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“¿Qué pasaría si…?”. La pregunta que disparan los cuentos de Isaac Rosa
'La Marea' recopila en 'Welcome' los 12 relatos que el escritor sevillano ha ido publicando mes a mes en nuestra revista. Aquí les dejamos el prólogo: "No es un ejercicio de fantasía, es solo un poco de imaginación. De imaginación política, sí, esa de la que andamos tan faltos".
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Qué poca imaginación política tenemos, ¿verdad? Incluso en estos tiempos en los que el juego político se ha abierto, cuando nuevos actores se sientan a la mesa y el tablero se ha llevado más de una patada, nuestra imaginación política sigue siendo limitada. Una imaginación reformista, digamos. Una imaginación socialdemócrata. Nos alcanza para pensar medidas contra la precariedad, pero no para imaginar otra forma de producción que no pase por la oposición capital-trabajo. Nos llega para proponer una ciudad sin coches, una educación que no segregue, medidas contra la violencia machista; pero no nos atrevemos a imaginar una sociedad donde no hagan falta tantos parches.
Dicho con la conocida frase atribuida a Fredric Jameson, que a fuerza de repetirla (con una sonrisa cínica) parece ya un lema de taza de café: nos resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Es más: cuando imaginamos el fin del mundo, los pocos supervivientes (habitantes de un territorio post-apocalíptico o huidos a otro planeta) siguen viviendo en el capitalismo. Si soñamos el futuro, acabamos siempre cayendo en la pesadilla distópica, nada de un mundo mejor.
La falta de imaginación política se manifiesta también en lo más personal, en cada uno de nosotros. Renunciamos a dar batallas que asumimos como perdidas de antemano, nos confesamos débiles, aceptamos como natural todo aquello que creemos imposible de cambiar.
Contra esa falta de imaginación, ¿puede hacer algo la literatura, la ficción? ¿Puede servir para ensanchar el campo de lo posible, para hacer verosímiles otras realidades? En principio, parece que poco: los autores somos los primeros que renunciamos a explorar esa posibilidad, renunciamos a disputar el relato que cuenta y que nos cuenta, aceptamos que sean otros los “dueños de la verosimilitud”, en palabras de Belén Gopegui: “Sois los okupas de la verosimilitud, aunque os presentéis como sus legítimos propietarios”.
Y esa renuncia a ampliar lo verosímil es una rendición total, especialmente triste en tiempos como estos, donde la verosimilitud ha saltado en pedazos tantas veces. Pensemos en todo aquello que hace solo diez, veinte años, era impensable, increíble, inverosímil, y que ha acabado sucediendo. Para bien y para mal. Que se pueda ser pobre teniendo trabajo. Que el fascismo regrese a Europa. Que el granítico bipartidismo español ceda tanto terreno. Que una activista antidesahucios gobierne la segunda ciudad de España. Todo eso era inverosímil en la Europa feliz (¿feliz?) de hace pocos años, y acabó ocurriendo. ¿Por qué entonces nos sigue dando tanto miedo imaginar nuevas realidades, proponer otros escenarios, anticipar un futuro y luchar para que se cumpla?
La pregunta más interesante en ficción es aquella que pocas veces formulamos: “¿Qué pasaría sí…?”. Esa construcción condicional es la que agrieta el cauce de esa verosimilitud cerrada. El momento en que empezamos a pensar que las cosas sucedieron así, pero podían haber sido de otra manera. Que el futuro no está fatalmente escrito, que cabe garabatear en su margen y generar inquietud en el lector, hasta que acabe haciendo suya la pregunta: “¿Qué pasaría si…?”. Y a partir de ese momento la lleve encima y la desenfunde cada vez que choque con lo que Marta Sanz llama “un deber ser que nos venden como ser sin más y que se impone sobre nuestra vida privada, nuestras acciones en la esfera de lo público, sobre la realidad y sobre la propia literatura”. Frente al “es así” disfrazado de “debe ser así”, levantar un “¿qué pasaría si no fuera así?”.
Llámenme ingenuo, pero creo con Sanz en “la capacidad de la literatura para romper la luna del escaparate de lo real”. Aunque su alcance sea limitado, aunque sea solo un arañazo en el cristal, ese pensar alternativas, ese imaginar qué pasaría si nos creyésemos que puede ser de otra manera y lo intentásemos, no es poca cosa.
Algo así pretenden algunos de los cuentos de esta última tanda que ahora publicamos, aparecidos todos en La Marea. Continuar la línea de los anteriores, en cuanto piezas de un discurso crítico, el periodístico, al que la ficción aporta sus pedradas al escaparate de lo real. Pero además, soltar aquí y allá esa pregunta incómoda: “¿Qué pasaría si…?”.
¿Qué pasaría si los ciudadanos europeos nos movilizásemos masivamente para hacer realidad el Refugees Welcome? ¿Qué pasaría si mañana las estatuas humanas que llenan las calles del centro dejasen de representar estampas pintorescas y se convirtieran en espejo insoportable de nuestras miserias? ¿Qué pasaría si de pronto los consumidores de Coca-Cola dejásemos de comprar sus productos en solidaridad con sus trabajadores? ¿Qué pasaría si un 15 de mayo apareciese una tienda de campaña en Sol y desatase el pánico en el despacho oficial más cercano? ¿Qué pasaría si el resultado electoral fuese otro? ¿Qué pasaría si “las kellys”, las que limpian las habitaciones de hotel, dejasen en la almohada algo más que un bombón de cortesía? ¿Qué pasaría si en la cena navideña tú y tus compañeros de trabajo perdieseis el miedo?
Son algunos de los “¿Qué pasaría si…?” que disparan estos cuentos. Intentos por ensanchar ese terreno de lo posible, por alimentar con ficciones nuestra imaginación, sobre todo nuestra imaginación política. Intentos modestos, por supuesto. Solo cuentos, que aquí además comparecen más canijos, más inofensivos al no estar rodeados del resto de páginas de la revista, sin estar alineados con ese ejercicio mensual de periodismo crítico, y sin el refuerzo brillante de las ilustraciones de Diego Quijano que siempre amplían el alcance de los relatos en la revista.
Algunos de los cuentos quizás necesiten explicación, nota al pie, contexto. Hace tiempo que en La Marea decidimos que los cuentos se pegarían al suelo, renunciarían a las sagradas intemporalidad y universalidad de lo literario, hablarían de aquí y ahora, intentarían ser parte de la conversación colectiva. Escribir de lo que nos preocupa este mes. Los refugiados, la corrupción, la lucha de un grupo de trabajadores, el avance de la islamofobia, la matanza de París una noche de noviembre, el 26J.
Puede parecer una estrategia condenada al fracaso, el literario al menos: lastrar los cuentos con una inmediatez, graparlos a la agenda, incluso a la agenda política y mediática, sabiendo la facilidad con que esas agendas amarillean, pierden páginas, se olvidan. Que dentro de unos años alguien se encuentre estos cuentos y no los entienda, que haya que explicarle quién era Rodrigo Rato, qué pasó en la sala Bataclán, quién era la mujer que se asomaba al balcón noble de la Puerta del Sol en aquel mes de mayo, cómo de miserable fue Europa con las personas refugiadas…
Ojalá algunos de estos cuentos sirvieran para que quien los lea, en adelante, vaya por la calle lanzando la pregunta: “¿Qué pasaría si…?”. No es un ejercicio de fantasía, es solo un poco de imaginación. De imaginación política, sí, esa de la que andamos tan faltos.