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Los imposibles Derechos Humanos
"Es imprescindible una enmienda a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el sentido de subordinar el derecho de propiedad a los derechos fundamentales para la vida humana", sostiene el autor.
Estos días se ha hablado mucho del problema de los CIE, y se ha insistido en la grave vulneración de los Derechos Humanos que se produce en estos centros. Estoy totalmente de acuerdo con que ahí no se respetan derechos humanos fundamentales de las personas y que es necesario luchar para evitar esa situación. Pero al mismo tiempo, tengo que decir que esa vulneración de derechos, que desde luego es totalmente rechazable, desgraciadamente me parece una bagatela comparada con las brutales condiciones en que tienen que pasar toda su vida millones y millones de personas.
Los miles de niños que mueren de hambre cada día, los millones de personas que no tienen agua limpia para calmar la sed, los que mueren destrozados por las bombas que hacen ricos a los fabricantes de armas, los atrapados en guerras provocadas por inconfesables intereses económicos. Y esto ocurre 68 años después de la solemne proclamación por la Asamblea de las Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Cuando los gobernantes de muchos países, sobre todo los que alardean de democráticos, no se cansan de justificar sus acciones apelando a la defensa de los Derechos Humanos. Y lo peor es que en las poblaciones de estos países se da una general pasividad ante estas situaciones inhumanas.
Podemos dedicarnos a lamentarlo, pero me parece más útil buscar las razones de ese incumplimiento que supone graves sufrimientos para gran parte de la humanidad. ¿Es que somos todos una panda de hipócritas? Un buen capitalista dirá que los seres humanos lo que somos es radicalmente egoístas, y que este sistema que tenemos es lo mejor que se puede conseguir. Sin embargo, somos muchos los que pensamos que en el ser humano hay egoísmo, es verdad, pero también hay sentimientos y motivaciones mucho más elevadas, y creemos que en el fondo de la mayoría existe un deseo de justicia y un sentimiento de solidaridad con los demás. Si creemos esto, tendríamos que plantearnos los motivos por los que la Declaración de los Derechos Humanos sigue siendo papel mojado para la mayoría de la humanidad casi setenta años después de su solemne proclamación.
Para mí, el motivo fundamental de este incumplimiento es que en esa Declaración de Derechos Humanos, existe una contradicción insalvable. La Declaración consta de treinta artículos que en principio parecen muy razonables y justos. Pero hay uno que lleva escondida una bomba de relojería, una bomba de una potencia destructiva formidable. Me refiero al artículo 17, que en el párrafo 1 dice textualmente:
Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente.
No se añade ninguna limitación, ningún control, ninguna regulación, nada que pueda suponer una cortapisa al uso abusivo de este derecho. Y lo que afirma el punto 2 del artículo:
Nadie será privado arbitrariamente de su propiedad
En la práctica viene a reforzar el punto 1, pues para la ideología capitalista todo intento de regulación es arbitrario.
Eso ha permitido que la propiedad privada se desarrolle de una manera tan arrolladora e incontenible que arrasa con todos los demás derechos humanos, pues es evidente que en un planeta de recursos limitados, si unos grupos sociales pueden, sin ningún control ni limitación, acumular una parte cada vez mayor de esos recursos, un gran sector de la humanidad se verá sometido a una miseria cada vez mayor, a pesar de todos los derechos que teóricamente se le reconozcan.
Un niño puede estar muriéndose de hambre a la puerta de un almacén repleto de alimentos. Ningún policía vendrá a abrir esa puerta y permitir que el niño coma. Si nadie que disponga del dinero necesario viene a darle de comer, el niño morirá. Y de hecho en el mundo miles de niños mueren al día por desnutrición. Pero, ¡ah, se ha salvado el derecho de propiedad! algo que la declaración de los Derechos humanos reconoce como un derecho inviolable. Un derecho que el sistema capitalista ha sacralizado, aunque se trate de una propiedad tan brutal e inhumana como la que lleva a la muerte a millones de personas cada año.
Es verdad que la alternativa radical, la negación del derecho de propiedad privada, ha fracasado siempre que se ha tratado de llevar a la práctica. La propiedad es algo totalmente natural en el ser humano. Demetrio Velasco, catedrático de Pensamiento Político escribe:
La connatural indigencia del ser humano para poder subsistir por sí mismo se refleja en la necesidad de apropiarse de las cosas que lo rodean. Todas las disciplinas del saber humano han resaltado esta dimensión antropológica básica, que bien podemos calificar como un existencial humano, no es algo esencial, como el comer o respirar, pero es difícil concebir la existencia humana sin alguna propiedad.
