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Podemismo ilustrado: todo para la gente pero sin la gente

Las cúpulas de Podemos pueden desangrar el proyecto perdiendo el tiempo en sus luchas egoístas dándoles una pátina de debate político o empezar a pensar en lo que decían venir a hacer a la política.

“Seducir, abusar por el juego de las apariencias”, Guilles Lipovetsky

MADRID// Es un mantra habitual en Podemos decir que han venido para ser diferentes, para hacer de la política un ítem nuevo que difiere de lo actual. El cruce de mensajes que estos días se han enviado de forma pública es bastante conocido no sólo en las formas, sino también en el fondo. El debate gongorizado en redes sociales que va dirigido sólo a una élite con altos conocimientos académicos sobre la seducción no sólo no es nuevo sino que es un síntoma de lo peor de la sociedad individualizada contemporánea. La seducción es la relación social dominante y el principio de organización global de las sociedades de la abundancia, decía Lipovetsky en su ensayo La era del vacío.

La política que busca seducirte es una política de consumo, aquella que adquieres porque te parece atractiva y a la que acudes de forma impulsiva pero que desechas en cuanto usas dos veces porque deja de darte todo aquello que necesitas. La seducción en política es lo que Lipovetsky llamaba el “nuevo poder del engaño”. Sumarse al funcionamiento del sistema que intentas desplazar es para Podemos una aceptación de su normalidad. Las relaciones de seducción son las que predominan en la sociedad actual, las hijas del “individualismo hedonista”, como sostiene Lipovetsky. Basar tus objetivos en la seducción significa hacer de la política un artículo más de la sociedad de consumo. Es decir, convertir a Podemos en un elemento más que asegure la preponderancia del pensamiento hegemónico capitalista.

Todas las disputas que existen en Podemos tienen como punto principal la seducción de la gente en unas próximas elecciones, sin tener en consideración lo que pueden hacer con sus muchos apoyos electorales para mejorar, ahora, de forma concreta las condiciones materiales de la gente a la que dicen representar. Parecen no valerles los apoyos conseguidos hasta el momento, porque necesitan más, lo necesitan todo. Seducir para ganar por mayoría, sin pensar en lo que pueden hacer con todos aquellos a los que ya sedujeron con su propuesta y que les han votado, ya, hoy, para que cambien las cosas con el poco poder que puedan tener. El espíritu de tutela que se esconde tras la táctica de seducción deja entrever un podemismo ilustrado, todo para la gente pero sin la gente.

Lo decía Juan Carlos Monedero en una entrevista en El País, es también una lucha de poder. No hacía falta un reconocimiento explícito de algo tan evidente. Que es una lucha de poder por el control de Madrid lo saben en los círculos, lo saben todos aquellos militantes que asisten con incomprensión a los bandazos de muchos de los dirigentes o las caras visibles yendo del errejonismo al pablismo o a la inversa con el único interés de asegurarse una posición predominante en el partido. La lucha interna que se está sucediendo en Madrid tiene como objetivo controlar Podemos. Porque Podemos es lo que es su cúpula en Madrid. El partido nació en Madrid nutriéndose del activismo y la militancia que vació muchos de los movimientos sociales donde se habían larvado relaciones de amistad y cercanía, y también de desconfianza. La conformación de Podemos y su esencia está basada en una minoría endogámica surgida de afectos y relaciones personales. Una organización interna que está mutando por los egos y ambiciones que esos hilos afectivos provocan mientras se usa para excusar ese pálpito humano tan mundano, las estrategias y debates políticos, que también existen.

La constatación en la militancia activa de que la batalla de Madrid más que una estrategia discursiva sobre moderación o radicalidad, Coldplay o The Boss, es una simple lucha sobre el liderazgo orgánico se puede ejemplificar en dos figuras secundarias, Emilio Delgado y Miguel Vila. Dos miembros más desconocidos pero que fueron los que provocaron la ruptura interna en Madrid y que acabó con la destitución del secretario de Organización Sergio Pascual. Delgado y Vila eran antagónicos en su forma de trabajar y considerar la organización, en cómo relacionarse con los círculos, en cómo presentar ante la opinión pública a su organización. Delgado era errejonista y Vila pablista. Sus discrepancias acabaron con la ruptura en noviembre pero ahora comparten el proyecto Podemos Adelante bajo el paraguas de Tania Sánchez y Rita Maestre. Delgado no se ha movido, aunque Tania Sánchez y Miguel Vila no han dejado de hacerlo para ocupar las mayores cuotas de poder posibles y no han escatimado en alianzas con los que antes combatían internamente. Esas uniones antinaturales e incoherentes desconciertan a los que tienen que posicionarse para saber qué es mejor para la organización en la que creen y en la que trabajan de forma desinteresada. Una militancia que sólo puede tomar parte por uno u otro proyecto con lo que escudriña en los medios de comunicación antes que con lo que la organización traslada a las bases, que sólo busca de ellas adhesiones inquebrantables a proyectos ya conformados con documentos ya configurados.

Esos sentimientos personales de afecto, emoción, desconfianza y, sobre todo, las ambiciones de poder son los que contaminan el debate político y están afectando a los círculos que asisten desconcertados a la conformación de grupos contrarios a la naturaleza de esa estrategia política que decían defender. La etiqueta de errejonista y pablista, ya sea correcta, acertada, errada o con pocos matices ha calado en una manera de ver el devenir político del futuro de Podemos. No sólo desde fuera para comprender el partido, sino desde dentro de la organización, en el corazón de la militancia, para poder orientarse entre tanto discurso críptico y veleidades llenas de testosterona. Las cúpulas de Podemos pueden desangrar el proyecto perdiendo el tiempo en sus luchas egoístas dándoles una pátina de debate político o empezar a pensar en lo que decían venir a hacer a la política. Se trata de elegir, pero no entre Errejón e Iglesias. La élite de Podemos tiene que elegir si da prioridad a sus ambiciones o a las necesidades urgentes de la gente.

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