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¿Quién es Emmanuel Macron?
"Los planes del candidato francés están lejos de establecer un sistema social que afronte los riesgos derivados de la modernidad, sino de otorgarles un espacio digital privatizado dentro del cual los ciudadanos puedan asumir y afrontar dichos riesgos".
No existe candidato que represente de forma más apropiada el intento por redefinir el ideal del capitalismo en el siglo XXI como Emmanuel Macron. Pintado como el único garante del progreso, tiñe de nuevo un liberalismo frente al cual se enmohecen las armas forjadas para luchar contra el antiguo. También responde al objetivo de superar la resistencia al neoliberalismo, asociado ahora a los partidos de izquierda y derecha tradicionales. Extraer de la sociedad la idea de que esa ideología tallada durante décadas debe corregir los efectos destructivos que ha tenido el mercado: tal es el milagro Macron. Es una “revolución pacífica”, explicaba su portavoz Laurence Haïm modernizando el concepto de “revolución pasiva” de Gramsci, que llega en un momento en el que a la incapacidad para reordenar el mapa liberal se suma la explosión digital. La nación francesa parece volver a marchar a la vanguardia de su tiempo bajo la curiosa dicotomía presentada por las élites mediáticas e intelectuales: el nuevo fascismo del Frente Nacional o ese joven heraldo de un capitalismo renovado. Léase, digitalizado. “Emmanuel Macron o Marine Le Pen, elijan”.
En un tiempo en el que el temor a la robotización planea sobre nuestras cabezas, los algoritmos y la inteligencia artificial comienzan a reemplazar la decisión individual, Emmanuel Macron idealiza la automatización en la gestión política. Es un “autómata, un robot construido en un laboratorio para que parezca un ser humano agradable”, ha apuntado Suzi Weissman. Pero algo no pinta bien. Y ese algo es el inconformismo con la dialéctica del “sentido común” con el que trata de venderlo el establishment europeo. No es de extrañar entonces que Weissman también expresara que el candidato francés le recuerde a Tony Blair. Recientemente, el exprimer ministro británico resumió en el New York Times la nueva agenda que el centro político tendría a bien implementar: “Debe haber una alianza entre los que impulsan la revolución tecnológica, tanto en Silicon Valley como en otros lugares, y los responsables de las políticas gubernamentales». No obstante, si el ideólogo de la Tercera Vía quiso decir que ser progresista hoy supone dejar el control de progreso en manos de las fuerzas tecnológica, Macron se adelantó al intento por digitalizar el thatcherismo hace ya varios años.
En la primavera de 2014, tras dejar su trabajo como asesor económico del presidente François Hollande, el exbanquero viajó a Silicon Valley con la intención de establecer su propia startup tecnológica, lo que le granjeó ser definido como “el Uber de la política europea” por Michael Gove. Después, ya convertido en ministro de Economía, Industria y Digital, propuso la Ley de Nuevas Oportunidades Económicas (NOÈ), una suerte de flexibilización digital del mercado laboral para ensalzar aún más la figura del emprendedor. “El emprendimiento encarnado por la tecnología francesa es parte de la solución a la crisis de nuestra sociedad”, declaró. Se trataba de incorporar en el marco jurídico lo que Pierre Dardot y Christian Laval definieron en términos foucaltinos como la “gubernamentalidad emprendedora”. Así, el discurso neoliberal de Macron no se articula con un llamamiento al mercado sino que, con la excusa del mundo digital, trata de convertir la actividad estatal en la continuación de un autogobierno en el que los ciudadanos se comportan cual empresarios. Como lo expresaron ambos autores, el modo de gobierno específico en esta forma de entender el neoliberalismo “promueve la empresa al rango de modelo de subjetivación: todo el mundo es manejado como una compañía y es diseñado como capital para dar un fruto”.
Según señala una información de L’Expansion, para promocionar aquella legislación, el entonces cargo público realizó un maratón por Palo Alto en la que mantuvo encuentros, entre otros, con Astro Teller, director de Google X (rama semisecreta de la multinacional que se ocupa de los proyectos más futuristas), o el CEO de Apple, Tim Cook -con quien no trató el delicado tema de su ingeniería fiscal-. Tampoco es casualidad que se reuniera con Paul Duan, un emprendedor que utiliza los datos para resolver los problemas de la sociedad y que afirmó poder reducir el desempleo en Francia en un 10% gracias a un algoritmo de “matching profesional”. Si el intelectual bielorruso Evgeny Morozov denunció en La locura del solucionismo tecnológico (Clave Intelectual, 2015) ese pensamiento mágico que trata de resolver todos los problemas del mundo con el uso de la tecnología o la mediación algorítmica, Morozov ofrece en un libro que se publicara en otoño la teoría de un “capitalismo del click” fundamentado por el “extractivismo de datos”: el intento de Silicon Valley por recoger toda nuestra información para ofrecer después a las instituciones respuestas a funciones que corresponden a las políticas públicas. Ambas ideas parecer encajar con el pensamiento del candidato de En Marche!
