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El faro que ilumina El Salvador

Gervasio Sánchez incide de nuevo en la situación de la prensa, esta vez a través de la trayectoria de ElFaro.net y las dificultades de informar en el país centroamericano.

Entierro del sonidista de la televisión salvadoreña Mauricio Pineda, asesinado por el Ejército el 19 de marzo de 1989, día de las elecciones generales que se realizaron en plena guerra civil. GERVASIO SÁNCHEZ

SAN SALVADOR (EL SALVADOR) // Se cumple un cuarto de siglo del fin de la guerra de El Salvador, un conflicto que curtió a una generación de periodistas cuyas crónicas, filmaciones, fotografías evitaron que la oscuridad se apoderara de un país donde informar podía costar la vida. Mis inicios profesionales estuvieron vinculados a este país. Llegué por primera vez a El Salvador en octubre de 1984. Ya se acumulaban más de 30.000 muertos, en su mayoría civiles, miles de desaparecidos, centenares de miles de refugiados. Un reguero constante de sangre y dolor.

Una de las primeras personas que conocí fue a Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana, asesinado cinco años después junto a otros cinco jesuitas y dos mujeres del servicio de la casa religiosa de la Compañía de Jesús. Me repitió una frase que lo resumía todo: “Estados Unidos y Unión Soviética pone las armas, los salvadoreños los muertos”. Cuando hoy me preguntan sobre los peligros actuales de informar en algunos conflictos extremadamente violentos recuerdo aquellos inicios. Atravesé Guatemala, donde no me atreví a trabajar como periodista porque se vivía una situación espeluznante con ejecuciones extrajudiciales diarias.

Al llegar a San Salvador me acerqué al mítico hotel Camino Real, cuartel general de la prensa extranjera. Un periodista local, que trabajaba para una cadena de televisión estadounidense, compuso una lista con una docena de nombres: “Intenta no figurar en esta lista de amenazados de muerte porque tendrás que irte o aceptar que en cualquier momento te pueden matar”. La lista estaba encabezada por periodistas estadounidenses de los medios más conocidos. En los primeros cuatro años de guerra ya habían sido asesinados o muertos más de una veintena de informadores extranjeros y locales.

Tenía en mi retina el cuerpo agonizante de Olivier Rebbot, que trabajaba para Newsweek tumbado en el suelo mientras su compañero de la revista Time intentaba reanimarlo. Había reflexionado mucho sobre esa fotografía que estaba pegada en la pared de mi cuarto de estudiante de periodismo en Barcelona desde hacía tres años. Time y Newsweek mantenían una competencia feroz por la audiencia, pero sus fotógrafos se ayudaban y protegían sobre el terreno. Me había impresionado la historia de John Hogland, muerto en mayo de 1984. Ya había sido herido tres años antes cuando su coche pisó una mina en El Salvador. Fue capaz de accionar el disparador de su cámara antes de morir. Sus compañeros de profesión tuvieron que pagar la mitad de los costes del envío del cadáver a Estados Unidos. En el momento de morir no trabajaba para ninguna revista, pero se encontraba en medio de un combate. No estaba allí por dinero. Quizá murió por exceso de confianza o porque estaba fatigado mentalmente. Quizá necesitaba oxigenarse. Marcharse de aquella locura permanente durante un tiempo. Aunque sólo fuera por cambiar de escenario. Aunque ese lugar fuera otra guerra olvidada o mítica.

Años, décadas después viviría en mi propia carne el impacto de la muerte de compañeros en Centroamérica, Bosnia, Congo, Sierra Leona, Afganistán, Irak, Siria, Haití. Días recordados en cada calendario anual que te obligan a hacer llamadas a viudas, madres, hijos, hermanos de tus compañeros muertos para decirles que pueden contar contigo si te necesitan. Puedes olvidar un cumpleaños de un ser querido, pero nunca dejarás pasar una de esas fechas claves tatuadas en tu memoria.

El Salvador sigue siendo un país complejo a la hora de informar. No es tan mortífero como sus vecinos Honduras o Guatemala, pero las amenazas están garantizadas cuando se tratan temáticas sensibles como la corrupción gubernamental, las vinculaciones  de hombres de negocios poderosos con el narcotráfico, la violencia de las maras o pandillas o los asesinatos históricos que implican a los antiguos escuadrones de la muerte o las fuerzas armadas.

