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Elecciones en Francia con sabor a EEUU

A pesar de las diferencias, el enfrentamiento de un conservador y una ultraderechista en las presidenciales francesas hace pensar en la batalla de Hillary Clinton y Donald Trump por la Casa Blanca.

Manifestación contra la reforma laboral en Francia. // Teresa Suárez

Sucedió en Estados Unidos y pronto podría ocurrir en Francia. El candidato populista de extrema derecha Donald Trump venció con su demagogia y su discurso anti sistema a Hillary Clinton, una política profesional de perfil conservador que fracasó en su intento de transmitir una imagen renovadora para reducir su olor a establishment. Todos los sondeos de Francia apuntan a que las elecciones presidenciales de la próxima primavera enfrentarán en segunda vuelta (la definitiva) al candidato del principal partido conservador francés, Les Républicains –hasta hace poco se llamaba Unión por un Movimiento Popular (UMP)- y a Marine Le Pen, líder del neofascista Front National –fue la primera líder de extrema derecha en felicitar a Donald Trump tras su victoria–.

Este domingo Les Républicains celebró sus primarias internas, en las que más de cuatro millones de franceses eligieron entre siete candidatos conservadores. A la espera de que se celebre la segunda vuelta de estas primarias para esclarecer quién será el aspirante conservador a la presidencia, los resultados de esta primera vuelta hacen pensar en un candidato que, al igual que Hillary Clinton, tendrá que lidiar con una imagen de “casta” y miembro del sistema que podría jugar a favor de Le Pen, libre del desgaste que supone el ejercicio del poder y que además ha logrado convencer a muchos franceses de que ella es la única que de verdad comprende el descontento del ciudadano de a pie. Vayamos por partes.

La primera vuelta de las primarias conservadoras acabó con la derrota de Nicolás Sarkozy (20,6% de los votos), que anunció su retirada, y la victoria de dos candidatos con largo recorrido en las altas esferas del Estado: François Fillon (44,1%), exprimer ministro bajo la presidencia de Sarkozy, y Alain Juppé (28,6%), antiguo ministro de Asuntos Exteriores también con Sarkozy y de perfil más centrista -además, fue primer ministro con Chirac-. Fillon, el candidato que más votos obtuvo, tiene un perfil ultraliberal –es un gran admirador de Margaret Tatcher-, defiende una moral más conservadora, dice que se pondrá del lado de Putin, dolor de cabeza del actual presidente, el socialista François Hollande, y cuenta con el respaldo de su antiguo jefe. La segunda vuelta de las primarias podría traer sorpresas positivas para Juppé, pero dados los resultados, lo más probable es que gane Fillon.

El ultraderechista Frente Nacional es ya el partido más votado en Francia, a pesar de que el sistema electoral hace que esta formación esté subrepresentada en las instituciones galas. Si los sondeos aciertan, el Frente Nacional volverá a situarse a un paso del Elíseo en las próximas presidenciales, igual que sucedió cuando Jean-Marie Le Pen, padre de Marine Le Pen, se enfrentó al conservador Chirac en 2002. En esa ocasión Chirac ganó las presidenciales gracias a la movilización de muchos votantes de izquierda que decidieron apoyar al “candidato menos malo” para evitar la llegada de un aspirante conocido por sus postulados antisemitas, homófobos, xenófobos y ultranacionalistas. ¿Volverá a pasar lo mismo si se enfrentan Fillon y Le Pen?

Las cosas han cambiado. El descontento social en Francia está por las nubes como resultado de la crisis que afecta al país, la derechización del gobierno socialista –impulsó una reforma laboral propia del PP– y los últimos atentados han avivado el fuego del nacionalismo. Fillon forma parte de la élite política francesa –igual que Clinton en Estados Unidos– y es percibido como un hombre lejano a los problemas de la calle, mientras que Marine Le Pen ha sabido mermar la imagen elitista de su padre mediante un discurso en el que se presenta como la salvadora de los obreros y los agricultores franceses, defendiendo medidas proteccionistas en lo económico y ultranacionalistas en lo social –cierre de fronteras, expulsión de emigrantes, retirada de ayudas sociales a extranjeros, etcétera–.

¿Qué fue de la izquierda francesa?

Actualmente la antaño poderosa izquierda francesa está fragmentada y ocupada en lamerse las cicatrices de su propia división. Politólogos como Gaël Burstier afirman que fenómenos como el movimiento de indignados Nuit Debout están acelerando el interminable proceso de adaptación de la gauche française, que hasta ahora no ha sabido canalizar el descontento social que impera en Francia ni ha servido de dique contra el auge de Le Pen, a quien muchos antiguos votantes de izquierda ven ahora como alternativa real.

