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Las amenazas de ida y vuelta en Doñana
La mayoría de los sectores con representación en el parque coinciden en que el mayor problema es la dejadez. Desde la sobreexplotación del acuífero hasta el último proyecto de Gas Natural, son asuntos que no se resuelven, que vienen y que van.
Un puente. Abajo, a un lado, seis caballos se refriegan en un charco como si fueran cerdos. Tres marrones claro, dos marrones oscuro y uno blanco. Hay más barro que agua. Huele a mierda. Hace un sol de mil demonios. Las moscas se meten por las orejas. Abajo, al otro lado, la tierra se resquebraja tiesa, acartonada, como si no hubiera llovido en años. Desde arriba, al fondo, se divisa la aldea de El Rocío. El polvo emborrona los cristales de una Citroën C-15 blanca aparcada en el puente sobre un riachuelo sin agua. Aquí nacen las marismas de Doñana. En el arroyo vacío de la Rocina. «Este arroyo aportaba agua al parque permanentemente, apenas se secaba en los años de sequía. La mayor parte se ha perdido por los regadíos de la corona. De aquí a la desembocadura del Guadalquivir está todo seco”. Habla Juan Romero, maestro y ecologista a tiempo completo. Tiene 58 años, la piel tersa y una camiseta de una cerceta pardilla, un ave en peligro de extinción. «Venga, que no nos va a dar tiempo a recorrerlo todo», avisa mientras se coloca un sombrero de paja medio roto sobre su cabeza. «Que sí, hombre, que sí», lo tranquiliza su compañera, Rosa Fernández, mientras guarda la estampa árida en su cámara de fotos. Las gotas de sudor caen por la frente. «Y todavía hay quien cuestiona el cambio climático», dice Juan con sorna antes de subirse a la pequeña furgoneta. El viaje hacia las amenazas de Doñana había comenzado horas antes en Almonte, en el centro de visitantes Dehesa Boyal.
Juan y Rosa, de Ecologistas en Acción, toman café con Juanjo Carmona, el portavoz de WWF en la zona, y José Chans, el gerente del parque. Acaban de terminar una reunión entre los distintos sectores que tienen representación en el espacio protegido. Una comisión de aguas más. «Y aquí siempre hablamos de lo mismo», señala Juan. «¿Cuántos pozos ilegales hay? No sé. ¿Cuánta agua se está extrayendo? No sé. ¿Cuánta agua se puede sacar sin que se ponga en peligro el acuífero? No sé. Nadie ha sabido responderme. Esto es pura y llanamente dejadez», resume. «Se ha mirado siempre para otro lado», añade Juanjo Carmona, rubio, con ojos claros intensos. «¿Has visto el cambio de look?», pregunta Romero entre risas. Carmona muestra en una foto en su móvil cómo era antes de ese día: barbudo hasta las cejas y muy moreno. «Perdí una apuesta. Dije que si conseguíamos 20.000 firmas en los primeros cuatro días de la campaña para recuperar Doñana, me afeitaba y me teñía». Ya van por más de 122.000.
Contraste de una parte de la marisma seca con una fotografía de la marisma con agua. LAURA LEÓN
La organización calcula que existen unos 1.000 pozos ilegales y 3.000 hectáreas de campos de cultivo también ilegales que están robando agua del acuífero que nutre al parque. Romero saca de una carpeta un documento del año 1990. Está escrito a máquina. Se titula, 26 años atrás, igual que la campaña que ha lanzado WWF 26 años más tarde: Salvemos Doñana. El cuadernillo cita literalmente, entre los numerosos problemas que amenazan la supervivencia del parque, la extracción desmesurada de agua. ¿Cuántos pozos ilegales hay? ¿Cuánta agua se está extrayendo? ¿Cuánta agua se puede sacar sin que se ponga en peligro el acuífero? La Consejería andaluza de Medio Ambiente tampoco ha respondido a La Marea a ninguna de las tres cuestiones.
El aviso de los organismos internacionales
«La mayor amenaza de Doñana es no tomar decisiones sobre las amenazas. El problema del agua no es de ahora, viene de hace veintitantos años o más. Se sabe perfectamente, está datado y no es algo que desconozcan tampoco los políticos. La falta de agua y la calidad. Es muy sencillo: o sí o no. Lo que no quieren asumir los políticos es el coste que esa decisión pueda suponer sobre determinados sectores. Tenemos que plantearnos si, como sociedad, queremos conservar Doñana, porque Doñana no se conserva sola», afirma el investigador Fernando Hiraldo, vinculado al parque desde 1970 y director de la Estación Biológica durante doce años. Acaba de aterrizar de Brasil, donde investiga los beneficios de los loros al ecosistema. La Comisión Europea tiene abierto un expediente sancionador contra el Estado por el mal estado del acuífero. Y la Unesco ha alertado de que puede degradar el humedal a la lista de Patrimonio Mundial en Peligro por unas amenazas de ida y vuelta, que no se resuelven, que vienen y que van.
