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¿Cien años de soledad más para Colombia?

Jorge A. Trujillo reflexiona sobre la derrota del SÍ en el plebiscito por la paz en Colombia. "Lo que parece claro con todo el movimiento que ha surgido tras el triunfo del NO es que la paz es un proceso irreversible", sostiene.

Guerrilleros de las FARC

«Ya pasamos cien años de soledad», dice una de las frases de los himnos de la paz en Colombia. El 2 de octubre, cuando todos esperábamos el SÍ en el plebiscito, habría comenzado el artículo con esas palabras. Dos semanas después, tras la victoria del NO y el shock que se produjo en todo el país, los medios y el mundo, hubo que pararse a reflexionar. Como le sucedió a toda la agenda mediática (perdonadme por incluirme en tan importante agenda), diplomática y política, tuve que reescribir lo escrito y días después, al salir de la perplejidad, empezar a decir algo con forma, coherencia y no caer en la rabia y confusión.

Comprender que Colombia decidió que NO quería unos Acuerdos de Paz entre las FARC-EP y el Gobierno de Juan Manuel Santos es tan complejo como su propio conflicto. Los acuerdos se negociaron durante cuatro años y fueron avalados por la comunidad internacional, la ONU, las víctimas y la prensa de casi todo el mundo. El asombro inicial fue grande, pero en cuanto iba leyendo, escuchando y pensando, empecé a matizar y comprender algunas cosas. No fue toda Colombia la que dijo NO: eso sería injusto. Cerca del 20% de la población fue la que no aprobó el acuerdo. Entonces, ¿por qué perdimos el plebiscito por la paz? Porque cerca al 63% no acudió a votar por varias razones.

El primer motivo es histórico. Colombia es una gran experta en abstenerse: por no creer en el sistema o las instituciones, por apatía, por pensar que su voto no vale para nada, por la ruptura del tejido social, etc. Estas razones siempre se han repetido en cada una de las elecciones celebradas en este país, ya sean presidenciales, locales o regionales. Segundo motivo. En lugares como en la zona Caribe, el huracán Matthew dejó tormentas y lluvias impresionantes. Tercera razón: el miedo y la poca cultura democrática. No dejemos a un lado las pocas condiciones culturales y educativas de un país que no ha invertido en infraestructura de ningún tipo y donde el abandono estatal de la salud, educación, trabajo, vivienda y dignidad están a la altura de su economía neoliberal.

Colombia es una sociedad conservadora que, no podemos olvidar, sale de 50 años de guerra (por no alejarnos más allá de las contiendas políticas y coloniales, que son el origen del actual conflicto). Así, con el 38% de votantes, el NO a los Acuerdos de La Habana se impuso con un 50,21% frente a quienes apoyamos el SÍ (49,78%). Es decir, de casi 45 millones de colombianos, cerca de 35 millones estaban convocados a votar. De este censo, 13 millones fueron a las urnas. Desde fuera de Colombia no podemos entender que se pudiera votar NO por la paz. Y ahí entró en juego el miedo, la ignorancia, la poca cultura democrática y la poca tolerancia, pero sobre todo la mentira y la pasión. Sí, como si de una telenovela se tratara.

Muchos de los argumentos que oímos en contra de los acuerdos era que con ellos vendría el régimen «castrochavista» y se acabaría con las instituciones, tal y como las conoce Colombia. Y surgía la pregunta: ¿Es Colombia un país tan avanzado, desarrollado y donde todo el mundo vive tan bien que no hay pobreza? Si es así, claro que hay que temer a cualquier régimen que quiera acabar con este progreso. Pero la pobreza en Colombia supera el 40% y es uno de los países más desiguales del mundo. Otro absurdo fue decir que se implementaría la ideología de género y de la homosexualidad (ojalá, para acabar con las desigualdades de género y fomentar la tolerancia con la diversidad sexual). Muchas sectas religiosas e iglesias hicieron campaña por el NO alegando que el diablo venía con la implementación del acuerdo. Todo esto, supuestamente, lo podría traer la entrada de las FARC en la vida política legal.

Representación de las FARC en el Congreso

En realidad lo que indican los acuerdos es que la guerrilla tendría una representación mínima de 10 congresistas por dos legislaturas, y luego podría hacer política como cualquier otro partido dependiendo de su apoyo electoral. Evidentemente, ahí podrían defender sus ideas y modelo de país, ahora sin armas, como ya en lo hicieron en los años 80 y 90, cuando formaban parte de la Unión Patriótica (partido que fue exterminado y cuya representación ganada en las urnas era superior a la que los acuerdos le garantiza actualmente a las propias FARC).

La poca tolerancia de un sector de la sociedad no comprende que en un conflicto, claramente degradado, con orígenes políticos, sólo tiene una salida: la política. Las garantías deben existir para no justificar la utilización de las armas y estos grupos puedan ejercer el derecho democrático de organizarse, expresarse políticamente y presentarse a las elecciones. Eso es construir paz y fortalecer la democracia, y ahora con más fuerza porque se abre otra gran mesa de diálogos con el ELN.

Sin embargo, parece que los odios y la campaña del miedo, liderada por el expresidente Álvaro Uribe Vélez y sus aliados, fueron más fuertes y lograron paralizar una oportunidad histórica ya perdida pero no derrotada. Mientras se mueve todo el arco político para llegar a un acuerdo, habrá que ver cómo resolverán las denuncias aceptadas por la Fiscalía tras las graves denuncias contra la campaña del NO por las mentiras usadas.

