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Núria Parlon (PSC): “En nuestro país abusamos de los eufemismos”

La alcaldesa socialista de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona), Núria Parlon, afirma en esta entrevista que "articular una alternativa al sistema desde la izquierda requiere de un planteamiento global y no exclusivamente nacional"

La alcaldesa de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona), Núria Parlon, lo tiene claro: la socialdemocracia no ha estado a la altura de la última crisis financiera. En su opinión, así se explica, en parte, el ascenso de fenómenos como el de Donald Trump o Marine Le Pen. Con motivo del especial de La Marea dedicado al auge del neofascismo (el tema de portada del número 44 de la revista mensual a la venta aquí) Parlon contesta a nuestras preguntas por e-mail.

¿A qué atribuye el auge de los neofascismos en Europa y EEUU?
A la inestabilidad económica y social que se ha enquistado, desde la crisis de 2008. Se ha acentuado la desigualdad, la pobreza y aparece una nueva clase social: el precariado, que aún no tiene conciencia de clase y al que no aspiran a representar los movimientos de clase tradicionales. Hay un importante grueso de la ciudadanía que se siente claramente desprotegida por las élites políticas que decían representar los valores de prosperidad y progreso (el imaginario westfaliano y la socialdemocracia). La pérdida de confianza, los miedos frente a amenazas globales como el terrorismo islámico, la competencia laboral con los inmigrantes, el deterioro de los servicios públicos y las dificultades de acceso a los mismos, el sentimiento de individualidad acompañado del repliegue nacional e identitario. En definitiva, la falta de futuro hace que renazcan nuevas visiones populistas, simplista, excluyentes y totalitarias.

¿Qué parte de responsabilidad tiene la socialdemocracia en este ascenso? ¿La ciudadanía ve sus postulados como una alternativa a la derecha?
Tiene mucha responsabilidad, su incomparecencia es un hecho. En ningún momento ha sido capaz de plantear una alternativa basada en valores y no en máximas de mercado para paliar el impacto letal de una crisis financiera que ha devastado a sus anchas los modelos de bienestar conocidos en Europa. La ciudadanía sumida en una crisis de representatividad no ve a la socialdemocracia como alternativa política real para cambiar la situación actual pues la considera parte del problema. No ha sido capaz, como bien recoge Nancy Fraser en Fortunas del Feminismo, de replantear la justicia en un mundo en proceso de globalización -y yo añadiría- y con un capitalismo desregulado y sin límites.

En el contexto de crisis económica, la izquierda nunca lo tuvo más fácil para ser una fuerza hegemónica, ¿por qué no conecta con su potencial electorado?
Por carencia de marco común. Por su dispersión, fractura y en cierta forma arrogancia; en vez de cooperar compite entre sí, con un esquema territorial propio de la era de los Estados nación-leviatán salidos del Breton Woods. Falta un proyecto común, estructurado a escala europea que permita revertir la actual situación de injusticia y desigualdad creciente.

¿Ha renunciado la izquierda a cambiar el sistema y se conforma con reformarlo?
Creo que lo que agrava la situación es que ya ni siquiera existe una voluntad real para reformarlo; al contrario, se claudica, sin más, por determinismo económico. Articular una alternativa desde la izquierda requiere de un planteamiento global y no exclusivamente nacional. Pensemos en el rescate-condena de Grecia o los últimos acontecimientos en Gran Bretaña con el referéndum del Brexit. La izquierda y sus movimientos sociales -incluso la llamada nueva política- siguen haciendo política como en los años 80 y por eso, en buena parte, han perdido la fuerza como clase dirigente ya que están especialmente obsesionados en la carrera competitiva para conquistar el poder en clave nacional pero sin tener una estrategia global. Se ha perdido el liderazgo de la agenda política y de los grandes retos globales (cambio climático, pobreza y desigualdad, feminismos, explotación y tráfico de personas, guerras y asilo político, terrorismo islámico…).

¿Por qué en España no tenemos una fuerza de ultraderecha comparable a las de países como Francia o Alemania?
En nuestro país abusamos de los eufemismos, en su momento acuñamos el término franquismo, que en cierta forma descafeinaba a un régimen del terror tan cruel como el fascismo o el nazismo. Es cierto que el New York Times muestra a España y Portugal como países inmunes hasta el momento al fantasma del totalitarismo que amenaza a Europa. Recordemos que sólo ambos quedaron en manos de dictaduras totalitarias después de la II Guerra Mundial. Algunas interpretaciones dicen que el PP es un partido que aglutina parte del voto más extremista de derechas (viejos franquistas) y que este podría ser un motivo. Otras apuntan a que en España una parte de la frustración colectiva la ha capitalizado Podemos, que ha actuado como catalizador del descontento, desde el ya simbólico 15-M. A mi entender, son hipótesis algo débiles pues hay una parte creciente de la población en España que se encuentra desarraigada ideológicamente y socialmente precarizada y en parte está dispuesta, por rabia y frustración, a comprar el discurso xenófobo, anticatalán, antifeminista e islamófobo. Tendremos que observar la evolución de este votante potencial que hoy mayoritariamente no vota pero se siente claramente amenazado y desprotegido en un mundo que ha cambiado a peor y le “ningunea” sistemáticamente. A veces los partidos que se autodefinen de izquierdas olvidan esta realidad e incluso llegan a despreciar a este electorado. Creo que es un error severo pues haciéndolo, en cierta forma, renuncian a abordar con determinación los problemas estructurales que subyacen a estos sentimientos y planteamientos y agudizan su crisis de representatividad para fraguar una alternativa sólida.

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