Desde su C-15, bordeando el parque, Juan Romero señala el estado deteriorado de algunas vallas que debían evitar que el lince saltara al camino por donde transitan los vehículos: «¿Te acuerdas de la polémica carretera de Villamanrique al Rocío? ¿Que terminó asfaltada? Pues esta es». Son 17 kilómetros salpicados de rotondas. «Mira, ahí murió atropellada Viciosa, una hembra de lince que había parido once o doce cachorros. Le hicieron la necropsia y encontraron restos de 32 perdigones. Mira, mira, y ahí se ven los restos de un conato de incendio de este verano. Y mira, ¿ves esa tubería amarilla? Por ahí va el gasoducto». La última amenaza que ha vuelto a la actualidad es el proyecto de almacenamiento de Gas Natural, que lleva extrayendo gas en la zona desde hace tres décadas. Romero desvía la vista del volante un segundo: «Mira qué cosa más bonita, un burrillo».
La furgoneta se detiene frente al coche de un pastor. «Mi padre me echó al campo a los nueve años con las becerritas. Desde entonces, ni vacaciones, ni domingos, ni ná de ná. Me llamo Antonio Maraver Ramos». Tiene 63 años. No sabe si la Doñana de ahora es mejor o peor que la de su infancia: «Antes iba y venía con tres cántaros de 30 litros de leche y ahora tengo un camión y un depósito grande. Pero lo que sí sé es que antes en agosto los manantiales se venían arriba y escupían el agua a la marisma. Y ahora no manan ni en enero», cuenta con un ojo puesto en su rebaño de cabras.
Tuberías del proyecto de almacén de gas en Doñana. LAURA LEÓN
Cada día atraviesa con ellas las obras iniciadas por la multinacional energética, fuera del espacio protegido. Las tuberías, de 12,460 metros de longitud y 875 kilos, se mezclan con instalaciones de la fresa que en pocos días los regantes del Condado comenzarán a cultivar. «Si Doñana está ahí tal y como está hoy es gracias a nosotros, los habitantes de la comarca, que la hemos cuidado», reivindica Ramón Hernández, gerente de Perlahuelva, una empresa que da empleo a un centenar de personas en la campaña. Desde la Plataforma en Defensa de los Regadíos del Condado, reclama un trasvase desde la cuenca del Guadiana. El área de Doñana produce el 70% de las fresas cultivadas en España y genera unos 400 millones de euros en concepto de exportación, según WWF. «No se puede criminalizar a los agricultores por la falta de agua, ni los agricultores deben sentirse víctimas de Doñana. El problema de Doñana está en su entorno. Y hay que armonizar los antagonismos con diálogo y con conocimiento», sostiene Hiraldo. Pero no con actuaciones concretas: «Esto tiene que ser cosa de la Junta, de la presidenta, de trazar un plan, de convocar un consejo asesor y actuar».
Sobre una valla, un cartel rudimentario –un folio sostenido por papel de celo con la marca del contratista, Emoi– intenta dejar claro que aquella zanja -cuya finalidad como almacén autorizó el Gobierno de Zapatero– cuenta con la declaración de impacto ambiental positiva. Aquella sí -y tiene también los permisos de la Administración autonómica-, pero las otras partes del proyecto gasístico que afectan directamente al espacio protegido han chocado hasta el momento con el no de la Junta. La propia presidenta, Susana Díaz, ha sido clara en el Parlamento andaluz: no se hará, no admitiremos triquiñuelas, dijo, ante la insistencia de Podemos. A eso, a las triquiñuelas –trocear el proyecto en cuatro partes–, y a la primera autorización concedida por el Gobierno en funciones de Rajoy, se agarra como un clavo ardiendo Gas Natural, que no ve riesgos en la infraestructura.
