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Cuentos de Navidad en El Corte Inglés: De niña a mujer
"Me encantan los grandes almacenes, porque muestran exactamente lo que es la sociedad", escribe el autor sobre su visita a El Corte Inglés
Crónica incluida en La Marea 45, a la venta aquí
Me encantan los grandes almacenes. No voy nunca, pero me gustan mucho. He pasado dos años y medio sin comprar en El Corte Inglés; la última vez me trataron mal, arrogantemente, presenté una reclamación y no me hicieron ni caso. Y soy así de rencoroso. Ah, ¿que no me prestáis atención? Pues os vais a enterar: haré un boicot personal, que es como hacer una huelga de hambre sin decírselo a nadie, lo concedo, pero a mí me producía satisfacción que fuesen pasando los meses y yo sin dar mi brazo a torcer. Entro esta mañana. Navidad, dulce Navidad. Los carteles dicen: porque nos gusta regalar. Pero no veo que regalen nada. Los altavoces anuncian que a El Corte Inglés le encanta la Navidad y quieren compartirla: pero tampoco veo a nadie compartiendo en ningún pasillo.
Subo directamente a la planta de lencería con mi compañera. Quiero comprarme un kimono de seda (sí, he acabado por rendirme). Encontramos uno que nos gusta. La dependienta le pregunta la talla. Es para mí, le digo. Ni el más mínimo gesto de sorpresa en su cara, ni una duda. Una profesional, una auténtica profesional. Me lo pruebo. No me queda mal. Digo a la dependienta que me lo llevo. No parece alegrarse. No me mira ni una vez.
Me encantan los grandes almacenes, ya lo he dicho. Porque muestran exactamente lo que es la sociedad; no lo que podría ser, lo que desearíamos que fuera. Sino que son un espejo cruel de lo que somos. ¿No te gusta? Te aguantas. Los grandes almacenes son un negocio tan aséptico como una sala de operaciones. De hecho, viven de nuestras enfermedades. Ellos no operan, tan sólo hacen la radiografía y te venden lo que pueden de acuerdo con tus síntomas, no para curarlos, para acentuarlos. Ahí está el beneficio. Si tuviesen algún impulso ético, pondrían, por ejemplo, la moda infantil junto a la de ropa masculina, para educar. Para mostrar eso de que otro mundo es posible. También los hombres deben ocuparse de comprar la ropa a los hijos. Chorradas. No pidamos peras al olmo ni corazón al capital.
Seductora y madre
La moda infantil se vende al lado de la lencería femenina, y así se satisfacen dos de los roles esenciales de la mujer en nuestra sociedad: seductora y madre. No al mismo tiempo, pero las dos cosas. Madre cariñosa que busca al niño la ropa más chula de la temporada, que lleva al niño limpio y a la última moda (no es inocente que no estemos en ropa infantil, sino en moda infantil: también los niños sometidos a su dictado). Y luego, en cuanto los niños estén en la cama, se quita la ropa de faena y por debajo muestra esas transparencias, esas puntillas, ese cuerpo preparado como un regalo, Navidad, dulce Navidad, para que el marido la desenvuelva. Cuando era adolescente me gustaba ir a la sección de lencería de El Corte Inglés. Espoleaba mi fantasía, complementaria de las que debe espolear en las mujeres que pasean hoy entre bragas de seda y sujetadores transparentes: la fantasía de seducción, de ser deseada, irresistible. Cuando era adolescente debía de llevar una vida muy triste para que aquello me pusiese, pero qué le vamos a hacer. Uno puede, hasta cierto punto, elegir quién va a ser, pero no quién ha sido.
Continúo caminando entre bragas y sujetadores y otras prendas cuyo nombre ignoro. Me detengo delante de una mesita con un cartel que dice: bragas rojas y cajita, 6,95 euros. Y entonces caigo en que en una sola planta están contenidos no los dos, sino los tres roles esenciales de la mujer en nuestra sociedad; no, no sólo es una madre maravillosa y una seductora irresistible. También es una niña. Una niña tierna e indefensa y los hombres sentimos un enorme placer en protegerla. No tengas miedo, cariño, estoy yo a tu lado. Las cajitas a juego con las bragas rojas llevan la cara de Minnie Mouse.
Y entonces me fijo en que la decoración navideña está plagada de animalitos y personajes como de dibujos animados. Qué monos esos renos, qué lindos los monigotes. Ah, y ese pijama con capucha y orejitas de osito. Mi amor, cómo me gusta que seas tan niña. Subo de una carrera a la sección de ropa de hombres; en efecto, allí no hay figuras infantiloides. Es todo más sobrio, más serio. Tan masculino.
Regreso a lencería. Joder, no debe de ser fácil ser mujer, cumplir con tres roles tan diversos, y eso casi sin moverse del sitio. Ser mamá y ser la niña, ser la niña y ser seductora, ser seductora y ser mamá. Me encantan los grandes almacenes. Son de una sinceridad impresionante. Tengo que venir más a El Corte Inglés. Para no olvidarme de en qué mundo vivo.