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Lo que los periodistas perdemos en el camino

"Rocío Montero, la Bernarda Alba del Vacie, me pidió que acompañara a su hija a la cárcel. Después de escuchar a Carina decirle al funcionario 'vengo a entregarme', pensé muchas veces en ella, sí, pero no seguí la historia".

«¿Te acuerdas de mí?», me pregunta mientras posa su mano sobre mi hombro derecho. Lleva camiseta larga de rayas, una falda hasta las chanclas y el pelo recogido en un moño. Está igual que hace dos años y medio. El tiempo no ha arrugado su piel oscura. Ni su bisnieto la ha hecho vieja. «Quién te iba a decir que nos íbamos a volver a ver, ¿eh?», continúa con sonrisa tímida y ojos de haber visto muchas cosas. Pasito a paso se acerca hasta la mesa y las sillas desde donde ella y sus compañeras van a dar una rueda de prensa. «Teníamos muchas ganas de volver», resume a los periodistas la actriz de cincuentaytantos años sobre su regreso a las tablas. Es Rocío Montoya Maya. El Teatro Central de Sevilla abre la temporada con su nueva obra.

La última vez que la había visto metía los avíos del puchero en una olla grande para dar de comer a toda su familia. Lloraba en su chabola del Vacie. A Carina, una de sus hijas, le faltaban dos días para entrar en prisión por un robo de chatarra grabado y emitido en un programa de la tele varios años atrás. En ese tiempo intermedio, mientras la vida pasaba y el mundo continuaba ignorando el asentamiento chabolista más antiguo de Europa, la Bernarda Alba del teatro social de Pepa Gamboa, Ricardo Iniesta y su TNT-Atalaya hicieron sentir a estas mujeres gitanas la dignidad que antes nadie les reconocía. Rocío, con la olla caliente en el butano, me pidió que acompañara a su hija a la cárcel en un último intento de parar lo que consideraba una injusticia.

«Me gustaba más Bernarda, pero la de ahora, Fuente Ovejuna, también está bien. Habla del maltrato, de violaciones», me explica Carina. También me ha reconocido, pero no a la primera como su madre. Va con la misma chaqueta de plástico rojo que se llevó a prisión una mañana de abril de 2014, un jersey negro, zapatillas negras y mallas también negras con un Yes en la pierna derecha y un No en la pierna izquierda. Para quien la mira de frente, el está en la izquierda y el no en la derecha. Sí o no. Una cosa o la otra. Elegir en el Vacie es casi un oxímoron. En esa dificultad, Carina optó por no llevarse a su niño a la cárcel, con una bronquitis casi crónica: «Para sufrir, ya sufro yo», me explica ahora. Hace unos meses lo operaron de vegetaciones y anda ahora de médicos con su otro hijo por una infección bacteriana. «Lo pasé muy mal ahí dentro, ¿sabes? Nueve meses y medio. Dos sin comer nada, sólo bebía agua. Perdí 15 kilos. Cuando salí, pesaba 47».

¿Te acuerdas de mí? Perdí 15 kilos… Cuando acabó la rueda de prensa, cogí el autobús y me fui a casa con cuerpo raro. Después de escuchar a Carina decirle al funcionario «vengo a entregarme», pensé muchas veces en ella, sí, pero no hice nada para conocer –y contar– cómo le había ido. No seguí la historia. La dejé en la cárcel con impotencia y la recupero en el teatro con alegría. Pero con la sensación del que sabe que, al perderse el camino, no hizo bien su trabajo.

Fuenteovejuna se representa este fin de semana en el Teatro TNT-Atalaya.

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