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‘Ragazzo’, retrato de un activista asesinado

La obra que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid humaniza, acerca y desmitifica a un chaval con el que se puede sentir identificado cualquier activista, sobre todo, los veinteañeros que hayan participado en el 15-M.

El 20 de julio de 2001 ardió Génova. Era el segundo día de la llamada contracumbre, un evento organizado por el movimiento antiglobalización contra la reunión del G-8 (que agrupa a los países más industrializados del planeta). Un cocktail formado por medidas de seguridad militar y miles de jóvenes llegados de toda Europa, unidos por ideas altermundistas. Algunos participantes cuentan que el ambiente olía al de las cosas cuando suceden. Y ocurrieron muchas, pero nada tan importante y trágico como el asesinato de Carlo Giuliani.

Este chico de 23 años, de filiación anarquista, vivía en un edificio okupa y trabajaba en un centro social. Escribía poesía, escuchaba música, quedaba con sus amigos, ligaba. No era ni un líder ni un notable: el día que lo mataron llevaba un bañador debajo del pantalón, ya que a última hora había decidido ir a la manifestación en vez de a la playa. Ragazzo, la obra que se representa en el Teatro del Barrio de Madrid, tiene el mérito de haber humanizado, acercado y desmitificado a un chaval con el que se puede sentir identificado cualquier activista, sobre todo, los veinteañeros que hayan participado en el 15-M. La escenografía tiene esa intención: un piso pequeño, una cama, estanterías de comida, pósters, una cuerda de tender…

Oriol Pla, el actor que le interpreta y que ahora tiene la edad con la que murió Giuliani, cumple perfectamente con ese cometido. Realiza un papel excepcional, vivo y enérgico, natural y creíble. El texto, cuya autora es la catalana Lali Álvarez, es capaz de reducir la distancia entre Génova y Madrid, entre hace 15 años y hoy, valiéndose de detalles como la música del grupo valenciano Zoo. Temas como Tempestes venen del sud o Estiu son bastante posteriores al Bella Ciao que le gustaba entonar a Carlo. También a los himnos de Manu Chao, que inauguró el 18 de julio la “cumbre social” con un concierto pasado por agua en el estadio Carlini. El sonido de los gritos de “assassini” o de los helicópteros sí que son genoveses.

Ni el actor ni la autora estuvieron en esa revuelta antiglobalización. Pero tienen la sensación de que no ha sido una historia bien explicada por los medios de comunicación. Por eso ha salido a la luz este proyecto. “El arte existe para contar aquello que, en otro contexto, puede ser aburrido», afirma Oriol. Así lo hicieron ver después en un debate posterior a la función del pasado miércoles, en el que compartieron mesa con algunas personas que estuvieron presentes en la ciudad italiana: Pablo Iglesias, secretario general de Podemos; el eurodiputado de la formación morada Miguel Urbán; el sociólogo Emmanuel Rodríguez, de la Fundación de los Comunes, y la directora de La Marea, Magda Bandera. Un coloquio en el que tanto Pla como Ortiz fueron felicitados por el resto de contertulios por haberles ayudado a evocar las sensaciones de entonces.

El monólogo se iba a titular, inicialmente, Carlo, pero decidieron cambiar de opinión por respeto a la memoria de la víctima. Una víctima joven, un ragazzo con todo el futuro por delante. En sus poemas pedía no ser recordado como una estatua de piedra. El teatro es una buena manera de evitarlo.

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