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La ONCE que nos decepciona y nos frustra
La periodista invidente Laura Hernanz denuncia sin reservas una situación paradógica: esa ONCE buenista que la publicidad nos exalta resulta totalmente ficticia a la hora de prestar los servicios educativos y sociales que le son encomendados por el Estado y para los que cuenta con jugosas ayudas públicas.
Podría comenzar diciendo que esta publicación o este texto está basado en hechos reales, pero no podría seguir diciendo después que cualquier coincidencia con los personajes o sus nombres son mera casualidad, porque no es cierto.
Ayer iba a ser un día más, pero no lo fue. Decidí ir a un centro comercial a cambiar un abrigo por otro de una talla más ya que, amigos, los años no perdonan y el cuerpo tampoco. Cuando estaba en la cola de la caja, una chica joven reclama mi atención: «Perdona, perdona, ¿eres Rosa?». Cuando por fin me di cuenta de que se refería a mí, me volví sorprendida. Ella se disculpó al darse cuenta de que yo no era la tal Rosa. «¿A qué Rosa te refieres?», pregunté yo, siempre en ese afán genético que tengo por la curiosidad y el saber. La respuesta dio lugar a una conversación que hizo que se me cayeran los palos del sombrajo, o el alma a los pies, o que me diera vergüenza ajena, o como lo queráis vosotros decir.
Rosa, la persona por la que me había equivocado aquella joven mujer, era una señorita que hace bastante tiempo iba al colegio a atender una vez al mes a su hija Flavia, una niña con una ceguera total. Yo, metida ya de lleno en el tema e implicándome como si de mi hija se tratara, porque no lo pude evitar, la pregunté que cómo era posible que siendo Flavia ciega no estuviera en el colegio de la ONCE. Entonces ella me dio la clave: porque, además de ser ciega, tiene un retraso cognitivo importante. Yo me sentí desfasada, obsoleta, fuera de lugar y con una rabia y una impotencia de esas que sentimos todos cuando vemos una injusticia que no entendemos.
Cuando yo era pequeña, y de esto hace ya más de 30 años, en el colegio de ciegos de Madrid había personas ciegas por supuesto, y deficientes visuales, claro que sí, pero también había niñas con problemas cerebrales que eran y estaban muy bien atendidas por profesionales experimentados. Y
daba igual si la niña o el niño, además de tener ceguera, sufría también sordera, retraso mental, parálisis física, etc. Lo importante es que fueran ciegas, y que necesitaban de la ayuda de la ONCE, de esos servicios sociales tan maravillosos que la organización tenía, y que eran prioritarios y fundamentales para que después la gente pudiera luchar y tener una posibilidad de futuro.
Debo decir, queridos amigos, que finalizando mis estudios de lo que antes era el BUP, tuve la posibilidad de estar como representante de los alumnos en la Junta Central de Becas de Educación en la Dirección General de la ONCE. La experiencia prometía, pero debo deciros que fue sinceramente dura y casi traumática para mí. Estamos hablando ya de la década de los 90, y en aquella cola interminable del centro comercial, recordé por unos segundos cómo la persona que entonces era Jefa de Educación, doña Rosa Villalba, aplicaba como una autómata o como una máquina la normativa vigente sin pudor y sin pensamiento ni sentimiento ninguno.
Cada vez que yo la interrumpía, cada vez que yo intentaba hacerle ver que el hecho de que esa persona plurideficiente tuviera un colegio público más cerca que el privado que esa niña necesitaba y para el cual solicitaba la beca, no era justo, no iba ayudar a la persona en sí. A veces colaba, y a veces no. Porque se trataba de eso, de hacerla parar, de darle al stop o al pausa, de intentar que esta señora dejara por un momento de hablar para que los demás pudieran pensar en lo que yo proponía y pudiéramos votar, aunque a veces, muchas de ellas, no conseguí mi propósito.
Luego estaba el tema de conceder préstamos de tiflotecnología a estudiantes o trabajadores que no fueran vendedores; estudiantes, por ejemplo, que trataban de hacer Matemáticas, Interpretación y Traducción, Filología inglesa, francesa, alemana o incluso de las llamadas lenguas muertas o antiguas, Latín y, sobretodo, Griego. Para eso se necesitaba concederles aparatos muy costosos como el Braille lite, que para quien no lo sepa es un Braille speak con línea Braille incorporada. Y que, a pesar de la cantidad de demanda que había por parte de los alumnos de estos aparatos, no había manera de que la buena señora flexibilizara mínimamente aquella maldita injusta normativa.