Pero el mismo autor advierte:
Y, como ocurre con otros existenciales humanos (el poder o la sexualidad), también la propiedad ha mostrado ser un arma de doble filo. A la vez que se manifiesta como una forma ineludible de realización humana, puede convertirse, y se convierte, en una amenaza tanto para uno mismo como para los demás y para la misma naturaleza que lo acoge como huésped.
Hoy, cuando vemos como se está materializando esta amenaza, me viene a la memoria una película que muchos habréis visto: El Señor de los Anillos. La leyenda comienza con el reparto de los anillos:
Tres para los reyes elfos,
siete para los señores enanos,
nueve para los hombres.
Uno para el Señor Obscuro, sobre el trono obscuro, en la tierra de Mordor, donde se extienden las sombras.
Un anillo para gobernarlos a todos, un anillo para encontrarlos.
Un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas en la tierra de Mordor, donde se extienden las sombras.
A mí ese derecho de propiedad, absolutizado de una manera total, me trae a la imaginación el anillo con el que el Señor obscuro gobierna a todos y los ata en las tinieblas, en la tierra de Wall Street, donde se extienden las sombras. El anillo, el poder económico que está por encima de gobiernos y democracias.
Bueno, y el Señor obscuro, ¿quién sería el Señor obscuro? Pues yo creo que este Señor obscuro es ese ídolo de la riqueza al que Jesús de Nazaret presenta en el Evangelio como el enemigo directo de Dios: “No podéis servir a Dios y a la riqueza”.
El Dios de Jesús y la riqueza son incompatibles. Lo que ocurre es que esto, durante muchos siglos, ha estado muy olvidado por la jerarquía eclesiástica. De tal manera que parecía que el ídolo había ganado la batalla. Pero últimamente ha entrado en liza una figura sorprendente, el papa Francisco. Su esfuerzo para volver a posturas evangélicas es una gran esperanza para la humanidad.
Al dios dinero hay gente que lo llega a calificar de El Todopoderoso Dinero. Hace ya mucho que Quevedo escribió lo de “Poderoso caballero es Don Dinero”. Pero aquí Quevedo se equivocó radicalmente. Don dinero ni es caballero ni es poderoso. Es un ídolo mentiroso y cruel, y es un grave error considerarlo poderoso, y menos todopoderoso. Es un ídolo impotente. ¿Y la fuerza que muestra? La fuerza que muestra no es suya. Esa fuerza se la dan los que le dan culto, los que lo adoran y por él luchan.
Son sus fieles los que lo hacen fuerte. Y sus fieles no son solamente esos multimillonarios de película, con sus grandes yates y sus aviones privados, ni esa gente que se ha enriquecido con la crisis mientras los demás sufríamos sus consecuencias. Darle culto y darle fuerza al dios dinero muchas veces lo hacemos nosotros mismos y muchísimos millones de personas que están oprimidas por este reino del dinero y que, sin embargo, pretenden gracias al dinero conseguir su liberación.
La liberación sólo podrá llegar si dejamos de dar culto al dinero, si dejamos de tomarlo como el gran objetivo de nuestra vida, si el dinero vuelve a ser simplemente una herramienta que facilita nuestros intercambios, algo que ayuda a la cooperación entre los seres humanos, si la propiedad vuelve a ser ese existencial humano que nos permite no vivir como animales, sino que nos proporciona una vida digna y satisfactoria, y si no consentimos que la propiedad privada se desarrolle como esa célula cancerosa que crece alocadamente y destruye todo el organismo.
Es imprescindible una enmienda a la Declaración Universal de los Derechos Humanos en el sentido de subordinar el derecho de propiedad a los derechos fundamentales para la vida humana. Entonces sí, cuando consigamos eso, podremos celebrar la proclamación de los Derechos Humanos como un imponente avance en la historia de la humanidad.
Y entonces, sólo entonces, podremos construir ese mundo justo, libre y en paz al que en el fondo todos aspiramos. En nuestras manos está.
Antonio Zugasti es socio cooperativista de La Marea.