Otra de las grandes excusas era la impunidad. Sin embargo, los acuerdos no garantizan impunidad. La reparación a las víctimas debe ser con garantías y derechos para que se sepa la verdad, haya reparación y un proceso de no repetición. A eso se comprometían los acuerdos firmados por las FARC y el Gobierno. No habría indulto para crímenes de lesa humanidad. Para ello, los victimarios deben adjuntarse al programa de Justicia Transicional y colaborar en la verdad y reparación.

Quienes lo hicieran pagarían penas de entre 5 y 8 años, y todo un trabajo de reparación a las víctimas. Quienes no colaboren con el programa, tendrían condenas de hasta 20 años. Ahora bien, vale mucho señalar que esto sería para todos los actores del conflicto, es decir, guerrillas, paramilitares, fuerzas del Estado y hasta empresas nacionales e internacionales que pagaron a grupos paramilitares. Y aquí es donde ciertos sectores de intereses que apoyaron el NO, como Uribe, temen tanto a la verdad. Los datos oficiales revelan que las guerrillas cometieron entre el 10 y 20% de los crímenes registrados en Colombia. El resto de víctimas fueron provocadas por los paramilitares y las Fuerzas estatales.

Pese a estos datos, la oficialidad ha mostrado que el único actor armado que comete crímenes fue y ha sido la guerrilla, un mensaje que ha calado en la gente y no ha cuestionado la complejidad de lo que significa una guerra y un conflicto social y armado como el colombiano. A este discurso también han favorecido los medios nacionales e internacionales.

Resultados paradójicos

Analizando los resultados podemos ver que donde más se sufría la guerra, en la periferia del país y en el campo, ganó el SÍ a los Acuerdos de paz. Donde la guerra se veía por televisión, en el centro del país y en las grandes ciudades, ganó el NO. Es la paradoja de estas tristes historias cuando se es víctima y cuando se habla por ellas: por ejemplo, las grandes ciudades dan la espalda a los desplazados que acaban malviviendo en las periferias. Sin embargo, cabe destacar que Bogotá fue la gran ciudad que votó por el SÍ..

Ahora Colombia se encuentra en un limbo en el que no se sabe por dónde se puede ir, con la comunidad Internacional perpleja. Las FARC mantienen su oferta de diálogo y voluntad de paz, pero defendiendo lo que tanto costó acordar en Cuba durante cuatro años. Uribe ha ganado el protagonismo y ha propuesto puntos que ya están incluidos en los Acuerdos para los que él apostó por el NO.

El presidente Santos señaló que el cese al fuego «definitivo» se prorroga hasta finales de año. La guerrilla, que a día de hoy ya debería estar empezando con la entrega de las armas, ya debe estar replegada en sitios seguros dentro de la selva. La sociedad colombiana, al menos la que estuvo a la altura de unos acuerdos históricos avalados por los organismos y tratados internacionales, sale masivamente a la calle a pedir un acuerdo ya con el lema PazALaCalle. También lo empiezan a hacer los colombianos y colombianas en el exterior. Aunque no se comprenda ese resultado electoral desde Europa, sí debemos reflexionar que tampoco es tan absurdo. En la cuna de la cultura occidental, en esta región civilizada, también votamos de una forma muy sorprendente; ahí vemos las elecciones españolas, las que vienen en Francia, lo que pasaron en Reino Unido y la fuerza que está ganando la extrema derecha en Alemania, Dinamarca y demás países europeos. Por tanto, Colombia siguió el ejemplo y «está a la última».

Los caminos que le quedan a Colombia son: 1. Una asamblea constituyente (que podría ser una gran oportunidad o una caja de Pandora). 2. Que el presidente decida aplicar el artículo 22 de la Constitución, donde se indica que «la paz es un derecho». 3. Un acuerdo nacional donde entren los líderes del NO para ver cómo resuelven sus intereses (en lo económico y también respecto a presuntas vinculaciones con muchos crímenes y verdad de éstos). Lo que parece claro con todo el movimiento que ha surgido tras el triunfo del NO es que la paz es un proceso irreversible.

En pocos días, Santos ha pasado de parecer derrotado a volver con fuerza, tras obtener el premio Nobel de la Paz (lo que puede discutirse, porque fue un ministro de guerra feroz y con muchas acusaciones también a sus espaldas). Con todo, Santos se la está jugando por la paz (aunque sea una paz para intereses concretos de los sectores económicos que representa), pero también lo están haciendo la misma guerrilla con su buena voluntad y todo los movimientos sociales colombianos.

Lo ideal es que este nuevo impulso abra una ventana tras el cierre brusco del 2 de octubre y que el mismo Santos resista el desgaste que ha sufrido por firmar la paz aunque le cueste su cabeza política. El presidente y Nobel debe mantener la firmeza histórica para lograr implementar los Acuerdos de La Habana y dejar un país nuevo, país donde se empezarían a ver los cambios de aquí a 20 años. Puede que incluso hasta la historia lo absuelva de todos los males tenebrosos de su pasado.

Enlaces de interés:

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«La sociedad que votó por el NO tiene que una deuda con nuestros derechos»: víctimas de Bojayá

Documentales:

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