Aquellas duras reuniones se me vinieron a la cabeza en cuestión de segundos, porque a pesar de todo aún se concedían cosas. Me volví y le pregunté dónde estaba la niña ahora. La mamá me dijo que estaba muy disgustada con la ONCE porque, a pesar de ser ciega, había pesado más el hecho de su retraso cognitivo, y no la habían admitido en el colegio. Le habían prometido que iría una profesora de apoyo a su colegio especializado, que gracias a dios ahora son públicos, aunque esto no sea gracias a nuestra maravillosa organización.
Se supone que la profesional, Rosa, de aquí el enlace conmigo, iba a ir asiduamente, pero hubo veces en las que sólo iba una vez al mes, suponemos que no por culpa de ella, sino porque posiblemente no daría abasto con la cantidad de niños con problemas de todo tipo a los que tenía que asistir. Esto quiere decir que los servicios sociales de la ONCE tampoco van dirigidos a contratar más personal especializado en niños que lo necesitan, puesto que no los admiten donde deberían admitirlos —esto es, en el colegio de la ONCE—, porque son ciegos por encima de todo. Pero es que tampoco hay servicios suficientes destinados a contratar más profesionales de apoyo a niños y niñas con este tipo de problemática.
La pregunté cómo estaban las cosas actualmente, y me dijo que un día la llamaron desde el centro de recursos desde el que no habían querido admitir a la niña, pero sólo para preguntarles por Rosa, para ver si hacía bien su trabajo. En ningún momento les preguntaban si Flavia necesitaba algo más. Evidentemente, la mamá de Flavia les dijo que estaba muy disgustada pero ya no con Rosa, sino con la ONCE en general, y que deseaba tener la posibilidad de poner una reclamación sobre este tema en algún sitio. La mandaron al colegio de Moratalaz, allí puso tal reclamación, y le dijeron que como mínimo la respuesta llegaría en seis meses. Ya no le quise preguntar qué puso en esa reclamación, pero lo que sí me dijo es que ya habían pasado más de seis meses y no sabía nada.
Desconocedora de todo me dijo que creía que iba tener que ir a la calle Prim. Todo lo que yo le pude y supe decir, roja como un tomate, porque quiera o no, se me ve que soy ciega y que pertenezco a la organización, es que se fuera a la Dirección General de la ONCE, porque quizá allí podría tener más suerte. Entonces me llegó mi turno y la perdí de vista para mi desgracia, aunque mucho me temo que por mucho que yo hubiera intentado hacer por ella no hubiera conseguido nada, más allá de salir de cualquier despacho con los pies fríos y la cabeza caliente.
Así que, queridos amigos que pensáis que la ONCE está mal en empleo o en malas condiciones laborales a sus trabajadores, o aquellos de vosotros a los que sólo puedo llamar estómagos agradecidos porque pensáis que gracias a la ONCE tenéis un presente del que podéis vivir holgadamente… la situación también es decepcionante en temas de educación y de servicios sociales, que como todos sabemos era — porque ya no lo es— el fundamento por el que surgió esta organización que hoy nos asola, nos decepciona y nos frustra.
Ojalá esa mamá y esa niña tengan suerte. Ojalá el imbécil de turno que las atienda donde quiera que sea que las atienda, tenga un día inspirado o tenga sentimientos o corazón, porque desgraciadamente, como se trate de aplicar la normativa, ni Flavia ni ninguna otra niña o niño en su situación van a poder aprovecharse de esos servicios sociales que tanto vende la ONCE cuando le dice a la gente con la pasta que se gastan en publicidad, que compre la paga del cupón. Cuánta mentira, cuánto desengaño, cuánta mierda y cuánto asco me da esta casa con sus hacedores de normativas sin sentimientos y que sólo quieren amasar dinero, con sus directivos déspotas y con su mentira constante en la boca.
Suerte Flavia; suerte, mamá de Flavia; suerte a todas y todos los niños y niñas que a pesar de ser ciegos, como si eso no fuera bastante duro ya en la vida, tienen otra plurideficiencia, otra discapacidad o como lo queráis llamar. La ONCE nos va a dar más allá de una patada en el culo, aunque con zapatos de raso y seda.
Yo, por mi parte, saqué de la bolsa el abrigo y metí en ella el corazón, los palos del sombrajo, el alma, la pena, la impotencia, el sonrojo y la frustración porque todo no me cabía. Nunca una bolsa pesó tanto como aquella.