«El proyecto no consolida actividad industrial alguna y carece de aspecto especulativo. Esto lo dice la empresa, no yo, ¿eh?», repite Victoria Guital, encargada de leer el comunicado de Gas Natural en el primer acto de un ciclo de movilizaciones organizadas por la plataforma Salvemos Doñana. La mesa está compuesta por Juan Francisco Ojeda, catedrático de Geografía; Antonio Rodríguez, profesor de Geología; Daniel López, especialista en residuos de Ecologistas en Acción; y Juan Pedro Castellano, director del parque. El Teatro Salvador Távora de Almonte, abarrotado, escucha a los expertos: riesgos sísmicos, dudosa utilidad pública, una reserva para especular, sin nada a cambio, es el discurso típico de una empresa externa que quiere intervenir con un megaproyecto en cualquier sitio…
Peculiaridades del humedal
«Existe un problema. Y es que parece que lo público en el campo se difumina. Porque si alguien corta una calle, inmediatamente va la Policía y detiene al que sea. Aquí no. Aquí se han permitido barbaridades, como con los pozos», reflexiona Carmona poco antes del acto. En ese aspecto, Fuensanta Coves, la consejera de Medio Ambiente que gestionó el traspaso de las competencias del Estado a la Junta, contrapone el trabajo en Doñana con el de otros parques donde el suelo era privado: «Aunque a priori parezca que es más fácil trabajar con un espacio público que privado, con Doñana no ha ocurrido así. Ha sido siempre más sencillo tomar decisiones en Sierra Nevada, donde tuvimos que pactar con muchas más personas que aquí». Y destaca como una dificultad añadida una peculiaridad del parque: «Es el más mediático de toda España. Es un nombre internacional, es una marca muy consolidada, vende para todos, para los ecologistas, los científicos, para los productores… Muchas personas se han hecho un nombre a costa de Doñana. Y esto hace que gestionar un espacio como ese sea muy complicado. ¿Se miró para otro lado con el agua? Los pozos estaban fuera del espacio protegido y las competencias eran estatales», defiende desde su perspectiva.
El periodista Jorge Molina, autor de libros y documentales sobre Doñana y asesor de la consejera en aquella etapa, incide en esa tesis: «Doñana está al alcance de todos, no está en la alta montaña como otros parques. Doñana está expuesta«. Catorce municipios, 200.000 personas, más de 100.000 hectáreas. Un lugar emblemático al sur de Europa con 40 kilómetros de playas vírgenes. Por la consejería –asegura Molina– pasaban todos: ecologistas, agricultores, expertos, rocieros… Un lugar por el que cada año hacen parada unos seis millones de aves migratorias, la cuna de la recuperación del lince ibérico. «Una comisaria de Medio Ambiente aprovechó el proyecto Life del lince en unas elecciones europeas para dar un impulso a su campaña. Estábamos en el límite de perderlo o mantenerlo, y representó esa lucha del hombre por aniquilarlo o poner todos los medios para intentar rescatarlo», cuenta a modo de anécdota Coves, que apostó por un científico para dirigir el Consejo de Participación, el órgano de coordinación y representación de los sectores sociales, políticos y económicos del parque. Ginés Morata, que ha preferido no hablar ahora sobre Doñana, fue la persona elegida y sustituida después por Felipe González –posteriormente nombrado consejero de Gas Natural–. El actual presidente, el científico Miguel Delibes, también ha optado por el momento por no hacer declaraciones a este periódico sobre el estado del parque. [Posteriormente, tras la celebración de un Consejo de Participación el pasado 2 de diciembre, ha pedido evitar la «esquizofrenia» en torno al parque porque considera que goza de «buena salud»]. «No creo que fuese un error haber puesto a Felipe, sencillamente yo aposté por otro modelo», afirma Coves.
Juan Romero vuelve a aparcar su furgoneta. Es la hora de comer. Un menú de ocho euros. Prefiere la ensaladilla al rabo de toro, que dice que no lo ha probado en su vida. Aceitunas y picadillo. Cuenta que una de las veces que el expresidente socialista levantó la mano en el primer Consejo de Participación bromeó con que las reuniones del Consejo de Ministros eran más ágiles que aquella. Las actas, consultadas por La Marea, sostienen que dijo: «Solicito brevedad en las exposiciones. No habrá respuestas definitivas y que nos den plena satisfacción, ya que aquí hay un procedimiento de interacción con la naturaleza que va a exigir en ocasiones flexibilidad». Del siguiente Consejo de Participación se marchó antes de que acabara, en el punto 7 de los 11 del orden del día, “para el cumplimiento de otros compromisos”. Era diciembre de 2010. Días más tarde se hizo público su nombramiento como consejero independiente de Gas Natural, cuyo proyecto de almacenamiento se estaba gestando ya por aquel entonces. En julio de 2011 el Gobierno de Zapatero aprobó mediante Real Decreto la utilidad de almacén. Y en noviembre de ese mismo año, la comisión permanente del Consejo de Participación de Doñana manifestó que no veía inconveniente en el desarrollo de los proyectos que afectaban directamente al parque siempre que las actuaciones se adaptaran a un informe jurídico de la Consejería de Medio Ambiente e incorporaran sus recomendaciones y las del IGME. La referencia que puede leerse en las actas es: Proyecto de Almacenamiento subterráneo de Hidrocarburos en el Valle del Guadalquivir. A aquel acuerdo votó sí la Estación Biológica de Doñana (CSIC), que en aquel momento estaba desarrollando un proyecto de investigación financiado por Gas Natural, según publicó El País. Felipe González, a quien este periódico solicitó una entrevista, sin éxito, no participó en aquella comisión ni en el Consejo de Participación que trató aquel acuerdo.
