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Feminismos vividos en singular para crecer en plural
Tres nuevos ensayos sobre feminismo sirven para adquirir conciencia de que, a pesar de los logros, queda mucho para alcanzar la plena la igualdad entre mujeres y hombres.
Al menos tres felices coincidencias han tenido lugar en las librerías este último mes, lo que no es poco. Tres mujeres –y sus respectivas editoriales, lo que, créanme, no es fácil– han publicado ensayos sobre feminismo. Así sin más, sin ocultarse de ello, sin utilizar eufemismos ni avergonzarse. Y las tres, dirigidas a distintas lectoras o a las mismas, pero sin invalidar una lectura a otra. Toda una suerte.
Aclarémonos. Si yo tuviera que elegir a quién regalar Mala feminista, de Roxane Gay, buscaría, sin duda, a una amiga que, lectora ya de temas feministas, le interesa conocer qué pasa más allá de nuestras fronteras, mientras que No es país para coños, de Diana López Varela, se lo regalaría a una primera lectora de feminismo –cercana a la treintena– que aún siendo algo consciente no acaba de ser todo lo reivindicativa que nuestra sociedad reclama. Mientras, Mamá, quiero ser feminista, escrito por Carmen G. de la Cueva, sería el regalo ideal para una quinceañera que empieza a despertar su sensibilidad como mujer.
Dicho esto… sigamos con las similitudes.
¿Qué más tienen en común una negra (Roxane Gay prefiere que la llamen negra a que utilicen con ella eufemismos que no llevan a ninguna parte) nacida en Haití, pero ciudadana de Estados Unidos y dos blancas españolas? Que las tres, cada una desde su vida y sus conocimientos, desde sus edades y sus geografías, han reflexionado sobre el rol de la mujer y del feminismo y la necesidad de seguir hablando en la (en teoría) moderna, igualitaria y respetuosa sociedad en la que viven en primera persona. Y las tres ¡oh sorpresa! han llegado a la misma conclusión: todavía en el siglo XXI tenemos mucha necesidad de reivindicación, porque hay muy poca conciencia de la importancia de ser feminista. Entre otras cosas porque, por desgracia, «todavía hay gente que cree que feminismo es lo mismo que machismo pero al revés», como dice Diana López Varela. Y eso, no me lo negarán, es ya un mal comienzo.
Las tres escritoras también coinciden en el hecho de reivindicar, de forma distinta como hasta ahora, que viven, vivimos, grandes contradicciones –asumir errores es la mejor manera de crecer y aprender, no hay duda– y no por eso se invalida el discurso feminista. «Se puede ser feminista y querer llevar tacones y pintadas las uñas», explica una sorprendida Carmen G. de la Cueva, quien sortea en su libro muchos de los tópicos asociados al feminismo.
Mitos inexactos
Roxane Gay, en Mala feminista (Capitán Swing) hace un repaso autobiográfico a partir de su feminismo, una conciencia que tardó tiempo en identificar como tal –lo que de broma la hizo denominarse «mala feminista»– abrumada por no cumplir con los requisitos de perfección, que pensaba que le reclamaba el movimiento feminista.
«En algún momento se me metió en la cabeza que una feminista era un tipo de mujer concreto. Me tragué mitos para nada exactos de cómo eran las feministas: militantes, perfectas política y personalmente, que odian a los hombres y sin sentido del humor. Me tragué esos mitos a pesar de que intelectualmente sabía que no debía. No me enorgullezco de ello. No me los quiero seguir tragando. No quiero renegar del feminismo con desdén, como ya han hecho demasiadas mujeres. Ser una mala feminista parece la única manera de aceptarme como feminista y ser yo misma, y por ello escribo«. Así nos asomamos a las páginas de Mala feminista, una aguda y, en la mayoría de casos, divertida reflexión sobre cómo la forma en que consumimos la cultura nos convierte en lo que somos. Mucho más a las mujeres que a los hombres, porque nosotras somos poco conscientes de nuestro papel social y, por eso, a veces nos cuesta modificarlo.
También Diana López Varela, autora de No es país para coños (Planeta), tardó en darse cuenta de que era feminista. Fue gracias a Alberto Ruiz Gallardón y a su proyecto de Ley del Aborto (suerte tuvimos de que al fin no se aprobara), cuya reforma trató de llevar adelante con el beneplácito de Mariano Rajoy. Aquellos días, tras leer el texto de la ley, Diana sacó su «ira feminista, la que probablemente llevaba años fraguando bajo hostilidades escondidas y la discriminación sutil que vivimos todas las mujeres en España», y se dio cuenta de que era probable que fuera feminista «antes de que Gallardón me cabrease, de que probablemente ya lo era cuando, jugándome un zapatillazo, le decía a mi madre que no me daba la gana recoger el plato de mis hermanos».
Un feminismo que la autora desgrana poco a poco, en unos capítulos fáciles de digerir, porque están llenos de ejemplos de los cotidiano, de aquello en lo que podríamos fijarnos todas ?y me gustaría decir que también todos? a diario. Desde el deporte, hasta el sexo, o la regla, sin olvidarse de la la publicidad y acabando por unos consejos para ser un poco más feminista (y feliz).
Por último, en Mamá, quiero ser feminista (Lumen) ?narrado desde la contundencia casi de diario personal, aunque con el formato de capítulos tradicional?, Carmen G. de la Cueva hace un paseo por su vida y sus descubrimientos y contradicciones que la hacen luchar contra corriente (las mujeres todavía tenemos que hacer esfuerzos extras cuando queremos hacer valer nuestros derechos) hasta llegar a sentirse bien con ella misma y con sus reivindicaciones.
Tres libros de tres mujeres que nos harán reflexionar y ser más conscientes de que, a pesar de los logros, mucho queda todavía para adquirir la plena la igualdad. Tres libros que, quizás, nos ayuden a estar más cerca de conseguirla.