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¿Es la clase obrera más islamófoba que las élites?
"Estas oligarquías tienen la capacidad para instaurar el relato de que la clase obrera es racista –y la suya, no– mediante el control de los mass media", escribe Maestre
La islamofobia en prensa y en el lenguaje existe desde el mismo momento de la negación de su existencia en la normatividad lingüística. La palabra «islamofobia» todavía no está recogida por la RAE aunque sí lo están otros términos como «hispanofobia» o «anglofobia», con mucho menor peso en nuestra sociedad. A pesar de esta circunstancia, que algunos estudiosos consideran una manera de negar una realidad incómoda, la RAE considera que el vocablo está bien utilizado y niega una intencionalidad cultural: «Las palabras derivadas y compuestas no siempre se recogen con artículo propio en el Diccionario académico, pero su significado es claramente deducible a partir de los elementos que las constituyen. El hecho de que una palabra no esté recogida, como tal, en el DRAE no supone necesariamente que no exista o que no sea correcta. En este caso, «islamofobia» es una voz totalmente normativa, impecable desde el punto de vista morfológico y con suficiente difusión y consolidación más que acreditada».
Sin embargo, Luz Gómez García, profesora de Estudios Árabes e Islámicos, explica a La Marea el peso de la desidia institucional en lo que respecta a la negación de nuestro legado islámico, lo que fomenta el desconocimiento de la cultura musulmana. Para Gómez, ello se debe al sustrato del nacionalismo católico, que ignoraba la importancia del islam en nuestra historia y lo presentaba como un enemigo, y a la importancia que la RAE da, a la hora de implementar nuevo léxico, al terrorismo y los conflictos geopolíticos ignorando por completo el diálogo entre culturas que se da en España con la inmigración, y la influencia en nuestro país de los orígenes andalusíes.
Esta experta destaca que uno de los mayores problemas es la prioridad que la RAE otorga a la prensa y al debate en la opinión publicada frente al uso cotidiano del lenguaje en la sociedad. Esto incide directamente en la inclusión de términos con una alta carga peyorativa o que sólo tienen que ver con la visión integrista del islam, como por ejemplo yihadismo, ayatolá o mulá. Para ejemplificarlo, la arabista reflexiona sobre el término fundamentalismo, que hoy se asocia casi en exclusiva con el islamismo cuando no se le añade algún adjetivo. Sin embargo, su verdadero origen nace con otro tipo de movimientos en el siglo XX.
Escribía Luz Gómez en El País: «La islamofobia del siglo XXI es ante todo un fenómeno intelectual de tipo mediático, en el que escritores, sociólogos, profesores, periodistas o políticos reivindican el derecho a liderar un combate universal y mesiánico para erradicar todas las formas de oscurantismo del planeta, a cuya cabeza sitúan el islam».
Lo cierto es que el mal uso de las palabras relacionadas con el islam es una de las herramientas más poderosas que el discurso dominante de las élites tiene para construir un relato racista hegemónico. En su artículo El racismo de la élite, el lingüista Theum Van Dijk enarbola una caracterización de un mensaje mayoritario en la sociedad que atribuye a la clase obrera un sentimiento racista mayor que el que poseen las clases acomodadas y las élites dominantes. Según el catedrático, no hay más racismo en unas clases sociales que en otras, sino que las élites «expresarán prejuicios y discriminaciones étnicas lo mismo que otros grupos sociales». El relato mayoritario de que las clases acomodadas son menos racistas que las populares existe porque disponen de infinidad de medios para «transferir, excusar, disimular o evitar» los conflictos con otras etnias y culturas.
Estas oligarquías tienen la capacidad para instaurar el relato de que la clase obrera es racista –y la suya, no– mediante el control de los mass media. Además, su estatus socioeconómico les permite no competir por dinero con otras razas. La competencia por unos bienes escasos entre etnias y culturas sólo es patrimonio de la clase obrera, que carece de capacidad y medios para buscarse nuevos recursos y debe repartir el espacio educativo, sanitario y residencial con otras etnias que comparten su escaso nivel adquisitivo.
Según Van Dijk, las élites transfieren sus propios prejuicios racistas a la clase obrera porque los prejuicios étnicos son valorados negativamente por las normas dominantes. De esta manera, proporciona a la clase dominada la «teoría del chivo expiatorio», que explica la precariedad de las condiciones de vida de la clase obrera culpabilizando a obreros de otras etnias. El racismo de las élites es más sutil e ignorado de manera habitual por los medios de comunicación. Van Dijk sostiene que las élites disimulan sus prejuicios racistas, como la discriminación en la contratación o del alquiler, en rutinas socialmente aceptadas. Además, poseen los medios necesarios para no confrontarse con otras etnias: acuden a la educación y la sanidad privada, y viven en barrios con porcentajes de inmigración inexistentes o irrelevantes.