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Todos los derechos, todas las mujeres (trans, cis, putas, feministas, bolleras…)

"¿Son las feministas, que han luchado durante siglos para que ninguna persona pueda decidir sobre los cuerpos de las mujeres y sus vidas, las que pueden decirle ahora a otras mujeres que no pueden hacer con el suyo lo que les plazca?", se pregunta Yskal, de Hetaira.

prostitución trans Ilustración: Klari Moreno.

YSKAL// El intento de deslegitimar a las putas empoderadas no es nuevo. Desde algunas posiciones abolicionistas se ataca a quienes trabajan como escort (1) argumentando que si cobran un buen dinero por los servicios sexuales que ofertan no pueden entender lo que es ser una mujer «prostituida» (2) y, por tanto, no son representativas del colectivo. Al margen de que nunca se erigieron como representantes, lo que sí hicieron fue solidarizarse con sus semejantes, a pesar de que podrían no haberlo hecho y vivir la situación de quienes captan a su clientela en la calle desde su lugar supuestamente “privilegiado”. También podrían haber escurrido el bulto ante las denuncias de las situaciones racistas que soportan las migrantes y haberse distanciado desde su estatus de mujer blanca occidental, pero tampoco lo hicieron. Se intenta, con este argumento: “No son representativas”, obviar que, aunque unas condiciones laborales sean más duras que otras, el estigma y la falta de derechos laborales afectan a todas las trabajadoras sexuales por igual; cobren más o menos por su trabajo.

Ahora, el argumentario -que trabaja para impedir derechos laborales a quienes ejercen la prostitución por decisión propia- se amplía y renueva para cuestionar a las mujeres trans como portavoces de la lucha de las trabajadoras del sexo por el reconocimiento de su trabajo. ¿Por qué? Porque si son mujeres trans y por tanto -en muchos casos- tienen pene y deciden no operarse, no viven los abusos sexuales que las «verdaderas víctimas prostituidas» sufren cada día por tener vagina. Es más, supuestamente, no pueden saber lo que es la discriminación machista por «no ser mujeres desde que nacen» (pero no se nacía mujer, ¿no? ¡se llegaba a serlo!).

Escandalizan estos comentarios y cuestionamientos por su doble rasero. Por un lado, una se pregunta: ¿Quién tiene la potestad de decidir cuáles son las personas válidas para dar la cara y reivindicar sus derechos? Y aún más peligroso: ¿Quién decide cuáles son las “verdaderas” mujeres?, ¿cómo se puede invisibilizar de manera tan hipócrita la violencia transfóbica que viven las personas transexuales -dentro y fuera del trabajo sexual- y tildarla como menos grave que la de las mujeres cisexuales? ¿Son las feministas, que han luchado durante siglos para que ninguna persona pueda decidir sobre los cuerpos de las mujeres y sus vidas, las que pueden decirle ahora a otras mujeres que no pueden hacer con el suyo lo que les plazca? El feminismo ha gritado con todas sus fuerzas: “Mi cuerpo, mi vida, mi forma de follar no se arrodilla ante el sistema patriarcal” o “ Sólo yo decido”. ¿Quién tiene la potestad de otorgar o retirar no sólo el carné de feminista, sino el carné de mujer a otra mujer trans que ha decidido ejercer el trabajo sexual?

Hay muchas mujeres cis que luchan por los derechos laborales y sociales del trabajo sexual, pero si hay cada vez más mujeres trans dando la cara se debe a que viven el estigma, día a día, de ser trans, de ser mujeres, de ser migrantes, de ser lesbianas… Para ellas “el estigma de puta” es sólo uno más. Y esta profesión, aunque haya a quien le pese, les ha abierto muchas puertas que de otra forma tendrían cerradas; pueden vivir como las mujeres que son (y no se confundan, lo son desde que nacen, aunque nadie se diera cuenta). Son mujeres valientes, guerreras y solidarias. Apoyan a quienes no quieren dar la cara por miedo a las represalias o que prefieren -y pueden- pasar desapercibidas. Y respetan su decisión sin menospreciarlas. Porque la solidaridad no debería entender de identidades, de orientación, de fronteras, de formas de ejercer el trabajo sexual y de las maneras de vivirlo. Porque los derechos laborales y sociales serán para todas las personas que ejercen el trabajo sexual y ahí estarán mujeres trans, putas y feministas pro derechos.

A quien le interese comprender las diferentes realidades de la prostitución, puede consultar los vídeos en YouTube de la mesa redonda El respeto de los derechos humanos en el trabajo sexual, celebrada el 17 de diciembre, Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra las Trabajadoras del Sexo, que tuvo lugar en el Centro Dotacional Integrado de Arganzuela del Ayuntamiento de Madrid, que contó con la presentación y moderación de Violeta Assiego -activista, abogada especialista en DDHH y coordinadora del blog 1 de cada 10 en 20minutos.es– y las intervenciones de: Ninfa (trabajadora del sexo y activista de la Agrupación Feminista de Trabajadoras del Sexo, AFEMTRAS), Conxa Borrell (trabajadora del sexo y activista de la Asociación de Profesionales del Sexo, APROSEX), Mario Blázquez (activista del Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid, COGAM) y Mamen Briz (activista de Hetaira).

Yskal es activista de Hetaira, colectivo en defensa de los derechos de las prostitutas.

Ilustración: Klari Moreno.


NOTAS

(1) Escort: así es como prefieren autodenominarse.

(2) “Prostituida”: la expresión preferida por quienes se niegan a considerar a las prostitutas como sujetas políticas.

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Comentarios
  1. No hay puta sin putero. Y por eso cada vez que un hombre dice “es puta porque quiere” se olvida de que en realidad es puta porque otro hombre, o él mismo, paga para violar a una mujer en situación de vulnerabilidad.

    Cada vez que una mujer dice “prefiero ser puta que limpiar escaleras” olvida que la prostitución es la mayor arma de dominación, explotación y violencia de género del hombre hacia la mujer, con graves consecuencias físicas, psicológicas y sexuales.

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