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Los cuidados colectivos o el abismo

"La llegada al poder de Trump se puede convertirse en una excelente oportunidad para resistir, construir colectivamente y cambiar el rumbo de este mundo que habitamos y que nos es común", escribe Yolanda Polo.

Camp des Milles

«No se trata, pues, de salvar al mundo ni a la humanidad, sino de hacer al mundo vivible y a la humanidad capaz de tomar en sus manos esta apuesta».

Marina Garcés

Existe un museo en el sur de Francia en lo que fue un campo de refugiados en la Segunda Guerra Mundial. Camp des Milles, se llama. De allí partieron más de 2.000 mujeres, hombres, niños y niñas hacia el campo de exterminio de Auschwitz. Uno de tantos lugares de espanto que nunca deberían haber existido; pero que ahora, décadas después, han de permanecer como parte esencial de nuestra memoria. El museo muestra claramente que quien no aprende de su historia se condena a repetirla.

Visité este lugar hace un par de años. Recorrer las estancias en las que malvivían las personas allá hacinadas es ya por sí mismo espeluznante. Adentrarse en la última parte del museo impacta aún más, si cabe. En ella, se muestra con enorme claridad las piezas que, encajadas, dan como resultado un genocidio. Un camino de decisiones políticas, construcción de discursos del odio, deshumanización de personas y necesarias complicidades que derivan en la peor de las infamias. Un dos-más-dos-es-igual-a-cuatro que nos pone frente a nuestro propio espejo.

La deriva que actualmente están tomando los discursos dominantes y ciertas decisiones políticas nos enfrenta a una realidad que, de no cambiar, nos lleva de nuevo al abismo. El comportamiento de Europa y de España, en la llamada crisis de los refugiados, parece olvidar las gravísimas consecuencias que decisiones similares tuvieron en nuestro pasado más reciente –además de, por supuesto, violar gravemente los derechos humanos–.

La llegada de Trump al poder ha echado más leña al fuego. Los primeros días de su gobierno están dando carta blanca a la legalización de la persecución de «los otros» y al crecimiento de los discursos xenófobos. Ante tamaña irresponsabilidad, algunos representes políticos han mostrado su rotunda oposición; otros, sin embargo, no han pasado de declaraciones tibias. Tal vez porque toman medidas similares o simplemente por eso de no perder al aliado.

Cada quien a su manera y mejor en colectivo
Volvamos al museo. En él acabaron un buen número de artistas de varios rincones de Europa. En medio de tanto horror, fueron capaces de cultivar la más bella de sus resistencias: adornaron los muros que aniquilaban su libertad con pequeñas obras de arte. Aquí y allá pueden verse sus anhelos de “liberté, vie, pax…” Cuando los vi asomando entre las sombras de los sótanos, sentí aquellos deseos como propios; porque, en realidad, lo que nos une, lo que nos es común, no sabe de países ni fronteras ni siquiera sabe de tiempos. Si algo excepcional tiene el museo es su enorme capacidad de hacernos sentir parte de la humanidad y entender que, incluso en las situaciones más extremas, «cada quien puede reaccionar, cada quien puede resistir, cada quien a su manera…».

Hoy, como entonces, nuestra capacidad de resistencia debe guiar nuestra vida colectiva. De hecho, ya lo está haciendo. La llegada de Trump ha abierto la puerta a un enorme vendaval de indignación y acción global de enorme calado. La marcha de las mujeres en Washington (con apoyos en todo el mundo) o la asesoría legal gratuita que abogados y abogadas están prestando a personas afectadas por el cierre de fronteras a países musulmanes forman parte de esa marea de reivindicaciones y cuidados. Aparecen aquí y allá gestos cotidianos igualmente importantes; recientemente pasajeros del metro de Nueva York borraban los símbolos nazis que alguien había pintado en los vagones.

Acciones colectivas que se suman a las que en otros muchos rincones del planeta nos unen como humanidad. Las «patronas», que en México alimentan a quienes desde Centroamérica toman la peligrosa ruta hacia Estados Unidos a lomos de «la bestia». La población de Lampedusa, que acoge solidariamente a quienes ejercen su derecho a la migración. Las redes de apoyo mutuo, que de una ciudad a otra acompañan a quienes huyen de los conflictos y la miseria. Los colectivos sociales, que presentan demandas contra la imposición de leyes que violan derechos. O las ciudades refugio europeas que ahora se unen a las ciudades santuario de Estados Unidos.

Como dice la filósofa Marina Garcés, se trata de rebelarnos «en cada contexto y en cada lugar donde la dignidad de una sola persona es pisoteada». Esto nos obliga a una alerta constante en nuestro día a día. Y nos lleva, irremediablemente, a hacerlo con otras y otros, porque solo la acción colectiva puede salvarnos de un sistema capitalista depredador, patriarcal y sin límites que es capaz de todo, hasta de acabar con la vida. El internacionalismo es más necesario que nunca; los cuidados, también.

Parece paradójico, pero la deriva de Europa y de España, la llegada al poder de Trump, pueden convertirse en una excelente oportunidad para resistir, construir colectivamente y cambiar el rumbo de este mundo que habitamos y que nos es común. En Des Camp des Milles se aprende mucho; pero sobre todo se comprende que la barbarie no es una fatalidad sino que se produce por nuestra falta de vigilancia, por nuestra cobardía, por nuestro descuido. Decía recientemente Javier Gallego que «a veces tiene que ocurrir lo peor para sacar lo mejor de nosotros mismos«. Ha llegado la hora de sacarlo y hacerlo de la mano de esas personas con las que tanto compartimos más allá de nacionalidades.

* Yolanda Polo Tejedor, miembro de la Coordinadora de ONGD España

 

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