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Ada Colau: “Cuando hablas de los de arriba y los de abajo sigues hablando de una sociedad de clases”

La alcaldesa de Barcelona cree que el auge del neofascismo tiene mucho que ver con la incertidumbre que siguió a la crisis económica y financiera, pero sobre todo con la crisis política que se escondía tras ella. La gente no se sentía representada.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. FERNANDO SÁNCHEZ

Esta entrevista a Ada Colau está incluida en el dossier sobre neofascismos de #LaMarea44

A Ada Colau (Barcelona, 1974) le gusta remarcar que no sólo es la primera alcaldesa de Barcelona, sino que además pertenece a un Gobierno municipal que se declara abiertamente feminista. La cofundadora de Barcelona en Comú cree que lo importante es justo esto último, que la igualdad forme parte de la nueva agenda, junto a la ecología, la lucha contra la pobreza o los desahucios, la causa que abanderó hasta dar el salto a la política. Para Colau, el auge del neofascismo tiene mucho que ver con la incertidumbre que siguió a la crisis económica y financiera que comenzó en 2007, pero sobre todo con la crisis política que se escondía tras ella. La gente no se sentía representada: «Las instituciones son del siglo pasado, están desfasadas y muy alejadas de la ciudadanía, no tienen respuestas ante los nuevos retos».

¿Por qué en España no han aparecido formaciones neofascistas comparables a las de otros países europeos?

Una cosa positiva que ha sucedido aquí en los últimos años ha sido la movilización ciudadana. Es una noticia a la que no se suele dar tanta importancia porque no está en los parámetros del análisis político oficial mainstream, pero creo que no es casualidad, por ejemplo, que en Cataluña y en España no hayan surgido estos movimientos de extrema derecha con más fuerza. También se explica en parte porque desgraciadamente el PP ya los representa, como hemos visto con muchas de las medidas retrógradas y regresivas que ha ido aprobando, como la Ley de Extranjería, con su política cero de acogida de refugiados, con los CIE, con la Ley Mordaza. El exministro del Interior Fernández Díaz la representa bastante bien. Por suerte, las enormes movilizaciones de la ciudadanía han ido por delante de las instituciones señalando esa crisis política de representación que está por detrás de la crisis económica y de democracia real. Cuando hay movimientos que defienden los derechos humanos incluso desde la acción directa, se impide que haya crecimiento de opciones neofascistas. Eso hay que ponerlo en valor. Las instituciones deberían alimentar, cuidar, escuchar y dar voz a la movilización ciudadana.

Pero hasta ahora lo que se ha hecho ha sido criminalizarla.

Lo han hecho los grandes partidos que llevan décadas gobernando y que forman parte del problema. Aquí tenemos una estructura institucional envejecida, que no está a la altura de las circunstancias. Es algo que afecta a nivel micro, pero también al estatal  y al europeo. Lo hemos visto con el TTIP, con el rescate financiero a los bancos, etc. Tenemos instituciones opacas muy jerárquicas y muy verticales que contrastan con una sociedad que es cada vez más plural y más ágil, que trabaja globalmente y en red, por objetivos. Quienes han ocupado históricamente ese poder en las instituciones reaccionan a la defensiva cuando ven esos movimientos de cambio porque ven amenazadas sus cotas de poder. Y reaccionan con la represión. Lo han hecho tanto partidos de derechas como socialdemócratas. Estamos ante un cambio de paradigma imparable y lo que está en discusión es si seremos suficientemente inteligentes para liderarlo hacia escenarios más democráticos o si, en cambio, dejaremos que cada uno se recluya en su localismo más endogámico, en el miedo y en la desconfianza hacia el otro. Ése es el grandísimo peligro que tenemos ahora, sobre todo en Europa.

¿Los nuevos partidos corren el peligro de envejecer demasiado rápido?

