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La parodia permanente
"Es verdad que Aguirre no habla para Twitter, que siempre se ha movido con soltura en un populismo más chulesco que chulapo, pero también es verdad que, desde hace tiempo, Doña Esperanza ha caído en esa parte de la pista del circo donde se empieza a parodiar a sí misma".
Hace una semana me enteré de una mala noticia. El Estado Mental, la revista de cultura y pensamiento, anunciaba que paraba su actividad, en esa forma tan suya en la que cabe la interpretación y la lectura entre paréntesis. Parece que tampoco queda sitio para la peculiaridad en una realidad pintada a base de brocha gorda y consigna. Gracias al proyecto tuve la suerte, junto al periodista Bruno Galindo y el escritor Álex Portero, de hacer durante un año y medio algo así como un programa de radio, Pompa y circunstancia, un espacio donde dejábamos libres a nuestra cara b, a nuestras filias decimonónicas e incluso a nuestros peores instintos. Casi nadie nos escuchaba, pero lo pasábamos bien.
Me permito la licencia de empezar protagonizando la columna puesto que, sin actividad, ya no hay promoción, tan sólo homenaje, pero también por un curioso fenómeno que nos ocurría en cada emisión del programa, que comentábamos en esos huecos de cascos caídos entre canciones o mientras que mirábamos, cinco minutos antes de empezar, el infra guión garabateado en una hoja: la realidad nos daba alcance a cada paso.
Por mucho que el marqués, hilo conductor de la aventura, se mostrara cada vez más ruin y miserable, la parodia se nos iba quedando corta. En uno de los episodios aparecía la cuestión de la adecuación de la Gran Vía a las necesidades actuales. Propusimos al Ayuntamiento que colgara unas jaulas de las farolas con un pobre en cada una, para que los hijos de las clases pudientes pudieran echarles trozos de pan disfrutando así, con total seguridad, de esas dos costumbres tan burguesas como son la limosna y el paseo.
La propuesta, he de decir, tuvo una nula acogida por parte de la institución municipal, pero he fantaseado con que algún concejal de la oposición popular tomara en serio el asunto, quizá, si no hoy, de aquí en unos años, que todo es posible viendo la alocada carrera en la que nos hemos metido sin darnos casi cuenta. Este lunes, sin ir más lejos, la condesa consorte de Bornos volvió a montar una de las suyas, también en plena Gran Vía. Alguien debería advertirle que en la vida hay opciones para una señora de su posición más allá del andar jugando a Juana de Arco con sus años. Se me ocurre, por ejemplo, la tarde apacible leyendo novelas de Ayn Rand en una casa solariega, llamando al servicio a toque de campanilla para advertirles de que la nubecilla de leche en el té es más grande de lo deseado.
Pero no. Aguirre, siempre combativa, decidió que no tenía otra cosa que hacer que defender la navidad del comunismo, a los honrados comerciantes de los malvados burócratas y su derecho de andar atropellando guindillas frente a la peatonalización. Es lo que tiene nuestro liberalismo, se empieza hablando de aranceles y se acaba acusando al semáforo de tiránico por imponer restricciones a tu libre circulación. Es verdad que Aguirre no habla para Twitter, que siempre se ha movido con soltura en un populismo más chulesco que chulapo, pero también es verdad que, desde hace tiempo, Doña Esperanza ha caído en esa parte de la pista del circo donde se empieza a parodiar a sí misma.
Lo malo de subir el listón de lo ridículo tanto y tantas veces es que queda poco sitio al debate de verdad y, de la cabalgata del terror a la calle donde nos robaron la navidad, pasa un año donde Ahora Madrid ha ido saltando de polémica en polémica, con capillas, titiriteros y chistes judicializados sin ofrecer una imagen clara de qué era eso llamado cambio. Peatonalizar una calle comercial en periodo navideño es algo usual en toda Europa, un gesto hacia eso que un técnico enrollado llamaría movilidad respetuosa con el medio ambiente, pero que no deja de ser más que una gestión amable de la transformación de los centros urbanos en centros comerciales al aire libre.
En el fondo, a Carmena no le viene mal esta épica de la resistencia a la nada, ya que así parece tener más tiempo para andar atando en corto a Sánchez Mato y a pasear del brazo de Cifuentes. De momento, y el momento ya va siendo largo, aquello del gobierno de los comunes es poco más que la gestión de los lugares comunes; y el cambio en Madrid, una parodia desde lo procedimental.
Este cambio del sol y sombra al smoothie de frutas tampoco crean que desagrada a la mayoría de votantes de Ahora Madrid, como deduzco que el cambio de Telecinco de vertedero conceptual a recuperar el fascismo romántico tampoco lo hace con su audiencia. La «pantalla amiga» ha decidido que no hay mejor forma de enfrentar el final de año que convertir a Serrano Suñer y al cuartel de Intxaurrondo en teleseries donde blanquear dos episodios tremebundos de nuestra historia. No quiero ni imaginarme lo que pueden ser las conversaciones de la sala de comidas entre oficinistas medios al día siguiente de la emisión. Revisionismo histórico de sitcom, el nodo en HD, una parodia de la peor propaganda que resulta exitosa.
La parodia nos espera en casa esquina, en cada titular, en cada imagen. Ya es habitual ver a Rajoy en chándal dando consejos sobre salud cardiovascular, con el pelo sudado y esa media sonrisa del que se está quedando contigo y no puede evitar que el placer de la broma se le refleje en la cara. O al alcalde de Alcorcón, ese gerente de una tienda de sanitarios que vio demasiadas veces Top Gun en su adolescencia, diciendo que él no es machista, pidiendo perdón mientras perdona la vida a las feministas, haciendo de la excusa una parodia de enmienda. Ayer mismo la prensa recogía las declaraciones de un señor que es presidente de la asociación de promotores inmobiliarios diciendo que había que demoler las casas que ellos habían construido para que pudieran volver a hacer más. E iba en la sección de Nacional o Economía, no en la de humor.
Había un bar en la calle Leganitos, que para los no madrileños es una calle siniestra en la trasera de la Gran Vía, cuyo dueño había capturado una paloma común que tenía dentro de una jaula. El caso es que el visitante casual no se atrevía nunca a preguntar por aquella aberración ornitológica, puesto que veía que para los parroquianos habituales pasaba desapercibida. Aquella parodia de canario, perteneciente a un submundo tabernario que hoy ya no existe, se ha hecho extensiva a todo.
Aquello que durante un tiempo —unos cuantos miles de años, desde la Grecia Clásica— sirvió para epatar al personal, descubrir las contradicciones mediante el absurdo, revelar las miserias por exageración, se ha visto alcanzado por la realidad, pasando del terreno de la comedia al campo del documental. Si la propuesta es hacer de la parodia una forma de vida, yo acepto gustoso. Ya lo decía Beckett: When you’re in the shit up to your neck, there’s nothing left to do but sing.