Libertad, igualdad, fraternidad… e innovación
Pese a que aquella ley fuera denegada finalmente por el Elíseo, como aspirante no ha dejado pasar algunas oportunidades para reiterar sus intenciones. Cuando Donald Trump firmó su polémica orden ejecutiva sobre migración, el candidato francés se solidarizó con los emprendedores asentados en California. “Quiero que todos aquellos que representan la innovación y la excelencia en Estados Unidos escuchen lo que les decimos: desde el próximo mayo, tendréis la puerta abierta de Francia”, dijo. En este sentido, el filósofo francés Éric Sadin ha sido quien mejor ha sabido entrever lo que trasciende a las ideas del más que posible futuro presidente de la República. En un ensayo reciente publicado y editado en francés expone lo que define como “la siliconización del mundo”, la inevitable convicción de que el modelo de Silicon Valley representa el horizonte insuperable de nuestro tiempo. “Se trata de adornar un nuevo tipo de capitalismo con virtudes igualitarias en el que todo emprendedor tiene la capacidad de conectarse y florecer,” explica Sadin. “Pero, en realidad, es un modelo de civilización basado en la mercantilización completa de la vida y la organización de la sociedad automatizada mediante la fibra de alta velocidad”.
Insistiendo en el propósito de Macron -autodefinido como “un europeo generoso e innovador”- por empujar de forma más consistente reformas neoliberales camufladas bajo el tinte de lo novedoso y el aspecto aparente de “lo abierto”, conviene hacer mención a lo que Sadin llama la “razón digital”. “Lo que fortalece tanto el poder como la legitimidad del tecnopoder contemporáneo es ante todo el dogma de la innovación, entendida como la condición primordial para garantizar la viabilidad presente y futura de las sociedades”, señalaba en un libro titulado La vía algorítmica. No obstante, ese liberalisme numérique (liberalismo digital) que profesa Macron se aleja bastante de la herencia ilustrada. “Una sociedad que carece de la fuerza para reflexionar sobre el camino hacia el que tiende; la sumisión completa del individuo a las leyes de la estructura del mercado, a través de una técnica de domino que se arrastra digitalmente por todas las partes de su mente, habría renunciado a expresar su poder político».
Como si fuera la viva imagen de las teorías denunciadas por Morozov y Sadin, el programa de Macron presenta soluciones semejantes para afrontar los cambios del nuevo siglo. “Lo digital no es una industria: es una transformación profunda de la forma de producir, consumir, aprender, trabajar; de vivir con sencillez,” reza su propuesta para digitalizar la organización social francesa, incluidos los servicios públicos. Sus planteamientos ofrecen pocos visos para creer que revertirá la estructura de privatización de los últimos años, pero sí para pensar que la retorcerá cediendo los datos de los ciudadanos para lo que espera sean “los nuevos titanes tecnológicos franceses», como ya ha sucedido con el partenariado firmado entre el Servicio Nacional de Salud británico y Google DeepMind.
En suma, los planes de Macron están lejos de establecer un sistema social que afronte los riesgos derivados de la modernidad, sino de otorgarles un espacio digital privatizado dentro del cual los ciudadanos puedan asumir y afrontar dichos riesgos. Y una vez “liberada la innovación” de sus grilletes, quien no triunfe no merecerá ser sostenido por el Estado. Así lo captó el corresponsal Rafael Poch durante un mitin reciente: “Hay que liberar las energías, dejar de proteger a los que no pueden y no tendrán éxito”, dijo Macron. Que este “manifiesto producto del marketing del establishment para hacer pasar continuidad por ruptura triunfe, sería algo sin precedentes en la historia de este país», observaba Poch. También que, por primera vez, la teología de Silicon Valley para la transición hacia un neoliberalismo digital pueda calar con tanta fuerza en una jefatura de Estado europea.