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“El capitalismo es cada día más incompatible con la democracia”

La economista Sol Sánchez admite que la izquierda "tuvo una larga temporada de letargo en la que no planteó seriamente las alternativas que le correspondía plantear".

La nueva coportavoz de IU Madrid Sol Sánchez cree que el capitalismo ha mutado y, por tanto, también deben hacerlo las políticas que se proponen para la gente que sufre sus consecuencias. Con motivo del especial de La Marea dedicado al auge del neofascismo el pasado diciembre, Sánchez contestó a nuestras preguntas por e-mail.

¿Por qué los populismos de derechas o, directamente neofascismos, están creciendo en buena parte del mundo?

Porque previamente han crecido los excluidos y los directamente expulsados por el sistema, y con ellos también el miedo de quienes aún no lo están pero se saben, o empiezan a intuirse candidatos para ese mismo destino. En ese contexto, la gente quiere soluciones y cuanto más simples y tranquilizadoras, mucho mejor. Y entre una receta mágica que culpe a algún «otro» (sea este los emigrantes, la incorporación de la mujer al mercado laboral…) y una explicación que haga tambalearse cimientos más profundos de las creencias personales (como que su situación es consecuencia directa del actual funcionamiento y necesidades del sistema capitalista) y diferente a lo que parece aceptado mayoritariamente o de “sentido común” en la sociedad de pertenencia (y no de menor importancia: del discurso único en los grandes medios de comunicación), entre una población que ya lleva décadas siendo socializada en los valores individualistas y egoístas de la era del capitalismo neoliberal más salvaje, pues los mensajes neofascistas enganchan muy bien. Amén de la debilidad de una parte de la izquierda adocenada por el propio sistema o a la que esto cogió con el paso cambiado, y que no estaba dando las respuestas y alternativas a estas nuevas realidades y necesidades vitales de las clases trabajadoras y populares desde las coordenadas, los principios y los valores de la izquierda.

¿Qué responsabilidad tienen los partidos socialdemócratas en este ascenso?

La actual –y generalizada– crisis de la socialdemocracia viene generada por la imposibilidad de combinar un discurso pretendidamente de izquierdas, y la también pretendida promoción de políticas dirigidas a mejorar la justicia social, con la aceptación acrítica de las políticas económicas ultraliberales y en general con la ortodoxia neoliberal. A cualquier mente con un mínimo de honradez intelectual esto le provocaría una fuerte neurosis si no la caída directa en la absoluta esquizofrenia.

En el caso del PSOE, hay que decir que cada vez es más evidente para más gente que es el partido político que ha sostenido el régimen del 78 con mayor solvencia, que muchos de los cambios determinantes sobre los que se han cimentado las actuales políticas regresivas y de recortes han sido ejecutados bajo su gobierno (reforma del artículo 35 de la Constitución, primera reforma laboral…) y que en Bruselas, donde vota más del 75% de las veces de la mano de los populares (hasta el 80% de coincidencia en políticas económicas y monetarias, pero también el 65% en políticas sociales y de empleo…), hace ya mucho tiempo que la gran coalición es un hecho. Así que creo que la cuestión no es si la socialdemocracia es vista o no como una alternativa: el hecho es que no lo es, y además tampoco podría serlo porque el mundo ha cambiado bajo sus pies y no se ha dado por enterada. Ella misma ha cambiado y lo que era socialdemocracia ya no es más que socioliberalismo en el mejor de los casos. Eso, más que decirlo yo, lo dicen sus actos.

Además el capitalismo ha mutado, y no puedes proponer políticas para un mundo que ya no existe y no volverá. Allí, en la imaginación del político socialdemócrata –incluso del más bienintencionado– no está la gente que vive lo que son unos cambios estructurales atados y bien atados. La clase trabajadora y las clases populares viven en este mundo real de precariedad y temporalidad que ni siquiera pertenece a la misma dimensión de realidad que los consejos de administración del Ibex 35 donde se sientan muchos de sus gurús. La frustración que todo esto está generando en las personas que se referenciaban e identificaban con esa pretendida «izquierda amable», sumada a la estigmatización de la izquierda más radical por parte del discurso dominante (del que forma parte el propio PSOE) deja a mucha gente tanto huérfana políticamente como con prejuicios acumulados hacia alternativas de izquierda. Además, por no ser «fórmulas mágicas» como las que proponen las ultraderechas, convierte a todas esas personas en un caldo de cultivo ideal para que proliferen este tipo de fenómenos políticos fascistoides. De hecho esto no tiene nada de novedoso, deberíamos revisar con atención los años 20 y 30 del pasado siglo XX.

En un contexto de crisis como la de los últimos años, la izquierda no ha sabido conectar con sus potenciales votantes y convertirse en una verdadera opción de gobierno. ¿Por qué? ¿No está sabiendo adaptar su discurso a los nuevos tiempos?

Este tema es tan extenso que llenaría páginas y páginas. Creo que hay varias razones, algunas internas y responsabilidad de la propia izquierda, y otras cuyo mérito habría que atribuirle al enemigo. Empiezo por estas últimas. El proyecto político neoliberal que se empezó a gestar en los años 70 por la clase corporativa capitalista y que consiguió neutralizar la cuota de poder y la iniciativa de la clase trabajadora –ganando, además, las batallas política e ideológica de manera aplastante en las siguientes décadas–, se apoyó en la creación de think tanks y en la toma del mundo académico paciente y sistemáticamente. Ya en los años 90 nada quedaba del movimiento estudiantil de los 60, de la fuerza de décadas anteriores de los sindicatos, y las ideas de economistas como Hayek se habían convertido en el discurso dominante y en cuestiones de «sentido común» independientemente de lo que los datos empíricos demostrasen. La sabiduría convencional cuando alcanza ese éxito se convierte en parte del inconsciente colectivo, y a partir de ese momento combatirlo se complica profundamente. Ése fue el mérito de las élites.