El diario más sólido de El Salvador es digital. Se llama ElFaro.net y está considerado como el primer periódico digital latinoamericano que nació hace casi dos décadas con firme voluntad de convertirse algún día en un diario de papel, un sueño que fue finalmente descartado en 2006. Me encuentro en su sede con su actual director, el valenciano José Luis Sanz. Llegó al El Salvador a principios de 1999 huyendo de la deteriorada situación de la prensa en su región. “Era muy difícil ejercer el periodismo aunque tuvieras trabajo garantizado. El cinismo estaba muy asentado en el periodismo español y en el valenciano. Sabías de qué podías hablar y de qué no”, comenta en su pequeño despacho.

Estuvo trabajando dos años en Vértice, el dominical de Diario de Hoy, una isla en un diario muy de derechas. En aquella época consiguieron introducir temas que nunca se habían publicado como entrevistas con exguerrilleros a pesar de que ya hacía una década que había finalizado la guerra civil y algunos antiguos combatientes eran parlamentarios. En 2001 empezó a colaborar gratuitamente con El Faro.net, que había nacido en 1998 como una idea loca de un periodista, Carlos Dada, y un empresario, Jorge Siman, cuyo padre había sido amigo del arzobispo Óscar Arnulfo Romero y del jesuita Ignacio Ellacuría, ambos asesinados en los años ochenta. Ambos eran primos, habían llegado del exilio y querían crear un periódico de papel con reportajes de profundidad y periodismo de investigación. Hicieron decenas de presupuestos imposibles durante ocho años mientras se centraban en potenciar un periódico digital en unos años en los que “ninguno de los colaboradores de El Faro.net tenía internet en casa”.

El actual director recuerda su desembarco cuando el diario digital “era Carlos y ocho estudiantes de periodismo que aún no se habían licenciado” que intentaban hacer “con muchas carencias” una publicación incisiva.  La inmensa mayoría de los colaboradores trabajaban gratuitamente en sus ratos libres después de finalizar sus jornadas laborales en los diarios tradicionales. En 2003 tuvieron el primer gran éxito periodístico. Entrevistaron a Mauricio Funes, un prestigioso periodista que había ganado en 1994 el premio María Moors Cabots, el más antiguo reconocimiento internacional en el campo del periodismo que otorga la Universidad de Columbia (Estados Unidos).

Había rumores de que quería lanzarse a la arena política, pero los periodistas de El Faro no acababan de encontrar el momento de hablar del tema. Al final de la entrevista fue el fotógrafo quien lanzó la pregunta. “Aceptaría ser candidato del FMNL (la antigua guerrilla) con ciertas condiciones”, fue su respuesta, una auténtica bomba informativa en el panorama político de entonces. Funes acabaría siendo presidente de El Salvador en las elecciones de 2009 ganadas por el FMNL 17 años después de finalizar la guerra. 

La primicia fue un gran éxito para El Faro pero también incrementó los problemas de sus colaboradores: “Habíamos publicado la exclusiva en un diario minoritario y digital en vez de en los periódicos en papel que pagaban nuestros sueldos”, me cuenta José Luis Sanz. Con la ayuda de fundaciones privadas, el diario digital empezó a plantearse proyectos en profundidad como En el camino, sobre la inmigración centroamericana a través de México, el largo viaje de 5.000 kilómetros que protagonizan cada año centenares de miles de personas. Fue un proyecto multidisciplinar realizado por un cronista, Óscar Martínez, un fotógrafo catalán, Edu Ponces y una documentalista, Marcela Zamora, que se presentó primero en el diario digital y más tarde en formato de libro de crónicas, Los inmigrantes que no importan, en un libro fotográfico llamado también En el camino (editorial Blume) y en un documental titulado Tierra de nadie, que abordaba la inmigración de las mujeres.

El proyecto tuvo un gran impacto periodístico en México y Centroamérica, y sirvió para contar “la penuria del camino” cuando hasta entonces sólo se hablaba de “la remesa enviada y el mito del viaje”. Los periodistas se centraron en mostrar las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, la inanición del Estado mexicano, las redes de la corrupción policial y de trata de esclavas, prostitución y crimen organizado. El proyecto En el camino demostró a los responsables del ElFaro.net que “Internet es velocidad pero la historia es fuego lento y los formatos largos tienen sentido”, reflexiona José Luis Sanz.

