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Labios como espadas (en defensa de la cultura)
"Todo sea por la defensa de la cultura y la libertad. La guerra mató a las dos. Y hubo que conquistarlas durante la dictadura. Ahora vuelven a estar en peligro. Y habrá que empuñar los labios y la pluma para defenderlas".
MADRID// Decía Bakunin que “la libertad no se hereda, se conquista”. Y no hay libertad sin cultura, ni cultura sin libertad. Por eso André Malraux completó la ecuación diciendo que “la cultura no se hereda, se conquista”. Su coherencia vital le llevó a participar en el Congreso de Intelectuales Antifascistas o a comprar una escuadrilla de aviones que protegió casi en solitario el sangriento éxodo de civiles tras la caída de Málaga. Todo sea por la defensa de la cultura y la libertad. La guerra mató a las dos. Y hubo que conquistarlas durante la dictadura. Ahora vuelven a estar en peligro. Y habrá que empuñar los labios y la pluma para defenderlas.
La derecha nacionalcatólica empuñó su mayoría absoluta para aprobar el pago prioritario de la deuda militar. La misma derecha que recorta en medicinas y camas de hospital, se gasta nuestro dinero en cazas y bombarderos. La misma derecha que recorta en profesores y becas, se gasta nuestro dinero en blindados y metralla. La misma derecha que ha propiciado el mayor escándalo inmobiliario de la historia a favor de la jerarquía católica, se gasta el dinero que nosotros sí declaramos y tributamos en mantener las colonias militares en nuestro suelo y maniobras de guerra en nuestras aguas. André Malreaux gastó su dinero en aviones para defender la cultura y la libertad. Y el gobierno central se gasta el nuestro en aviones para acabar con ellas. Por eso ya va siendo hora de que los intelectuales utilicen sus columnas como Durruti, y que cada una de sus palabras sea una bala pacífica que se instale en nuestras conciencias. Aunque sólo sea para defender egoístamente sus intereses, que son los nuestros.
Este gobierno que parece perpetuarse por la incompetencia y el cainismo de la izquierda, cometió un liberticidio con las infames reformas del Código Penal, y un culturicidio con la reforma fiscal que elevó el IVA del tipo reducido al máximo. Esto no sólo supone la condena a muerte de la pequeña industria cultural, de artesanos y artistas que apenas podían darse de alta unos días al año, de músicos, pintoras o titiriteros que ya estaban lo suficientemente jodidos con los recortes presupuestarios de las administraciones públicas… El daño es a nosotros. A nuestros hijos e hijas. Porque los periódicos, los libros y los discos no se comen pero daban de comer. Y puestos a elegir entre el estómago y el cerebro, el instinto no duda. Pero lo cierto es que, como decía Emilio Lledó, un pueblo inculto sólo genera miseria. Y el hambre de cultura es la que nos condena al hambre de pan y no a la inversa.
De ahí que reconozca la valentía de los intelectuales que alzan su voz, de la misma manera que condeno el silencio cobarde de quienes se lo llaman a sí mismos sin serlo. Intelectual y compromiso son vena y sangre. El problema es que hay sangre en bolsas y venas por las que parece correr lejía. El término “intellectuel” se utilizó por primera vez para designar a quienes exigieron la revisión del proceso Dreyfus, a raíz del famoso artículo de Émile Zola J’acusse. Durante el siglo XX, los intelectuales manifestaron su compromiso político contra el fascismo, la descolonización, defendiendo las minorías, el feminismo… Hoy, salvo contadas y “malditas” excepciones, se llama intelectual a quien no asume más compromiso que opinar periódicamente siguiendo la línea del medio que le permite alimentar su ego. Muchos podrían caminar horas bajo una tormenta sin paraguas y sin mojarse. Su misión se limita a criticar al opuesto. Jamás muerden la mano que les da de comer. Y hacen bien. Les irá fenomenal en la vida. Pero no son intelectuales.
Reconozcamos también que quienes sí lo son y ejercen como tales apenas consiguen influir en la ciudadanía. Los más arrojados emplean las espadas como labios. El resto, ni eso. Se entretienen en golpearse entre sí en una sarta de peleas incestuosas que no interesan a nadie. Ni a ellos siquiera. Me asombra y me asusta que la valentía política de muchos pensadores actuales sobrevenga a los 90 años. Que pocos se atrevan a opinar con metralla por temor a perder su tribuna pública. Que muchos hayan olvidado o ignoren para qué escriben. Yo escribo y actúo para cambiar el mundo. Soy un iluso. Un nadie. Lo sé. Pero coincido con Orwell en que no puede llamarse escritor quien no persiga alcanzar una finalidad política con su obra. Él empuñó un fusil. A nosotros nos toca empuñar la vida.
Porque no basta con la palabra. Pero empecemos por ella. El intelectual contemporáneo tiene que hablar y actuar. Convertirse al activismo y llevar a la práctica lo que escribe. No sé quien dijo que la mejor educación era el ejemplo. Así es. Esta sociedad anestesiada necesita de un revulsivo ideológico. Y necesitamos la palabra aunque no baste con ella. Creo con sinceridad que los intelectuales nos hemos convertido en los peores cómplices de esta mal llamada “sociedad de la información”, de este monstruo que desinforma a fuerza de vomitar opiniones. Nos hemos degradado en simples alimentadores del ruido de fondo. El ciudadano inteligente nos rehuye como la peste y termina fabricándose su propia verdad, infinitamente menos estereotipada que la nuestra. ¿Y así queremos cambiar algo? Así es imposible. Hoy ya no sirven los cauces literarios de siglos pasados. No basta con la palabra porque la mayoría de las veces nos sobra. Lo que necesita esta sociedad son ejemplos. Hechos. Acciones. Para mí es mucho más “intelectual” quien se deja la vida por los demás, que quien piensa por escrito para sí mismo. Los tiempos han cambiado y es lógico que también cambien los mecanismos para influir en las conciencias. Es urgente hilvanarlas al corazón para elevarlas a la categoría de movimientos colectivos. Sigo creyendo y confiando en que esta tarea corresponde a los intelectuales. Pero me temo que no así. Utilicemos los labios como espadas. Y salgamos a conquistar la cultura y la libertad que nos han robado.