Nadie es infalible, y dependerá de las personas y de cómo evolucionen los proyectos. Con la aparición de las nuevas siglas, la más conocida es Podemos, pero también con las confluencias y candidaturas municipales ya se han producido cambios. De entrada, ya varía el tablero, se acaba con el bipartidismo y se instala el pluralismo político. Evidentemente se produce una situación de transición, de bloqueo, porque el sistema no está acostumbrado, y hemos estado casi un año con un gobierno en funciones. Ahora hace falta una mirada larga, amplia. El sistema estaba caduco y había que actualizarlo. Es bueno que todos tengamos que entrenarnos en la cultura del diálogo y de los pactos. Lo importante no es ver qué pasa con un partido u otro, sino que todo el sistema se actualice y que sea difícil que se pueda volver a reproducir la corrupción como la hemos vivido de forma sistémica. Estamos lejos de erradicarla, pero ya está en la agenda combatirla.

¿El concepto de los comunes cambia el paradigma tradicional de la izquierda?

Por situarlo bien, distinguir entre izquierda y derecha no ha quedado obsoleto, en absoluto. Yo me reconozco con orgullo en una tradición de izquierdas, porque es la que históricamente se ha comprometido con los más vulnerables. No reniego de ese concepto, pero tanto la terminología como el análisis que la acompaña hay que actualizarlos, porque estamos en el siglo XXI y el mundo ha cambiado en diferentes sentidos. El término izquierdas se ha devaluado a nivel popular porque mucha gente ha visto que en su nombre se hacen políticas neoliberales de derechas, como cuando el PSOE pacta con el PP la reforma de la Constitución para garantizar el pago de la deuda por encima de cualquier gasto social, rescata a la banca o permite los desahucios, igual que hace la derecha. Ahora hay una búsqueda para identificar cuáles son los objetivos reales que nos unen para conseguir una sociedad más democrática y justa más allá de las etiquetas. Por eso hay un retorno al discurso de democracia real o los comunes, que hacen referencia a los bienes comunes con los que no se debería especular, como la energía, el agua, la vivienda, la salud. Cuando hablas de los de arriba y los de abajo sigues hablando de una sociedad de clases. Por tanto, no es que la tradición de izquierdas haya quedado obsoleta, pero sí requiere ser actualizada.

Ese movimiento parece consolidado en Cataluña.

Las nuevas formaciones han conseguido que gente que no se sentía representada antes políticamente se implique ahora en primera persona. Mucha gente me pregunta si me voy a presentar a la Generalitat o a las elecciones generales, pero siempre lo digo, yo me he comprometido a ser alcaldesa de Barcelona. Pero es que, además, creo que el municipalismo hoy, más que nunca, es clave para esa refundación democrática porque es el espacio de la proximidad, del día a día, donde se atiende a las necesidades de las personas y no se puede mirar hacia otro lado. Es en este espacio donde se puede lograr que la gente se sienta protagonista y cercana a las administraciones y donde puede controlarlas. Las ciudades están llamadas a ser grandes protagonistas en el siglo XXI, especialmente en Europa, donde siempre han sido actores principales. Cada vez más habrá que plantear una actualización de la gobernanza de los Estados-nación, un concepto del siglo pasado que ya no responde a la globalización. Hoy se funciona más por nodos y grandes áreas metropolitanas, que son las que concentran a la mayoría de la población y se enfrentan a los retos globales.

¿Por qué los comunes despiertan  reacciones tan virulentas?

Nuestro espacio se presentó en Barcelona y para sorpresa de muchos ganamos las elecciones. Cuando vinieron las estatales, se planteó que también valía la pena tener una candidatura propia. Creamos En Comú Podem, y ganamos en Cataluña dos veces consecutivas. Eso ha demostrado que había un espacio político que no estaba representado institucionalmente por las formaciones que existían hasta ese momento y que era necesario. Las encuestas y lo que te dicen en la calle es que ese espacio se consolida y que puede obtener buenos resultados. Ello pone nerviosos a quienes pretendían mantener su hegemonía. Desgraciadamente, todavía hoy la política institucional se rige por términos muy competitivos y de disputa del poder, y nos olvidamos de que estamos aquí para ser instrumentos por el bien común, no para defender nuestras posiciones.

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