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De exilios interiores

"Continúa desaparecida nuestra extraordinaria escritora del siglo XV Teresa de Cartagena, cuando merece tanto estudio y reconocimiento como Jorge Manrique", reflexiona la autora.

Adriana Barceló reflexiona en De exilios interiores sobre la escritora Teresa de Cartagena.

Hay que corregir exámenes, atravesar días y aulas y pasillos, y mientras todo esto sucede hay que seguir estudiando y escribiendo de los márgenes y silencios que siguen sin tener espacio, tiempo y voz en los libros de texto de lengua y literatura en esta España en la que escribir y enseñar aún sigue siendo llorar, indignarse y sentirse en un exilio interior que no se clausura tras tantos años de fraudulenta Transición. Pues más allá y más hondamente que la cuestión del BUP a la LOGSE y de la LOGSE a la LOMCE, las TICS y los tararí y tarará, no nos engañemos, los contenidos y los horizontes ideológicos permanecen intactos desde hace décadas: es la misma raíz, cada día más podrida. «Que castellano es aquel que desprecia cuanto ignora», ya lo supo sentenciar Machado. Y suma y sigue.

Me detendré un momento en la lírica medieval, en los tiempos en que recién balbuceaba el castellano, de las jarchas a las cantigas de amigo, pues que siguen sin situarse dentro del marco de las canciones de doncella europea que atravesaron tierras y siglos perseguidas y prohibidas por el poder patriarcal, ya se llamara Carlomagno o fuese Papa. Y ello, tanto por ser expresión de libertad amorosa de las mujeres, libertad que se dice y se despliega a sí misma, como denuncia, pues en las canciones francesas de malmaridadas, la mujer que canta ha sido víctima de los maltratos del esposo.

Siguiendo el tiempo, continúa desaparecida nuestra extraordinaria escritora del siglo XV Teresa de Cartagena, cuando merece tanto estudio y reconocimiento como Jorge Manrique. Supe de su existencia mucho después de haber acabado la carrera de Filología Hispánica y por puro azar me topé con ella en la página web del departamento de literatura medieval de no recuerdo qué universidad, eso sí, extranjera: un retrato suyo acompañaba, se emparejaba, con el del poeta de las «Coplas…», bajo cada estampa, los nombres de ambos y los títulos de las respectivas obras. Fue un momento epifánico, inolvidable: ¿Cuánto, pues, se silencia, se ignora, se roba al conocimiento, al horizonte de nuestra memoria histórica? Además de lo que se tergiversa, manipula, minimiza o exagera…

Teresa de Cartagena fue monja y padeció sordera, y de éste padecimiento extrajo su fuerza y su voz. Comienza su primera obra, Arboleda de los enfermos, dirigiéndose a una «virtuosa señora» para dar cuenta de sí misma de un modo que nos evoca el arranque de la auotobiografía espistolar y ficticia de Lázaro de Tormes pero, en este caso, se trata de un desvelamiento espiritual lúcido, real y exquisito: una mujer que se afirma a sí misma cuando el cuerpo, el mundo y la vida la niegan. Se desvela a sí misma con tal vigor, sensibilidad y coraje, que recuerdo entonces a Emily Dickinson: «La fuerza no es sino dolor/ amarrado con disciplina». Teresa de Cartagena se crea y se recrea a sí misma haciendo de la necesidad virtud y del silencio sus alas. Aquí dejo algunas líneas de su obra:

«Gran tiempo ha, virtuosa señora, que la niebla de tristeza temporal y humana cubrió los términos de mi vivir y con un espeso torbellino de angustiosas pasiones me llevó a una ínsula que se llama oprobium hominum et abiecio plebis donde tantos años ha que en ella vivo, si vida llamar se puede, jamás pude yo ver persona que enderezase mis pies por la carrera de la paz, ni me mostrase camino por donde pudiese llegar a poblado de placeres (…) Y porque mi pasión es de tal calidad y tan porfiosa que tan poco me deja oír los buenos consejos como los malos, conviene sean tales los comsejos consoladores que sin dar voces a mi sorda oreja (…) es necesario recorrer los libros, los cuales de arboledas saludables tienen en sí maravillosos injertos (…) poblaré mi soledad de arboleda graciosa, bajo la sombra de la cual pueda descansar mi persona y reciba mi espíritu aire de salud…».

Es esta confesión una evidencia que, como escribió María Zambrano en La confesión, género literario: » …en la salida de toda crisis aparece una evidencia y sólo por ella se sale (…) Porque esta evidencia es el punto en que la verdad, una verdad de la mente y de la vida, se tocan».

Y es la vida el territorio invisible de la mente, que del cuerpo, de sus dolores, fragilidades y necesidades, la mente teje, nos teje, con las palabras: los textos, los tejidos. Tejemos con voces nuestro horizonte interior, el invisible camino del relato de la memoria, ¿con qué lo hilamos, con telas de araña de mentiras, perezas, cobardías, coartadas? Y entonces, ¿con qué enseñamos, con qué educamos? ¿Qué elegimos decir, aprender, callar, ignorar?…

Comprometerse es educar: dar la palabra, razón de sí.

Adriana Barceló Mira es socia cooperativista de La Marea.

 

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