La izquierda, hablando en un sentido muy amplio pero dejando fuera la socialdemocracia, no reaccionó a esta realidad y cuando lo hizo ya era tarde. No percibió ni analizó los cambios que se estaban produciendo y le pilló con el paso cambiado. Creo que se había tragado el cuento de que los derechos conquistados ya nunca volverían a estar en entredicho y simplemente se había convertido en la pata izquierda de la mesa común. De facto era parte de un sistema que no ponía en cuestión. Eso fue responsabilidad de la izquierda.

En España, el Partido Comunista, que había sido la referencia en la lucha por la democracia y el fin de la dictadura franquista, se echó a un lado a favor del PSOE y abrazó eso que luego se llamó  eurocomunismo. No quedaba nadie fuera del sistema. Y el sistema se metió dentro de todos. Cuando por fin se salió de ese letargo lisérgico, el panorama era desolador y el trabajo ingente. Convertirse en una verdadera opción de gobierno pasaba (y pasa) por lidiar con ese inconsciente colectivo que, en aquel momento, ya estaba bien instalado y había interiorizado como de sentido común auténticas aberraciones neoliberales como privatizaciones de servicios básicos para la vida, que los impuestos son indeseables y otras lindezas similares. Pero desde mi punto de vista cuando nos acercamos en el tiempo, el principal problema fue que la izquierda se burocratizó, se separó de los conflictos y de la gente en la calle, se adaptó al juego parlamentario y se dibujó a su imagen y semejanza.

Para mí el discurso es importante, pero creo que últimamente sólo se habla de construcción de discursos y de relatos y nos hemos olvidado de construir realidades. La práctica es fundamental. Es cierto que las palabras son los ladrillos con los que construimos el mundo incluso antes de que éste sea construido, nunca son inocentes y siempre son importantes. Pero si de lo que se trata es de crear conciencia, las palabras deben ir acompañadas y acompañando a la acción, a la práctica, y darse sentido mutuamente. Las palabras que sólo emocionan son mucho más volubles que las que, además de emocionar, dan sentido a la realidad que vives porque ésas te acompañan para siempre. Y eso no es adaptar,  es tener la valentía y la honradez de explicar y crear.

Creo que existe un proyecto de izquierda que supone una alternativa real y viable de gobierno, y creo que se ha de explicar con valentía y claridad. Eso puede significar para mí adaptar el discurso a los nuevos tiempos, no vender humo, ni decir lo que «se cree» que la gente desea oír. Porque debemos vencer pero también convencer. Y tenemos la responsabilidad de saber que los proyectos alternativos que tenemos frente a nosotros son el fascismo o la mentira.

¿La izquierda ha renunciado a cambiar el sistema capitalista y se conforma con reformarlo? ¿Los programas económicos de la izquierda son creíbles para la población?

El sistema capitalista es irreformable, a eso me refería antes con «la mentira».  La izquierda más allá de la socialdemocracia tuvo una larga temporada de letargo en la que no planteó seriamente las alternativas que le correspondía plantear; afortunadamente creo que eso ya es cosa del pasado. Por supuesto que hay que cambiar el sistema y hay alternativas para ello. De hecho esa es la única alternativa, porque el sistema capitalista no es sostenible ni social ni económica ni físicamente, y además es cada día más incompatible con la democracia.

Yo lo que me preguntaría es cómo es posible que los programas económicos de la derecha sean creíbles para la población cuando los hechos demuestran que no llevan más que al precipicio a la gran mayoría social, y sólo favorecen a unas cada vez más reducidas y opulentas élites locales y transnacionales… El poder económico sí tiene su programa y parte de él está en los mal llamados Tratados de Libre Comercio e Inversión, cuyo objetivo real es cerrar una tela de araña, una lex mercatoria mundial,  que convertirá las constituciones nacionales y las actuales democracias en papel mojado. Ante eso, los programas económicos que estamos planteando desde la izquierda son casi timoratos, pero deben servir de muro de contención ante esa ofensiva y de puente hacia unos cambios aún más  profundos que vuelvan a poner la economía al servicio de las personas y la vida –y no de la acumulación de beneficios de las grandes corporaciones transnacionales–, que regulen las relaciones entre los agentes económicos y el medioambiente de forma justa y sostenible, cosa que ahora es evidente para cualquiera que no sucede.

Decir que los programas económicos de la izquierda son utópicos es una soberana estupidez, pero una soberana estupidez repetida como un mantra por quienes ostentan el poder real. Lo que es verdaderamente distópico y suicida (u homicida, según se mire) es mantener unas políticas de austeridad que incluso el FMI  reconoció en 2013 llevar aplicando equivocadamente más de 30 años, y que agudizan las crisis en vez de resolverlas. Cuando todas estas cosas se le explican a la gente con los datos en la mano, ya lo creo que los programas económicos de la izquierda son creíbles. Quien es capaz de explicar el mundo, es además capaz de cambiarlo.

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