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Enloquecidos

"Parece difícil cambiar este mundo en el que se da culto al dinero, pero dejar de adorarle nosotros sí es algo que está a nuestro alcance".

Decían los clásicos, que los dioses enloquecen a aquellos que quieren perder. Parece claro que en la actualidad también hay dioses que  enloquecen a mucha gente. Yo pondría a Donald Trump como un claro ejemplo de persona enloquecida  por los dioses. Y toda la vida de ese personaje pone en evidencia que su dios es el dinero, un dios cruel e inhumano.

Pues ese dios ha acabado por enloquecerle. Para él la vida humana, millones de vidas humanas, no cuentan. Para él cuenta la riqueza de su país (que es la mejor manera de asegurar la suya). Y dentro de su país, la salud y la vida de los más pobres tampoco cuenta; cuentan los beneficios de las sociedades médicas y de los laboratorios. Ni siquiera cuenta el medio ambiente, la vida de nuestro planeta; cuentan los beneficios de las empresas mineras y petrolíferas.

Pero no es sólo Trump el enloquecido, el dinero es un ídolo que enloquece a todos sus adoradores. Y, desgraciadamente, es el dios que hoy impera en el mundo. Sumos sacerdotes suyos son las instituciones financieras, las agencias de calificación, las multinacionales los bancos  y, en la sombra, el amenazante brazo ejecutor del dios: ¡los mercados!

Es evidente que los millonarios están enloquecidos. Le ofrecen a su dios víctimas humanas por millones. Siguen luchando por tener más y más, cuando necesitarían veinte vidas para gastar lo que tienen. Que haya gente así lo comprendemos, el afán de riqueza ha existido siempre. Ya Jesucristo planteó la riqueza como el principal adversario del Reino de Dios que él anunciaba. Lo malo es que ese afán nos enloquezca a nosotros y perdamos la cabeza por cuatro euros más o menos. Ni siquiera por cuatro mil millones merece la pena enloquecer.

Naturalmente que algún dinero es imprescindible para atender necesidades materiales básicas. Pero hay otras muchas necesidades que es un error tratar de satisfacerlas a base de dinero. Es muy conocida la Pirámide de Maslow. Este psicólogo clasifica las necesidades humanas en cinco niveles formando una pirámide. En el inferior están las necesidades fisiológicas como la comida y el vestido, que sí se cubren con dinero. Luego están las necesidades de seguridad, seguridad física, de salud, en el empleo, de recursos…  también pueden tratar de cubrirse con dinero, pero es mucho más fiable si son atendidas por una sociedad en la que estas necesidades están cubiertas (un Estado de bienestar eficiente).

Lo grave es tratar de satisfacer las necesidades superiores con dinero. Necesidad de unas relaciones humanas satisfactorias, necesidad de reconocimiento y de autorrealización. Estas necesidades apuntan al desarrollo de la persona, de sus cualidades más elevadas en las que el espíritu tiene un mayor protagonismo. Es locura pensar que la riqueza nos pueda desarrollar humanamente.

Parece difícil cambiar este mundo en el que se da culto al dinero, pero dejar de adorarle nosotros sí es algo que está a nuestro alcance. No hay que ganar unas elecciones ni conseguir ningún poder institucional. Sólo darse cuenta del gran engaño que supone poner en el dinero nuestro afán, en vez de esforzarnos por conseguir un desarrollo humano equilibrado y potenciar todas nuestras posibilidades en todos los campos.

Muchas personas, quizás más de las que pensamos, personas de las que no hablan los medios de comunicación, han superado la locura de adorar el dinero y llevan una vida mucho más satisfactoria que los esclavizados a su ambición. Tomando esa postura estaríamos poniendo los cimientos de un mundo mucho más justo, humano y placentero.

Antonio Zugasti es socio cooperativista de La Marea.

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