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La ‘América’ de Manuel Vilas
En su nuevo libro, el escritor aragonés ejerce una reflexión, mordaz en muchos casos, sobre las paradojas que encierra EEUU.
«La basura tiene piedad, nosotros no». Frases como ésta asombran a quien tiene el placer de leer América (Editorial Círculo de Tiza) de Manuel Vilas, un libro original y provocador que en el mejor «estilo Vilas» despierta tanto la punzada de dolor como la sonrisa, la extrañeza como la revelación. En América se aúna la adoración del autor por los iconos culturales estadounidenses (de Lou Reed, of course, a Edgar Alan Poe, de Bruce Springsteen a Walt Whitman) con la reflexión, mordaz en muchos casos, sobre las paradojas que encierra este país.
Vilas narra con su voz inconfundible la vida en el Midwest (Iowa City), donde reside varios meses al año, y sus estancias en ciudades como Nueva York, Atlanta, Baltimore, Washington, entre otras. América no es un libro de viajes, más bien es una crónica peculiar (en el mejor sentido de la palabra) o un ensayo poético (sus imágenes son deslumbrantes) o una reflexión sobre la identidad de un escritor español que ha desistido de serlo, que ha elegido el «desistimiento» como forma de rebelarse contra el desprecio y el fracaso: «Un desistimiento amable, tranquilo, pero en donde aún late una enorme y salvaje pasión por la vida, pero por otra vida, por una vida más libre, por una vida imprevista».
Vilas ya anunció el deseo de reinventarse en una nueva vida, después del desgarro y el desvalimiento más profundos, en su poemario El hundimiento (2015). Esa vida, ahora, tal vez, pueda estar en Estados Unidos. Al fin y al cabo, y como nos recuerda el autor, es la tierra de las segundas oportunidades. Pero no se crean que Vilas hace aquí un ejercicio de exaltación americana o que tenga una visión ingenua del «sueño americano». Al ojo y la sensibilidad del autor no se le escapan la discriminación racial, la pobreza, el maltrato de los más desfavorecidos, el adormecimiento político del país (zombis, les llama).
De hecho, uno de los temas más recurrentes es la pobreza. A veces el autor sólo necesita hacer una mera observación como ésta: «El puente es gratuito si vas de Philly a Camden, es decir, si vas de la riqueza a la pobreza, pero hay que pagar cinco dólares si vas de Camden a Philly, si vas de la pobreza a la riqueza». ¿Hay forma más sucinta y elocuente de apuntar una de las muchas estrategias de guetización de este país? En ese mismo viaje a Candem en busca de la casa de Whitman, Vilas encuentra un barrio devastado por la miseria (como el barrio de Baltimore donde el autor visita la casa de Poe), de gente viviendo en la basura, usando aquello que ésta les ofrece para sobrevivir. De ahí que Vilas señale en la basura la piedad que a nosotros nos falta. Un viaje en un autobús Greyhound nos pone en contacto con la diferencia entre tener un coche en Estados Unidos o no tenerlo. No tenerlo es estar en un autobús que Vilas describe como «un campamento de refugiados», «un desagüe de la Casa Blanca».
El autor nos habla la soledad en un país que ha optado por atomizar la vida social, por aniquilar las ciudades. Describe la ausencia de núcleos urbanos o cascos antiguos, la soledad de las casas desperdigadas por el campo, la soledad de las calles (si es que hay calles porque en muchas ciudades ni las hay), la soledad de las personas en los restaurantes, de los jugadores en los casinos.
Vilas se fija en los aspectos más cotidianos del país, en la gente con la que él se identifica: la gran clase media o media baja, los camareros y recepcionistas de hoteles que le hablan en español, la gente que limpia las estaciones de autobuses, las dependientas. El viaje y las vivencias en Estados Unidos están impregnados por la observación de lo ordinario (los supermercados, los basements o sótanos de las casas, los outlets) entremezclada con reflexiones sobre el rock, el pop, la poesía, la cultura popular, los personajes políticos. De Trump hace un vaticinio certero: «Es muy posible que la final gane Trump, porque la gente ha elegido el caos, la aniquilación, la enfermedad, el rencor, la melancolía pesada».
La mayoría de estas reflexiones son parte de un ejercicio comparativo que obliga a Vilas a hacer referencias constantes a España. España aparece como un país arruinado por su oligarquía rancia, por un catolicismo trasnochado que ni siquiera se practica. España es puritana y mojigata, incluso su izquierda lo es: «Ésa que impidió al poeta Jaime Gil de Biedma entrar en el Partido Comunista por su condición homosexual en los mismos años en que Lou Reed grababa Walk on the Wild Side. España es cruel y despreciativa, un país incapaz de celebrar la vida, un país sin generosidad para el diferente». «Sin curiosidad». Estados Unidos, a pesar de su lado oscuro, gana frente a España, no por la riqueza o la abundancia, sino sencillamente por la oportunidad que da al escritor de reinscribirse en el mundo. En Estados Unidos, Vilas siente de nuevo la vida y la refundación: «Tú eres el país de la segundas oportunidades y yo necesito una».
España pierde, pero no así su idioma. Vilas, en un conmovedor poema que cierra el libro, define el español en Estados Unidos como la lengua de los sacrificados, la lengua desamparada que se pronuncia en susurros en un país en el que, contradictoriamente, las universidades sacralizan la literatura latinoamericana y a sus escritores. A esa lengua desamparada invoca el autor en sus últimas páginas para que ocupe su corazón también desamparado. La lengua: el lugar de aquél que no tiene uno.
La genialidad asociativa de Vilas se despliega en este libro con toda su fuerza. El autor se sumerge en la realidad que va descubriendo y se deja atravesar por ella, abre su peculiar sensibilidad al mundo y nos lo devuelve tamizado por una mirada generosa, perspicaz y un sentido del humor sorprendente, en algunos casos delirante, en el que no falta la empatía y la inteligencia. América es un libro que incita a la reflexión, la risa, la compasión, la crítica y la imaginación. ¿Qué más se puede pedir?