El asunto generó la alerta de los ecologistas, que veían ya en ese momento la infraestructura como una barbaridad. Helado y café. «Yo no tengo pruebas de que Felipe González haya influido en el proyecto. Si las tuviera, lo habría denunciado», zanja contundente Romero. «De hecho, todo lo que prometió en el parque lo cumplió, como con el tema de la seca de los alcornoques», añade. Entonces, los ecologistas llegaron a pedir la dimisión de González, pero no por sus vínculos con Gas Natural -que niega que el puesto en Doñana tuviera relevancia alguna en su nombramiento como consejero-, sino porque no acudía las reuniones. De los seis consejos convocados durante su mandato, González sólo acudió a tres: el de su bienvenida, un segundo incompleto y el de su despedida, el 14 de diciembre de 2012. “No tengo tiempo ni la capacidad de atención que este cargo requiere”, aseguró. En aquella última reunión, González afirmó estar preocupado por la situación económica del país y la posible afección sobre algunos intereses «tan nobles» como los de Doñana. En 2015 abandonó su puesto como consejero en Gas Natural porque, según alegó, era muy aburrido. Finalmente, la comisión permanente del parque y la Junta rechazaron el proyecto en la zona protegida. «Pero es que a Felipe González no le hace falta venir a Doñana para influir en lo que quiera», admite Juanjo Carmona.
La socialista Cristina Narbona sí pone como ejemplo de presiones las que recibió ella misma en su despacho del Ministerio de Medio Ambiente para autorizar el proyecto de la refinería Balboa, acompañada de un oleoducto desde el puerto de Huelva a Extremadura, finalmente desechado por el Gobierno del PP. «Aquello era una barbaridad y todavía había quien me decía, como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, que Extremadura tenía el mismo derecho a contaminar que las otras comunidades, ¡que iba en contra del empleo!». Muchos proyectos a los que dijo no en su etapa como ministra aún dan guerra. «Yo pensé que el dragado del Guadalquivir era una cuestión resuelta y resulta que no. Por eso es muy importante que la Junta sea beligerante. Hace unos días coincidí con el actual consejero [de Medio Ambiente, José Fiscal] y me aseguró que iba a preservar Doñana, que no iba a autorizar el dragado. Me marché tranquila, lo vi en una actitud que me dio alivio». En varias intervenciones tras la campaña lanzada por WWF, Fiscal ha insistido en ello, pero ha negado rotundamente que se cierna un «apocalipsis» sobre Doñana: «No es verdad que se esté secando». Juan Camacho, un pescador que trabaja en la desembocadura, también es rotundo: «Si tocas el río para que pasen unos pocos barcos mercantes enormes, nos matan». Agua, dragado, industrias, minería… Nadie olvida Aznalcóllar. «El medio ambiente es como la salud, puede costar muy caro. Y es muy difícil que una minería limpia sea rentable. ¿Que se van a crear puestos de trabajo? Pues oiga, muy bien. ¿Pero a qué coste?», reflexiona Hiraldo.
Suena un mensaje de whatsapp: «Año 1974. La central nuclear de Asperillo (Almonte), en cuarentena». Suena otro: «Año 1977. La carretera litoral Cádiz-Huelva podría llamarse ‘cierre de España'». Jorge Molina envía estos recortes de periódicos como ejemplo de las amenazas de ida y vuelta, que vienen y que van desde siempre en Doñana. En 1990, fueron Camilo José Cela y Severo Ochoa quienes encabezaron un manifiesto solicitando la paralización de un proyecto urbanístico y la salvación del humedal. 26 años después, personalidades de todos los ámbitos –Caballero Bonald, Pilar del Río, Cristina Hoyos, Alberto Rodríguez…– vuelven a poner sus nombres y sus caras por un Parque Nacional que es Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera. Una soleá por Doñana bailó hace unos días el colectivo flamenco Flo6x8 a los pies de la Torre Pelli, símbolo en Sevilla de CaixaBank, la principal accionista de Gas Natural. «Esto es el modelo capitalista neoliberal de cuatro listos que nos quieren tomar el pelo. Todo por la pasta patria. Venga, que me tengo que ir ya. Nos vemos. Te mando los documentos», se despide Juan Romero camino de una reunión preparatoria de nuevas acciones. Sube a la furgoneta y abre la ventanilla: «Era del padre de un amigo periodista, que murió. A mí me encantan las C-15».
Este reportaje está incluido en #LaMarea44