El Faro acaba superando la limitación del diario digital, que sigue siendo el buque insignia, y comienza a publicar libros, producir  documentales, realiza un programa de radio dos días a la semana y regala un noticiero radial a decenas de radios comunitarias. A partir de 2009 El Faro.net comienza a realizar investigaciones cada vez más impactantes sobre narcotráfico y lavado de dinero, corrupción política, financiación de las maras. Publica en mayo de 2011 un reportaje de investigación titulado “El Cártel de Texis”, basado en informes de inteligencia que vincula a un importante empresario hotelero con una red de narcotraficantes en el que participan diputados, policías, alcaldes y pandilleros y que controlan las rutas salvadoreñas de tráfico internacional de la cocaína suramericana que viaja rumbo a los Estados Unidos.

Las primeras amenazas serias obligan a aceptar protección policial de sus instalaciones y escolta de los periodistas implicados en la investigación durante varios meses. “Tomamos conciencia del riesgo e incrementamos los protocolos de seguridad. Establecemos la figura del monitor en cada reportaje sensible, una persona que obliga a los redactores a estar siempre localizados y que tiene la autoridad para suspender un encuentro cuando no está garantizada la seguridad”, explica el director. Establecen un fondo de emergencia en el presupuesto para los pagos de abogados en caso de que se produzcan reclamaciones judiciales y deciden que toda información sensible tiene que pasar por diferentes filtros para evitar el descrédito o el juicio por errores en los contenidos. Aunque los mismos directivos huyen de “la idea del periodista heroico” en un país donde hubo 5.300 asesinatos durante 2016.

En noviembre del año pasado el diario digital consiguió un hito: The New York Times publicó un extenso reportaje en su portada titulado “La mafia de pobres que desangra a El Salvador”, firmado por tres periodistas y un fotógrafo de la redacción de El Faro.net. Los reporteros estuvieron investigando durante años las finanzas de las maras o pandillas formadas por unos 60.000 miembros, casi el uno por ciento de su población total.

Ocho periodistas y un empresario forman el accionariado de El Faro.net, regido por una junta directiva de cuatro personas, incluidos sus dos únicos directores. Sigue siendo un proyecto colectivo con una toma de decisiones temáticas muy horizontal. El centro es la redacción que rechaza garantizar años de seguridad económica a cambio de sacrificar la concepción que tienen del periodismo como servicio público ejercido de forma independiente. Como dice su director “elaboramos proyectos y buscamos financiación y no al revés”. Una estrategia periodística que premia los temas en profundidad por encima de las trampas del mercado, que no acepta las modas mediáticas que cuestionan el interés de los ciudadanos por los grandes reportajes realizados con la rigurosidad y el tiempo necesarios. 

Con el paso de los años se han ido centrando en temas que no tocaban en la década anterior. En 2011 crean La Sala Negra. Hasta entonces apenas habían tratado la violencia. Hoy tiene ocho personas consagradas a profundizar en los hechos que explican fenómenos como la violencia que cada día tiñe de rojo las calles salvadoreñas. Todo esto con un presupuesto de 850.000 dólares al año, incluidos los 100.000 dólares que dedican anualmente al Foro Centroamericano de Periodismo, al que invitan a prestigiosos periodistas de todo el mundo. Con algo más de la mitad del presupuesto se pagan una treintena de salarios que oscilan entre los 2.750 dólares brutos que recibe el director, los 1.800 dólares de los reporteros más veteranos y los 600 de las categorías menos especializadas. El resto se dedica a los gastos de las coberturas tanto en El Salvador como en los países limítrofes y México

La cosecha de premios ha empezado a recogerse en los últimos años después de una década y media de intenso trabajo. El primer director y fundador, Carlos Dada, en 2011 y Óscar Martínez en 2016 han ganado el Premio María Moors Cabot que otorga la Universidad de Columbia. En 2016 el diario digital recibe el Reconocimiento a la Excelencia de la cuarta edición del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo. Por primera vez se premia a un colectivo de periodistas en vez de a una personalidad. La Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) le otorgó a El Faro.net el Premio de Derechos Humanos 2012, «por su periodismo investigativo que expone a la corrupción y delincuencia organizada» y destacó su valentía y su capacidad innovadora.

En 2011 el redactor Carlos Martínez obtuvo el Ortega y Gasset en la categoría de periodismo digital por una historia  titulada “El criminalista del país de las últimas cosas” que los miembros del jurado describieron como “un relato escalofriante de un país desgarrado por la violencia que el autor, con la capacidad de un cirujano, ha diseccionado el dolor de familiares, testigos y víctimas de secuestros, violaciones y homicidios».

En definitiva, un proyecto periodístico de muchos quilates que se asienta en un milagro económico para que un faro ilumine El Salvador.     

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