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Calor sostenible

Los sistemas de calefacción como la biomasa o las placas solares combinan eficiencia y respeto al medio ambiente

Artículo publicado en La Marea de diciembre, a la venta aquí

MADRID//Llega el invierno. Y como cada año, Teresa Fernández hace acopio de leña para pasar los meses que se avecinan. Vive en La Miñosa, una pequeña aldea de la sierra norte de Guadalajara en la que las temperaturas pueden llegar con facilidad a los diez grados bajo cero. Para luchar contra ese frío, y hasta que regrese el buen tiempo, tendrá que hacer un desembolso importante para comprar leña, la forma en la que tradicionalmente se han calentado todas las viviendas de la zona. «En tres meses gasto unos 250 euros en algo más de 1.500 kilos de leña», explica. «Es un medio barato para luchar contra el frío aunque tiene sus inconvenientes: hay que estar muy pendiente de que no se te apague y limpiar con frecuencia, pero aun así compensa. No quiero imaginar lo que gastaría si tuviera que generar el mismo calor con radiadores eléctricos», cuenta Teresa.

En una aldea vecina, Cañamares, Quique de Colsa y su mujer, Carmen Suárez, decidieron invertir en un modelo alternativo de calefacción. Quique, filósofo reconvertido a albañil tras dar el paso a un modo de vida rural, instaló tres placas solares en el tejado, así como suelo radiante para distribuir el calor por toda su vivienda gracias a las tuberías que viajan bajo sus pies, conectadas con un gran depósito. Una opción sostenible y que a largo plazo resulta barata. «El desembolso inicial fue cuantioso, pero no tardó en ser rentable. En apenas seis años ya habíamos amortizado la inversión, que fue de unos 12.000 euros», explica. «Yo no lo había hecho en mi vida. Me cogí 20 días de vacaciones y fuimos avanzando poco a poco», añade Carmen.

La llamada calefacción sostenible combina dos ingredientes igualmente importantes: la eficiencia energética y el uso de elementos no contaminantes. Frente a la citada leña –con el consiguiente menoscabo de los bosques– o las calefacciones que funcionan con electricidad, diésel o gas natural, en las zonas rurales o las viviendas unifamiliares cada vez proliferan más sistemas como la biomasa (particularmente, las estufas de pellets), la aerotecnia (bombas de calor) o la calefacción geotérmica. Y aunque cada uno cuenta con sus pros y contras, todos tienen el mismo denominador común: la búsqueda del ahorro energético y el mayor respeto al medio ambiente.

Los pellets de madera, uno de los combustibles más en boga en los últimos años, se fabrican con restos de madera. Su principal ventaja es que para conseguirlos no es necesario talar árboles, ya que proceden de desperdicios de podas, talas o restos de carpintería. Sus residuos no son tóxicos, y se pueden aprovechar como abono. Además, las estufas de pellets son silenciosas y programables, lo que elimina la necesidad de estar pendiente del fuego una y otra vez. Una tecnología que comenzó a desarrollarse en los años 80, en respuesta a la crisis del petróleo de la década anterior, y que hoy está presente en un número cada vez mayor de hogares, sobre todo en el ámbito rural.

En las grandes ciudades, los sistemas más extendidos son otros: las calderas con radiadores de agua que calientan las viviendas mediante la quema de combustibles como el gas natural son las más habituales, seguidas por otros como las calefacciones eléctricas, de coste más elevado.

Arquitectura pasiva

Por otro lado, cada vez son más los arquitectos que apuestan por viviendas en las que se aprovechan al máximo las condiciones naturales del entorno. Es la llamada «arquitectura pasiva», en la que se presta especial atención a las características del bioclimatismo: cuestiones como la orientación de la casa, las corrientes de aire o el aislamiento se tienen en cuenta a la hora de diseñar la vivienda, lo que hace innecesaria la instalación de caldera alguna. Una forma de calentarse que cada vez es más habitual en los países de Escandinavia o, especialmente, en Alemania, donde es habitual encontrarse con este tipo de casas en las que el calor no se escapa y el frío no entra. Csaba Tarsoly, arquitecto húngaro que ha vivido durante años en España, pone en valor este tipo de forma de construir, aunque considera que no siempre es posible. «A menudo es necesario combinar la arquitectura pasiva con algún tipo de calefacción. En ese sentido, creo que hay que buscar un cierto equilibrio, y la combinación de esas ganancias pasivas con paneles solares o hidrotermia me parece muy acertada», explica.

De cara al futuro, Tarsoly está convencido de que existe un elemento que va a convertir nuestros hogares en más sostenibles en cuanto a consumo de energía para calentarnos: la conectividad. «La informática es el principal potencial que tenemos en este momento. El control informático nos va a permitir que la calefacción sólo funcione cuando es verdaderamente necesario, así como calcular, medir, planificar y reaccionar a cualquier cambio en el exterior, de cara a adaptar la temperatura a, por ejemplo, los flujos de aire. Y al mismo tiempo, ese control va a democratizarse», sostiene. Respecto a España, Tarsoly señala una curiosa paradoja: «He vivido en Alemania, en Suiza y en España, y en ningún lugar ha pasado tanto frío como en Madrid». Una circunstancia que se explica por las malas condiciones de aislamiento de muchos de los hogares, con el consiguiente derroche de energía. «Se pasa mucho calor en verano y mucho frío en invierno», incide. Pese a que las normativas en este sentido son insuficientes, este arquitecto muestra cierto optimismo ya que en los últimos años «se han puesto en marcha nuevos códigos que van en la nueva dirección».

Aislar una vivienda (sin gastar una fortuna)

Con unos sencillos consejos, se puede mejorar considerablemente el aislamiento de una vivienda. El resultado no sólo se nota en la temperatura: también en el bolsillo. En un hogar de 100 m2 se pueden llegar a ahorrar desde 200 euros al año (con un aislamiento de nivel medio) hasta los 1.000 euros.
Burletes y cortinas

Las puertas y ventanas mal ajustadas son responsables de hasta un 40% del calor que se pierde en una vivienda, lo que se puede solucionar con unos sencillos burletes. Unas cortinas gruesas también proporcionan una mejora considerable en el aislamiento.
Doble cristal

La diferencia de temperatura entre el interior y el exterior provoca, a menudo, el llamado efecto de condensación. Las ventanas con doble acristalamiento contribuyen a mejorar el aislamiento.

Cerrar bien las puertas
Sobre todo de aquellas habitaciones que no están en uso y, por tanto, no hay que calentar. Si la vivienda cuenta con calefacción central, hay que apagar los radiadores de esas habitaciones.

Abrir las persianas durante el día
Si la vivienda está orientada al norte, es muy eficaz para aprovechar la energía y el calor de la luz del sol.

Abrigarse en casa
Parece una obviedad, pero no podemos pretender estar en manga corta en casa en pleno invierno. Un jersey cómodo y unas buenas zapatillas son fundamentales en esta época del año.

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