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Podemos necesita un Plan

Artículo de Miguel Urban sobre la propuesta que encabeza de cara a la Asamblea de Podemos. La Marea publicará en los próximos días un artículo de los cabezas de lista de los otros proyectos.

Después de algo más de dos años de Vistalegre I, no podemos negar que Podemos ha sido capaz de conseguir hitos electorales antes imposibles, ha sido un revulsivo en la política con cuestiones como nuestra independencia económica respecto a los bancos, nuestra potencia en las redes sociales o nuestra capacidad comunicativa. Pero en el balance de Vistalegre I debemos también afrontar la paradoja de cómo Podemos se ha ido perfilando como un partido abierto en lo formal y cerrado en la práctica en algunas cuestiones: listas plancha, falta de pluralismo, preponderancia de los cargos en la vida interna de la organización, etc. El “estado de excepción” en forma de “máquina de guerra electoral” aprobada en Vistalegre I ha mostrado en parte su capacidad electoral pero ha borrado la frescura del Podemos que quería tomar el cielo por asalto, de un movimiento político decidido a reinventar las instituciones para ponerlas al servicio de la mayoría social.

A pesar de que Rajoy ha conseguido revalidar gobierno después de un ciclo de inestabilidad inédito hasta ahora en nuestra democracia, la crisis de régimen no parece haber encontrado una solución clara y la situación política sigue abierta. En este sentido, la irrupción de Podemos y sus distintas confluencias en el Estado español ha sido otro paso más en el sintomático distanciamiento político y simbólico-cultural de la gente respecto de las élites política y económicas que ya evidenció la enorme potencia del 15M y los mecanismos de apoyo mutuo y sindicalismo social como la Plataforma de Afectados por las Hipotecas o las Mareas. Y, sin embargo, como hemos podido comprobar, sería prematuro anunciar el definitivo ocaso de los partidos del “bipartidismo” en el escenario español. Desde luego, si bien Unidos/as Podemos no consiguió superar electoralmente al PSOE en las últimas elecciones generales, el clima de inestabilidad política, así como la incapacidad de formar gobierno o el haber tenido que repetir elecciones por primera vez en la historia reciente no se podría entender sin el actual clima de “polarizaciones” que de la calle se ha trasladado al parlamento e incluso al interno del propio Partido Socialista.

El tradicional bipartidismo ha encontrado un arreglo precario que solo puede ser coyuntural, a expensas del propio PSOE que continúa en caída libre: firmar públicamente la Gran Coalición. La crisis de legitimidad del sistema de representación sigue apuntalada por los nuevos casos de corrupción que continúan saliendo a la luz, la recuperación económica se está demostrando solo, para unos pocos y basada en una momentánea recuperación del sector turístico-inmobiliario sobre la base de la captación de capitales internacionales. Escenario que se desarrolla sobre el fondo de una crisis financiera internacional de la que siguen produciéndose estertores –como hemos podido comprobar en la debilidad del sector bancario italiano o del Deutsche Bank–. Por otra parte, el plegamiento de las élites políticas a los dictados de la austeridad europea hace prever nuevos recortes. Por tanto creo que existe la posibilidad en el medio plazo de que las dinámicas de malestar subyacentes generen un nuevo ciclo de movilizaciones y un nuevo periodo de inestabilidad. El reto será, por tanto, el de tener la capacidad de potenciar, ampliar y ayudar a que se consoliden estructuras con vocación de permanencia, ya que las diversas luchas, en sus diferentes formas (no todas épicas) constituyen la condición de posibilidad del cambio político.

En estos dos años, por Podemos y sus círculos han pasado decenas de miles de personas, la mayoría de las cuales, a pesar de haber votado a Podemos, no se han quedado a participar regularmente. Podemos ha sido capaz de fundar una política de lo “excepcional”, movilizando a millones de personas en momentos puntuales, pero se ha mostrado menos capaz de proponer una política de lo “cotidiano”, de generar comunidad, solidaridades y redes de apoyo mutuo. Y es evidente que Podemos no lo va a poder hacer solo ni únicamente desde Madrid, tenemos por delante el trabajo de territorializar la política, que no significa otra cosa que involucrarse en la creación de comunidad, en tejer movimiento en todos los espacios de la vida social, trabajando con otros actores para generar instituciones de clase autónomas. Este puede que sea uno de los principales retos de que tiene Podemos en el próximo periodo. Si el 15M abrió el ciclo político que posibilitó el surgimiento y desarrollo de Podemos, la vuelta a la movilización social se torna como una condición indispensable para vencer el bloqueo institucional actual y decantar el campo de las polarizaciones hacia el camino del cambio político.

El cambio social no es posible únicamente desde la acción institucional, sino que debe ser impulsado por una pluralidad de frentes de lucha y que la cultura producida en los espacios de resistencia es necesaria para que ese cambio sea duradero, para conseguir la hegemonía de la que tanto hablamos. No podemos absorber esa riqueza contenida en las organizaciones para supeditarla a la agenda institucional o de partido. Se trata de estar en permanente contacto con ella, de proyectar sus demandas y al tiempo, poner los recursos necesarios para apoyar estos procesos y consolidarlos. Siendo cuidadosos de sus lógicas autónomas, una de las tareas centrales de Podemos debería ser fortalecer ese ecosistema plural, acompañarlo, estar a su servicio, tejiendo alianzas que constituyan la base del cambio social.

Podemos contribuyó a ensanchar la audiencia de masas de todas estas fuerzas y como fuerza política tiene que establecer qué línea de alianzas y qué tipo de relaciones va a mantener con un marco de actores plural. Tiene, además de la responsabilidad principal de plantear orientaciones políticas que le transcienden, la necesidad de plantear marcos que faciliten la cooperación, el aglutinamiento y la coordinación de dichas fuerzas. Podemos debería jugar en el doble campo de, por un lado, llevar al terreno institucional el programa de estos movimientos, y por otro, tratar de consolidar estos movimientos en formas organizativas independientes y perdurables en el tiempo. Nos toca, sin arrogancia, trabajar con muchos más actores. Para ello, contribuir a un marco coordinado y, a ser posible, confederado mas allá del terreno electoral e institucional, en el que las diferentes fuerzas tengan voz y peso político. Podemos necesita salir de Vistalegre II con un plan para ayudar a contribuir a la creación de un nuevo ciclo de movilizaciones sociales que nos permitan derrotar a la gran coalición y a la vez, transformar la sociedad. Esa es la apuesta de Podemos en Movimiento.

Miguel Urban es europarlamentario y cabeza de lista de Podemos en Movimiento. 

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