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Explíquenos, señor presidente, por qué mucha gente se queda sin luz

"Hay varias maneras de ver y varias de no ver, independientemente de que se tenga o no luz en casa. No ven los que firman desde sus despachos con luces de distinta intensidad y un termostato que mantiene la estancia constantemente a 24 °C".

Enciende una vela. Después, enciende la otra. Una la coloca sobre un plato y, encima, pone una maceta de barro, tapándola. La vela calienta el barro que desprende calor. Está sola en la casa. Dos velas. Una para dar luz y otra para dar calor.

Mientras las dos velas están encendidas los dueños de las empresas eléctricas siguen aumentando sus beneficios y los gobernantes siguen apoyando con sus políticas a los dueños de las empresas eléctricas para que sigan aumentando sus beneficios. Cuando se apaguen seguirán haciendo lo mismo.

Ella tiene frío. Una noche. Otra noche. Toda la noche. Frío. Sola. La noche.

María González Reyes* // Hay varias formas de llegar al punto en el que, al dar al interruptor de la luz, no ocurre nada. Clic y no pasa nada porque vives sola y eres mayor y “todo está muy caro” y la pensión no alcanza. Clic y no pasa nada porque vienes del otro lado del océano y no te conceden los papeles por lo que no puedes conseguir un trabajo remunerado dignamente y por eso no puedes pagar el recibo. Clic y no pasa nada porque siempre has vivido con cortes de luz y sin calefacción porque nunca hubo para pagarla. Clic, clic, clic y no pasa nada, aunque no te lo puedas creer, la luz no se enciende, no te lo crees porque siempre estuviste del lado de los que estaban calientes y no comprendes cómo llegaste a este otro lado, al del frío y la oscuridad al atardecer, pero aquí estás y no sabes cómo se regresa.

Hay vidas con historias circulares, sin un principio claro, sin un final visible. El planeta entero está sumido en un cambio brusco e incierto marcado por un sistema económico que corre desbocado en la búsqueda de un crecimiento constante que lleva asociados, sin posibilidad de dejarlos atrás, brutales impactos ambientales y una desigualdad social sin precedentes. Las vidas con historias circulares se tambalean porque los banqueros y los dueños de las multinacionales y los políticos pretenden crecer de manera constante en un planeta de recursos finitos. Ignoran que esto no es posible a la vez que ahondan la crisis ambiental y acaparan más a costa de que otras personas tengan menos. Cada vez son menos los que tiene más y más las que tienen menos. Los poderosos se atrincheran en sus fortalezas y los habitantes de las periferias se extienden por más lugares, aguantando con la cabeza agachada en la cola del comedor social, buscando mantas para el frío, sin casa, sin empleo, en la calle. Cada vez son más y están más cerca los que pasaron a una vida circular, sin principio claro, sin final visible, caminando con vértigo cuesta abajo. La vida no puede ser un campo de batalla, pero lo es cuando haces clic y no ocurre nada. Es un campo de batalla circular.

Hay varias maneras de ver y varias de no ver, independientemente de que se tenga o no luz en casa. No ven los que firman desde sus despachos con luces de distinta intensidad y un termostato que mantiene la estancia constantemente a 24 °C. Firme aquí, les dicen. En la esquina inferior derecha. Ponga ahí su firma. Sí señor presidente. Firme. Saque su bolígrafo caro, que se vea que su firma no es cualquier cosa. Mueva la mano rápido, seguro, decidido. Usted tiene claro lo que hace. Su firma no es cualquier garabato. Su firma es la firma del señor presidente. Firme. Firme que a quien lleva meses sin pagar se le cortará la luz. Firme que quien no paga no tiene calefacción ni agua caliente. Firme que no hay gas para cocinar si no se paga. Firme sin pensar en ningún nombre concreto ni en una edad definida. No piense ni en Juan, ni en Rosa ni en Tamara. Tampoco piense en un niño de cuatro años ni en una mujer de 82. Firme el frío, la desesperación, la angustia. Firme, señor presidente, en la esquina inferior derecha. Firme sin pensar que es invierno. Firme.

