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Felipe-Cebrián: 40 años de simbiosis
El enlace arranca casi desde el momento mismo en que el diario fue inventado y el partido reinventado, en ambos casos para apuntalar una Transición ordenada y sin aventuras izquierdistas o republicanas.
Este artículo forma parte del dossier sobre Felipe González, El conseguidor, incluido en #LaMarea43
Cuando se buscan metáforas sobre la evolución de la España democrática —el éxito de la Transición, la modernización, la burbuja, el pelotazo, la caída y el fango— hay dos nombres que sobresalen: Juan Luis Cebrián, encarnación de El País; y Felipe González, del PSOE. El diario El País no fue sólo un actor clave de la Transición, sino que se convirtió en un referente internacional –periodístico y de negocio– antes de que la dinámica del capitalismo de casino lo arrastrara a la espectral situación actual, arruinado, tomado por la banca y ariete de las campañas del establishment.
En paralelo, el PSOE recorrió un camino parecido: el actor más relevante de la nueva España democrática, artífice de su modernización, fue carcomido luego por la cultura del pelotazo, abandonó muchas de sus banderas y ahora hasta facilitará la investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. No es fácil elegir cuál de los dos simboliza mejor estos 40 años de España, pero probablemente el dilema es absurdo: en realidad, son las dos caras de la misma moneda.
La simbiosis entre Cebrián y González –entre El País y el PSOE– es conocida y suma ya 40 años. El enlace arranca casi desde el momento mismo en que el diario fue inventado y el partido reinventado –en ambos casos para apuntalar una Transición ordenada y sin aventuras izquierdistas o republicanas–, y se oficializa con la llegada de González al gobierno, en 1982, y la fuga de los accionistas más derechistas del periódico. Pero en los años supuestamente gloriosos de la década de 1980, la fortaleza de ambas instituciones fue también una garantía de independencia recíproca: la afinidad no implicaba asimilación y siempre hubo margen para disidencias incluso en aspectos tan relevantes como el referéndum de la OTAN.
Luego el PSOE perdió el Gobierno, en 1996, y la relación se descompensó –el partido pasó a ser la parte débil– hasta que la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero, en 2004, parecía que iba a retomar la dinámica de los gloriosos años 80. No fue así: el nuevo presidente trató de emanciparse de la tutela de González y, por tanto, de PRISA, y hasta alentó la creación de un polo mediático afín que supuestamente iba a construir Jaume Roures.
La respuesta de Cebrián y González contra Zapatero fue virulenta y coordinada, y escaló hasta niveles prenucleares tras la muerte de Jesús de Polanco, en paralelo al deterioro de las constantes financieras de PRISA, que afrontó el crash mundial con una deuda impagable de 5.000 millones de euros.
González fue clave en la recapitalización del grupo, primero con el financiero Nicholas Berggruen
–que buscaba una agenda de contactos para dar lustre a las ambiciones intelectuales de su fundación– y luego con la toma accionarial por parte del establishment, desde la banca nacional e internacional hasta Telefónica, que acudieron al auxilio del tándem que simbolizaba España. En esta nueva etapa la simbiosis ya ni se oculta: González lleva la voz cantante del comité editorial de El País junto con el intelectual que creó Ciudadanos, Francesc de Carreras; escenifica en los medios del grupo –ora en la Cadena Ser, ora en El País– las llamadas a rebato de cada nueva campaña, y hasta los premios periodísticos Ortega y Gasset se conceden a sus clientes.
Los Papeles de Panamá han revelado que la asociación se extiende también a terrenos mucho menos confesables, al menos en las turbias aventuras africanas del polémico empresario iraní Massoud Zandi, íntimo de ambos. Este mundo brumoso que se intuye cuando cae el telón deja claro que realmente El futuro no es lo que era, título que eligieron para el libro que Cebrián y González escribieron al alimón en 2001. Pero incluso cuando sube el telón, empieza el espectáculo y los hombres que pagan la fiesta aplauden desde sus butacas privilegiadas es imposible ocultar ya que nada es como solía: desde 2008, El País ha perdido el 49% de sus lectores y el PSOE, el 52% de sus votantes.
Y todavía no se atisba el fondo.