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La derecha ecuatoriana tampoco acepta su derrota

El banquero Guillermo Lasso lanza a sus seguidores a la protesta callejera al considerar que hubo fraude electoral en los comicios del domingo, que ganó Lenín Moreno. Cuestionar el triunfo de un candidato progresista en América Latina se ha convertido en habitual. Ecuador se suma así a la lista de gobiernos de izquierda 'sospechosos' en Latinoamérica.

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Es difícil calcular cuántas veces se habrá proyectado la sombra de la duda sobre el resultado electoral de un país latinoamericano. Sobre todo si el vencedor representa a una opción política de izquierda. Calculo que dos o tres millones en las últimas décadas. Ocurre en Venezuela, en Bolivia. Ocurrió en Uruguay, en Argentina, en Brasil y, por supuesto, en Ecuador. De hecho, cuestionar el triunfo de un candidato progresista en América Latina forma parte de la crónica negra ya no solo de las corrientes de opinión más neoliberales del continente americano sino también de un importante sector de la prensa española que desde hace algunos años ha desarrollado un instinto especulador con la verdad de los movimientos de izquierda que brotan en nuestro entorno cercano. Hay muchos ejemplos pero el caso de Venezuela es el más insistente. En España se trata como una cuestión de Estado y, por extensión, implica a aquellos líderes regionales que se animan a pedir en público un poco de respeto hacia el proceso político bolivariano.

Algo de eso le ha comenzado a suceder al nuevo presidente de Ecuador, Lenín Moreno, a quien el exiguo margen de su victoria sobre el banquero Guillermo Lasso, poco más de 3 puntos porcentuales y 200.000 votos, le está acarreando digerir una pléyade de acusaciones de fraude con brotes de violencia callejera desmedida. En la avenida 6 de Diciembre de Quito, el lugar donde se encuentra la sede central del Consejo Nacional Electoral ecuatoriano (CNE), cientos de simpatizantes de la opción conservadora derrotada claman a estas horas contra un resultado que consideran como la prueba de que Ecuador va camino de convertirse en otro Leviatán latinoamericano como ya lo es Venezuela.

El propio Lasso apelaba en las redes sociales a la manipulación de actas electorales detectada por sus observadores para justificar una lucha destinada “a recuperar la libertad, la democracia y la prosperidad” se supone que secuestrada por una década de “correísmo”. Suele decirse que, por mucho que se repita una mentira, ésta no se convierte en verdad, pero parece claro que, si una consigna tan nítida como la del banquero guayaquileño se repite día y noche existe un serio riesgo de que acabe representando la realidad para mucha gente.

De manera que impugnando en esos términos el reconocimiento del triunfo de Lenín Moreno, la derecha oligárquica ecuatoriana parece decidida a transformar el país en un escenario bélico, como lo fue el Ecuador de los años 90 en el que Lasso hizo su fortuna, y a las principales calles de sus ciudades, a tenor de lo visto la pasada noche por televisión, en una especie de Madison Square Garden en horario non stop.

Buena parte de los españoles que migraron a Ecuador escapando del duro castigo infringido por la crisis financiera de 2008 comparten dos certezas sobre esta paradójica situación. La primera es que el país andino tiene una herida sin cerrar con su pasado reciente, el diabólico feriado bancario que entre 1999 y 2001 condenó al exilio a casi el 20% de la población y en el que Guillermo Lasso, como superministro de Economía y Energía del gobierno neoliberal de Jamil Mahuad, jugó un papel estelar.

La segunda certeza es que pese a las profundas desavenencias surgidas en el interior del movimiento de amplio espectro que en 2007 impulsó a Rafael Correa a la presidencia del país, la mayoría del pueblo ecuatoriano está prevenido ante determinados personajes como Lasso, capaces de envenenar con su presencia cualquier alternativa de cambio al modelo actualmente en vigor. Los datos están ahí: en 10 años de Revolución Ciudadana, la pobreza en Ecuador ha disminuido 13 puntos, la desigualdad 27, la economía ha crecido a un promedio anual del 3,9% y el paro es el más bajo de Latinoamérica. Además, las infraestructuras construidas durante este tiempo son la envidia de la región y la normalidad institucional está presente en casi todos los rincones del país.

También es cierto que varios acontecimientos ocurridos en los últimos años, como la liquidación de la iniciativa antiextractivista en la selva del Yasuní y los ásperos enfrentamientos mantenidos con algunas organizaciones sociales e indígenas que resultaron indispensables en el triunfo de Alianza País revitalizó a los sectores más conservadores del país convencidos de que, esta vez sí, contaban con la fuerza necesaria para retomar las riendas del poder del que fueron desterrados hace una década. Tanto es así que en un giro copernicano la izquierda ecuatoriana no “correísta” pidió el voto para el más genuino representante político del capital financiero que hay en el país. Una posición inexplicable a tenor de la fórmula repetida por Lasso para cambiar el país: aperturismo económico y desregulación de los mercados, combate a muerte al déficit fiscal mediante la reducción del Estado y recortes de la protección social, congelación salarial y eliminación de impuestos. Es decir, neoliberalismo puro en un país que ya vivió ese modelo con resultados dramáticos. Todo un contrasentido que puede acarrear consecuencias demoledoras para ese sector de la izquierda ecuatoriana que hace años que rompió relaciones con el Estado.

Decía García Márquez, hablando de las leyes del periodismo, que una gota de ficción contamina un océano de realidad. Pues bien, unos líderes iracundos y tan infantiles como su propia incapacidad para valorar el significado del voto nulo en respuesta crítica a la política oficial han estado a punto de destrozar un proceso donde aún existen ventanas abiertas para la profundización de la justicia social. Es verdad que en el periodo de cuatro años que ahora comienza, el nuevo presidente Lenín Moreno tiene todo por demostrar y que la simple comparación con Rafael Correa puede ser tremenda para él aunque haya enviado mensajes comprometiéndose a rebajar la tensión que había brotado en los últimos años de mandato de su antecesor.

La izquierda crítica ecuatoriana tampoco podía ser tan ingenua y pensar que Guillermo Lasso iba a aceptar su derrota como sueñan los personajes de las novelas de Luis Landero cuando son jóvenes y todavía conservan sus utopías en estado puro. La verdad es que el multimillonario guayaquileño ha hecho lo que la derecha local y regional exige a un personaje con su reputación y su dinero. Es decir, “pedir a todos, pacíficamente, que sigamos en las afueras de nuestra delegación del CNE exigiendo transparencia” y que viajará a Quito “para defender la voluntad de los ecuatorianos”, además de reunirse con la prensa internacional “para denunciar lo ocurrido”, según implora desde las redes sociales. Toda una declaración de intenciones. De confirmarse su presencia en la capital, el caso podría acaparar estudios de investigación en un futuro no muy lejano como signo inequívoco de los nuevos tiempos: Uno de los banqueros más poderosos de Ecuador cobijado dentro de una tienda de campaña para protestar por un presunto fraude electoral. A la vista de las expectativas creadas en las semanas previas a los comicios del domingo parece que la reacción de Lasso responde más a un intento burdo de encender a sus seguidores que a una forma heroica de defender la democracia. 

Artículo actualizado el 4 de abril, 10.40 horas.

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