Situar al Partido Socialista francés en la izquierda es cada vez más difícil, después de una legislatura marcada por medidas liberales en lo económico y el recorte de prestaciones sociales –no es comparable al que sufrieron los presupuestos sociales españoles, pero igualmente hizo mella en muchos votantes–. En los últimos años el gobierno del presidente Hollande y Manuel Valls, su primer ministro, hizo guiños constantes al electorado más conservador en sus políticas económicas y de seguridad nacional, lo que profundizó aún más la enorme crisis de liderazgo de la formación socialista. Hollande es el presidente más impopular de la Quinta República fuera y dentro de partido, donde ya cuenta con una amplia bancada de socialistas rebeldes. La semana pasada su pupilo y joven ministro de Finanzas, el liberal Emmanuel Macron –“ni de izquierdas ni de derechas”, como Albert Rivera–, se postuló a la presidencia, mientras que Manuel Valls, de origen catalán, dijo estar “listo para dirigir el combate de 2017”, una afirmación que vuelve a confirmar su aspiración al Elíseo. Nombres “esperanzadores” para el elector socialista, como el de la alcaldesa Anne Hidalgo, de origen gaditano, o la ex ministra de Justicia, Christiane Taubira, se mantienen fuera de las papeletas.

La izquierda francesa encarnada en la coalición Front de Gauche (Frente de Izquierda) es hoy en día una casa quebrada y de diseño antiguo que mira hacia fuera en busca de remedios para frenar su sangría de votos, a pesar de que el contexto parece idóneo para sus postulados. El periodista Paul Quinio lo definió así coincidiendo con las elecciones de diciembre de 2015 en España: “mientras que Podemos va camino de instalarse como la tercera fuerza política española, las innumerables capillas de la izquierda en Francia siguen deleitándose con la mini porción del pastel protestatario (…) Se agarran a estructuras partidarias obsoletas y se contraen un poco cada año mientras ven prosperar al Frente Nacional”.

La división también es un mal crónico del Partido Europa Ecología los Verdes francés, hasta hace poco aliados del gobierno socialista, y el Front de Gauche, que cuenta con 10 de los 15 diputados de su grupo parlamentario (Gauche démocrate et républicaine) de un total de 577 escaños que componen la Asamblea Nacional (sus antecesores llegaron a tener 86 escaños en 1978). El partido-coalición más fiel al ideario de izquierdas en Francia es uno de los pocos que aspira en voz alta a la Sexta República francesa pero se desangra por las dudas sobre su propia supervivencia. Su líder, el eurodiputado Jean-Luc Mélenchon (quedó cuarto en las legislativas de 2012 con el 11,3% de los sufragios en primera vuelta), ex diputado socialista, es percibido como un gran orador pero su larga trayectoria política e institucional le granjea también una imagen de miembro del establishment que, combinada con su discurso a menudo personalista y victimista, le impiden despertar más simpatías. En febrero Mélenchon creó el movimiento La Francia Insumisa y en julio de este año descolocó a los militantes al afirmar que “el Front de Gauche no existe más, la confianza también está muerta”, algo que otros líderes de izquierda desmienten. Mélenchon dice que se presentará a la elección presidencial de 2017 “fuera del marco de los partidos” y sin el Front de Gauche.

Bajo el paraguas de esta familia agrietada destaca el histórico Partido Comunista Francés, el más poderoso de la coalición de izquierdas –hasta tiene su propio periódico, L’Humanité– con Pierre Laurent al mando, así como el propio Parti de Gauche fundado por Mélenchon. Aún escuece la cicatriz de la penúltima gran riña interna: Christian Picket, líder de Gauche Unitaire –forma par de la coalición– se bajó del carro alegando la “estrategia incoherente” de su formación y poco después se unió a la socialista Anne Hidalgo en las municipales parisinas. La última esperanza de muchos militantes es Ensemble!, un movimiento que incorpora a partidos, asociaciones y representantes sociales en el seno del Front de Gauche.

La crisis económica también hace mella en Francia, aunque no con la intensidad vista en los países del sur de Europa. No obstante, el enorme descontento que reina en las calles galas tras décadas de clasismo, debates identitarios, desindustrialización y ataques terroristas, ha dado a luz a nuevas voces en la izquierda francesa. Destacan dos figuras: Frédéric Lordon, economista y sociólogo al frente del prestigioso CNRS, cara visible de la Nuit Debout, un movimiento que no quiere personalismos, y François Ruffin, director de la revista Fakir, cercano a los grandes sindicatos e impulsor del mismo movimiento indignado. Lordon clama en favor de la lucha de base, la toma de consciencia y el apartidismo, mientras que Ruffin defiende una lucha más tradicional y cercana a los sindicatos, apuntando a las deprimidas periferias y las olvidadas zonas rurales como elementos clave. Dos posturas inusuales que despiertan cierto ánimo entre muchos franceses con ganas de cambio. Mientras tanto, los de Hollande apuntalan su mensaje: la única opción realista para el votante gauche es el Partido Socialista.

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