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Marta Sanz: “Pasamos de culparnos por el erotismo a una fetichización opresiva”

La escritora traza un revelador autorretrato generacional en torno a los prejuicios y tabúes que rodean los usos amorosos del postfranquismo y la democracia en 'Una educación sentimental de la Transición española' (Fundación José Manuel Lara, Planeta).

Marta Sanz aborda la sexualidad en su nuevo libro. FERNANDO SÁNCHEZ

Esta entrevista a Marta Sanz está incluida en #LaMarea44.

¿Cómo fue tu primera toma de contacto con la sexualidad? «En mi casa, sola. Por supuesto, no se lo dije a nadie. Sí que lo recuerdo como algo muy placentero, pero secreto y desconocido», confiesa Alicia, actriz, 48 años. «Viví una época en la que el sexo era un tabú. Sólo escuchaba de mi madre ‘Ten cuidado’ y nunca supe descifrar aquello», recuerda Isabel (47). «En la España de mis padres y mis abuelos se vivió un estado de terror para las mujeres», sostiene Cristina, también de 48. Regina tiene 51 años y admite que su aproximación a las relaciones sexuales no ha variado mucho desde su adolescencia. «Quizás con la edad me he vuelto más frívola. Busco cariño, diversión», añade. Estas cuatro voces son algunas de las protagonistas reales de Éramos mujeres jóvenes. Una educación sentimental de la Transición española (Fundación José Manuel Lara, Planeta). Entre el ensayo, la memoria personal y el reportaje, la escritora Marta Sanz (Madrid, 1967) traza un revelador autorretrato generacional en torno a los prejuicios y tabúes que rodean los usos amorosos del postfranquismo y la democracia. «Cuando hablamos de sexualidad femenina parece que nos referimos siempre a encuentros eróticos espectaculares, y para nada es eso. La construcción de la sexualidad femenina tiene que ver con la conciencia del cuerpo», reflexiona.

¿Qué le han enseñado las mujeres que relatan sus experiencias y recuerdos en el libro?

Muchas cosas. Una de ellas es que durante muchos años, las mujeres que nos definíamos como feministas nos hemos empeñado en corregir los mitos, para nosotros castradores, de eso que se llama el petrarquismo bubónico. Y en ese intento a veces se ha producido un fenómeno de ultracorrección: hemos impostado una fortaleza que nos ha hecho daño porque nos ha apartado de la condición humana. Por buscar un discurso emancipatorio, enarbolamos banderas que nos pasan factura.

Así que la igualdad todavía no existe.

Me he dado cuenta de que las mujeres hemos pasado de la culpabilización por el propio cuerpo y por el deseo erótico y su asociación con la suciedad, la vergüenza, la culpa –que era lo que nos inoculaba la moral nacionalcatólica–, a una especie de fetichización extrema y terrible que también es opresiva, y que tiene que ver con el rodillo del neoliberalismo. Entre esos dos polos represivos, se trata de reencontrar un espacio donde ser felices.

En esa fetichización de la que habla juegan un papel importante las nuevas tecnologías. ¿Dónde se sitúa la mujer en esta sociedad ciborg?

Yo soy hija de la sociedad analógica y creo que lo táctil, el compartir un espacio real, no un espacio virtual, te compromete de una manera muchísimo más intensa. Y eso se nota en el espacio de la política, en las relaciones afectivas e incluso en los procesos educativos. Esa sensación de debilidad en la que prima lo superficial, lo efímero y lo intrascendente nos va a permitir hacer muy pocas transformaciones de las cosas que de verdad importan. Estoy convencida de que en la nueva sociedad digital, nuestro rol como mujeres, y el de los seres humanos en general, va a ser diferente. Nuestros valores, nuestra manera de sentir el amor, nuestro concepto de familia… todo eso va a cambiar, no sé si a mejor o a peor. En el discurso de las nuevas tecnologías se juega a fomentar una horizontalidad de todos los discursos en todos los ámbitos que a mí me parece falsa y que puede ser muy destructiva. Se fomenta una especie de hiperactividad en la que tenemos que estar siempre activos y conectados, y eso neutraliza mucho nuestra capacidad de escucha e incluso se desprestigia el valor del conocimiento, porque limitamos nuestras posibilidades de desarrollar nuestra conciencia crítica.

¿Cómo fue la educación sentimental en la Transición?

La recuerdo como una superposición de discursos muy contradictorios. Un ejemplo es lo que pasó con el destape en España, que tuvo una cosa muy buena y otra nefasta. Lo positivo fue que aquellas tachaduras que había sobre el cuerpo de las mujeres desaparecieron. La mujer podía gozar de su propio cuerpo sin sentirse culpable. Pero a la vez fue el primer paso hacia una mercantilización y un culto al cuerpo exagerado. Lo peor de todo es que muchas veces las mujeres asumimos como propia una expectativa sobre lo que debe ser nuestro cuerpo que es masculina. Interiorizamos esa expectativa masculina, fruto de siglos de patriarcado, pensamos que es una cosa nuestra y nos infligimos unos daños aterradores.

¿Qué supone esa mercantilización para las mujeres?

Repercute directamente en la violencia. El hecho de que un hombre maltrate a una mujer tiene que ver con el hecho de que se siente vulnerable. A su vez, hay mujeres que aún piensan que su único capital en la vida es su cuerpo. Esa idea está muy instalada en generaciones de mujeres muy jóvenes, y es algo que me parece terrible. En los últimos tiempos hemos experimentado un retroceso que tiene que ver con la crisis económica: se reproducen ideas muy conservadoras que afectan a las libertades civiles y que hacen que rebote el fascismo, la xenofobia y un machismo asumido por las propias mujeres.

Es lo que ha ocurrido con Donald Trump en EEUU. Obtuvo un porcentaje altísimo de voto femenino.

Así es. El problema que tenemos con el feminismo es que siempre se arrincona cuando se considera que hay cuestiones más importantes. Uno de los grandes dramas del discurso feminista en España es que se hizo una dejación de funciones tremenda después de la Transición. Y los obstáculos se ha demostrado que siguen ahí. Las mujeres nos precarizamos antes que nadie.


«La izquierda en España está destrozada»

Sanz se sincera al analizar la situación política española. «La derecha es compacta, acrítica, nunca experimenta mala conciencia, tiene un discurso inmoral que se basa en decir que el que no roba es porque es tonto. La derecha siempre crecerá, mientras que la izquierda, bajo una falsa máscara de unidad, está cada vez más atomizada y destrozada. Eso me produce tristeza, frustración y desconcierto».

 

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