Después vaya a su casa, con el bolígrafo metido en la chaqueta. Vaya, señor presidente, súbase en el coche caliente hacia la casa caliente con comida caliente. Salude a sus hijos y, antes de la cena, saque el bolígrafo para hacerles un dibujo de un elefante o de un pato, lo que le pidan. No se preocupe por guardar después el bolígrafo en el bolsillo de la camisa. Es caro, no despintará. Cuéntele a su hijo mayor que le regalaron ese bolígrafo cuando consiguió el cargo de presidente y que lo usa para firmar. Cosas importantes pensará él desde su cabeza pequeña. Y le preguntará qué pone en los papeles que firma. Explíquele que su firma sirve para que mucha gente se quede sin calefacción, sin luz, sin gas. Explíquele que ese bolígrafo sirve para firmar el dolor de muchas personas. Ande, explíqueselo, señor presidente. Explíqueselo.

Pero no le explicará nada. Los que tienen vidas más duras que los cantos de río y los que han decidido ver la realidad social que desborda los barrios saben que los que firman no explican, solo hacen y justifican. Pero saben también que las cosas no son inmutables. Saben que lo que puede hacer que después del clic ocurra algo diferente a la desesperación y al frío es articular las vidas de manera comunitaria, desde lo colectivo, haciendo las paredes de las casas más permeables para visibilizar las vidas circulares y tratar de ponerles fin.

Quienes han decidido ver y actuar para revertir las situaciones de desigualdad saben también que las luchas se ganan en las calles y en los parques de los barrios, porque esos son lugares donde se articula la comunidad. Quienes ponen no solo la cabeza sino también las manos saben cómo construir las redes de apoyo mutuo que rompen las soledades. Redes que ayudan, cuidan, calman. Saben no distraerse con lo que cuentan en la tele y en los medios de comunicación masivos y por eso no se suben a la carrera del crecimiento constante y la dominación.

Quizás ya lo sabes, hay muchas cosas que están ocurriendo en muchos lugares del planeta que rompen el orden establecido. Muchas cosas que parecen pequeñas pero que han reconstruido vidas dañadas y que, cuando se juntan, forman algo no tan pequeño. Hay lugares donde se construye otra manera de actuar, otra forma de vivir, en la que se priman los intereses colectivos frente a los individuales. Hay espacios de encuentro y de aglutinamiento de luchas que rompen con el pensamiento dominante. Hay sitios donde la forma de hacer política se construye desde el afecto y el acompañamiento. Hay medios de comunicación que visibilizan otras realidades. Hay sitios donde se vive siendo conscientes de nuestra ecodependencia como especie (hay gente que es muy feliz viviendo en esos lugares). Hay mecanismos de financiación alternativos a los bancos. Hay gente que se pone frente a la policía para que no desahucien a sus vecinas. Hay juezas que deciden no firmar sentencias injustas. Hay personas que luchan contra la riqueza como forma de luchar contra la pobreza. Hay comunidades que visibilizan las tareas de cuidados y las ponen en el centro para mostrar que sin ellas ninguna persona podría estar viva. Hay gente que rompe las fronteras abriendo la puerta de sus casas a las y los migrantes. Hay sistemas de salud y de abastecimiento de comida comunitarios que no señalizan al empobrecido. Hay gente que desobedece las leyes injustas. Hay formas de construir lo colectivo sin perder la riqueza de lo individual. Hay mercados sociales que no buscan la acaparación de bienes y dinero. Hay centros educativos participativos y democráticos. Hay muchos placeres de los que se puede disfrutar a la vez que se construye un mundo más justo y sostenible.

Hay personas que se indignan cuando saben que una empresa con mucho dinero les cortará la luz y el gas. Hay personas que sienten rabia cuando saben que la minoría que acapara los recursos limitados genera desesperación y dolor impunemente. Hay personas que saben que son vulnerables y desde ahí actúan para desbordar la crudeza social. Hay personas que tienen miedo pero que se ayudan unas a otras para saltarlo por encima. Esa gente, la que se indigna y siente rabia y es vulnerable y tiene miedo y se ayuda colectivamente a saltar es la que sabe que hay un poder frente al que tiemblan las grandes corporaciones y los banqueros y los políticos. Tiemblan las manos poderosas al firmar papeles cuando del otro lado hay una red de personas, tejida con dignidad y esperanza, convencida de que puede revertir situaciones que parecen inmutables.

María González Reyes es activista de Ecologistas en Acción y autora de ‘Palabras que nos sostienen (Libros en Acción y OMAL, 2016).

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