oficial…», cuenta García Montero.
No sabemos quién llama a quién cada vez que Mariano Rajoy aparece leyendo el Marca.
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