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El Black Friday de la Iglesia católica
"Eso es el jubileo. Solo que en lugar de durar un día suele durar un año", ironiza el autor en su artículo mensual.
Se acabó lo que se daba. Este mes en mi artículo no os voy a hablar de bagatelas, como hago siempre, sino de la noticia más importante del año, que ha tenido lugar hace unos días. Os he dado de plazo un año entero pero habéis desaprovechado la oportunidad. El 20 de noviembre, mientras en el Valle de los Caídos tenía lugar una estupenda misa en memoria de aquel sanguinario dictador que paseábamos bajo palio, a miles de kilómetros de allí, en otro templo majestuoso, el papa Francisco cerraba con gran boato la puerta de la Basílica del Vaticano y con ello clausuraba de forma solemne el Jubileo de la Misericordia. ¿Qué es el Jubileo de la Misericordia? Es más, ¿qué es eso del Jubileo? Pues ni más ni menos que el Black Friday de la Iglesia católica, solo que en lugar de durar un día suele durar un año.
Os lo resumo: cuando tú te confiesas y el cura te perdona los pecados (no os riáis), quedas libre de lo que se llama “pena eterna” del pecado, pero ¡ay amigo!, cual detergente que no lava lo suficientemente blanco, el sacramento de la confesión, por muy sacramento que sea, no es capaz de librarte de la “pena temporal”, que te acompañará más allá de tu muerte y tendrás que purgar en un sitio que por eso se llama purgatorio. ¡Qué faena!, ¿no?
Tranquilos. Para solucionar este pequeño problema, la Iglesia católica inventó hace siglos un quitamanchas fantástico: las indulgencias. Con el pago de un módico precio tu pena temporal quedaba eliminada y nuestras arcas aumentadas. Escandaloso, ¿verdad? Como sabéis, un monje llamado Lutero protestó de tal manera que la Iglesia acabó dividiéndose entre católicos y protestantes. El Concilio de Trento tuvo que eliminar la venta de indulgencias, pero el concepto había hecho tal fortuna que subsistió hasta hoy. Por supuesto, ahora no se pide tal o cual cantidad de dinero expresamente, se hace de forma mucho más sutil. Por ejemplo, este Jubileo de la Misericordia que comenzó el 8 de diciembre de 2015 y acaba de terminar, establece que los fieles podrán ganarse la indulgencia siempre que atraviesen la puerta de cualquiera de las cuatro basílicas mayores de Roma y la de San Pedro o la de cualquier catedral del mundo cristiano. Una vez que hemos logrado atraer hasta allí al rebaño, después de rezar las obligatorias oraciones por el Santo Padre, que son condición inexcusable para obtener el premio (¿para qué querrá el Santo Padre tantas oraciones?), seguro que la ovejita piadosa se deja parte de la bolsa en algún bonito souvenir recuerdo de la experiencia, o su alma repentinamente limpia se inclina por realizar un donativo o encender quizás una vela que refuerce la indulgencia. Porque todo el mundo sabe que yo, Dios, soy olvidadizo. Tengo que estar a tantas cosas, que muchas veces es necesario andar recordándomelas, y si es en metálico, mejor.
Tal vez, amigo lector de La Marea, estés ahora tirándote de los pelos al ver que la estupenda oferta del año del Jubileo de la Misericordia acaba de terminar, y que tendrás que pasarte una buena temporada en el purgatorio (no eres tan cool como para merecer el infierno, ya te gustaría) por desinformado, descreído y temerario. Una vez más, tranquilo. Los Jubileos nos encantan: mantienen a la grey entretenida y, como he explicado, son una buena fuente de negocio. Así que ya nos inventaremos algo para celebrar pronto el siguiente. Como siempre, no habrá que esperar demasiado.