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‘Yo, Daniel Blake’, un alegato contra la exclusión

La última película de Ken Loach aborda las carencias y la decadencia del sistema asistencial británico, en caída libre desde los mandatos ultraliberales de Margaret Thatcher.

'Yo, Daniel Blake' es un retrato de las privatizaciones asistenciales en el capitalismo.

Cruda e implacable, así es la última película de Ken Loach, como lo es la realidad social en la que se inspira. Durante poco más de hora y media, seguimos al Daniel Blake del título en su lucha contra la maquinaria del sistema asistencial británico –deshumanizado y burocratizado hasta el absurdo–, después de un infarto que lo ha apartado, a los 59 años, de su oficio de carpintero.

En esa odisea kafkiana hacia la tragedia, Yo, Daniel Blake, que se estrenó el 28 de octubre, remite directamente –y así lo confirma la prensa y la opinión pública británica– a aquel primer film de 1966 relevante en la dilatada carrera de Ken Loach, Cathy Come Home, película para la televisión de corte cuasi documental sobre una familia desahuciada que se ve empujada hacia la marginalidad, bajo las diversas zancadillas de un sistema asistencial lleno de agujeros y despropósitos. Aquella cinta, producida y proyectada dentro del programa Wednesday Play de la BBC, fue vista por 12 millones de británicos en aquellos remotos años 60 y ocasionó un enorme revuelo público, e incluso legislativo, en torno a las personas sin hogar.

Cincuenta años después, Yo, Daniel Blake, ganadora este año de la Palma de Oro en Cannes –decisión muy discutida por la crítica por su escasa innovación cinematográfica–, va camino de levantar un debate similar en torno a la situación de abandono a la que abocan unos servicios públicos tocados por la privatización a toda costa y la gestión de corte neoliberal que convierten al burócrata y al ciudadano en enemigos. Daniel no encaja en los estrechos parámetros de un sistema que no es capaz de lidiar con la casuística individual y la empatía. El resultado prolongado de los laberintos burocráticos acaba siendo el hambre y el deterioro.

The Guardian ha publicado, entre otras piezas sobre la película, un análisis político de la misma, aderezado de entrevistas a relevantes figuras de la opinión pública relacionadas con el análisis económico o el trabajo con las personas en riesgo de exclusión. La influyente escritora, periodista y activista en contra de la pobreza, Jack Monroe, va a iniciar una petición pública para que el film de Loach se muestre en el Parlamento británico y en la BBC.

A sus 80 años, Loach ha demostrado una vez más que lleva cinco décadas con la misma película pero que quizás esté ahí su fuerza, en su empecinamiento político y cinematográfico. Menos edulcorado que sus últimos films –aunque con sus dosis, desde luego–, la realidad es que toca un tema espinoso en una sociedad británica cuyo sistema asistencial ha remitido sin descanso desde los tiempos de Margaret Thatcher.

Hambre
Para escribir Yo, Daniel Blake, Paul Laverty, guionista habitual de Ken Loach desde hace dos décadas, pasó un tiempo en Newcastle, ciudad en la que está ambientado el film. Allí se entrevistó con personas en riesgo de exclusión y conoció de primera mano los dramas derivados de un sistema asistencial condenado por las políticas de austeridad y la gestión neoliberal.

Laverty habló con quienes trabajan en el banco de alimentos de la localidad, donde tiene lugar una de las escenas más dramáticas de la película: la compañera de penurias del protagonista, una madre soltera sin hogar reubicada en una casa en ruinas, abre a escondidas una lata en el comedor social, después de días sin comer para alimentar a sus hijos. «Nos encontramos con muchas historias de este tipo. Podemos entender que haya errores, pero son de tal magnitud que no puede ser un accidente. Ha habido una campaña de crueldad contra las personas más vulnerables», ha afirmado Laverty a la revista The Big Issue. 

¿Puede limitarse a responder?
Quizás uno de los aspectos más interesantes de Yo, Daniel Blake, sea el hincapié que se hace desde el guion sobre la importancia del uso de un tipo específico de vocabulario y lenguaje, muy influenciado por la ética y los manuales de autoayuda neoliberal, que se ha convertido en el libro de estilo de los que trabajan en las oficinas de empleo y call centers de servicios asistenciales. El film arranca, de hecho, con una entrevista descorazonadora que mantiene una trabajadora de Sanidad para detectar si el protagonista es merecedor o no de una pensión de invalidez después de su infarto. La película está plagada de esta tendencia al formulario despersonalizado, así como a un lenguaje que, acodado en la «eficiencia empresarial», fabrica un muro entre el ciudadano y el sistema.

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