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“Hago autostop. No soy prostituta ni ladrona”
Tras el dossier ‘A mi bola’, numerosas mujeres se han puesto en contacto con ‘La Marea’ para publicar sus experiencias y sensaciones viajando solas. Carmen nos cuenta sus viajes en autostop.
Aquí puedes leer el dossier completo ‘A mi bola’
Hace unos tres años que me salí de la rueda capitalista, dejé mi trabajo de cuidadora en Inglaterra y comencé a viajar sola. Al principio me dedicaba a hacer trabajos por intercambio de alojamiento y comida en sitios muy bellos -Canarias, Mallorca, la Toscana…- a los que iba en avión o barco, pero hace casi dos años que la mayor parte del tiempo viajo con mi tienda de campaña en autostop, acampando en la medida de lo posible en la naturaleza. Últimamente he viajado con mi pareja, que también es mujer y viajera empedernida, con lo cual tenemos muchas historias para contar.
La historia más sexista que he vivido fue en mi primer viaje sola en autostop, venía de Hungría y en Croacia tomé un barco a Italia. No tuve ningún problema para llegar a Italia, incluso hice 500 kilómetros con un camionero bosnio y dormí en su cabina sin que tuviera ninguna intención sexual (era joven y casado), aunque si noté la presión sexual de sus compañeros que me miraban como si fuera una prostituta. Pero al llegar a Italia, el maravilloso mundo del autostop que se me había abierto con los camioneros se me cayó al suelo.
En una estación de servicio en la autopista, al querer preguntar a los camioneros aparcados si alguien iba a Pescara, el primer camionero me dijo: «Si, pero dopo scoppiamo». ¿Qué? Yo no hablaba italiano y me hizo señas gráficas con sus manos del acto sexual. Así que la primera palabra que aprendí en Italia, fue el verbo scopare (significa «barrer», pero vulgarmente «follar») . Yo lo mandé a la mierda también con mis manos y me fui cerca del restaurante buscando a una familia que me llevara.
Se me acercó otro camionero que, por su olor, ya debería haber sabido que era un cerdo (no quise seguir mi intuición) y me dijo que me llevaba a Pescara, pero a las cinco de la mañana porque tenía que descansar. Como no tenía muchas opciones, accedí, aunque previamente le había explicado mi experiencia anterior y le dije que esperaba que se comportara. Él me juró que no intentaría nada y me invitó a cenar. Yo estaba muerta de hambre y de cansancio. Qué inocente era…
Enseguida se puso a hablar de temas sexuales. Yo le dije que era lesbiana y hasta se empeoró la situación, preguntándome cómo hacíamos el amor las mujeres, de forma muy desagradable. Mi mochila estaba atrás (grave error) y no tenía muchas opciones para escapar, así que intenté no perder la calma y me dedicaba a distraerlo hablando de otras cosas que no fueran sexuales, hasta cantamos el Bella Ciao. A la hora de dormir, le obligué a que desalojara la cama de arriba pues quería que durmiéramos juntos, y yo me hacía la dormida pero estaba de los nervios. Cada media hora se levantaba y decía: Scoppiamo? También tenía la curiosa paranoia de que le iba a robar. Yo le dije medio en broma medio en serio que no se pasara, que tenía un cuchillo (no era verdad) y él me dijo que también tenía uno. En algún momento lo escuché masturbarse, y pensé: Hallelujah! Me va a dejar en paz. Pero ni mucho menos. No paraba de hablar y decir cosas que yo no entendía en ese momento pero que ahora sí, como que era una niña mala, o que si tenía las tetas pequeñas. A las 5 de la mañana, cuando íbamos a salir, me agarró e intentó besarme, de hecho me rozó los labios, qué asco, y ahí me planté y le dije con toda la mala leche que pude: ¡Basta! Me voy. Entonces me dejó tranquila. Al llegar a Pescara me invitó a un café que yo acepté con desidia y al irse me dijo que era muy valiente, sei molto brava! Qué stronzo.
A las 7 de la mañana seguía haciendo autostop sin suerte (me enteré ahí mismo que en Italia está prohibido en las autopistas), entablé conversación con un camionero joven que iba al sur (yo iba a Roma) y hasta intercambiamos el Facebook. Pero taché su nombre porque al contarle lo que me había pasado dijo: Qué listo, por lo menos tendría que haberte ofrecido 20 euros.
Ah, ¿sí?, le contesté. Mi dignidad vale más de 20 euros. Después de eso me insinuó la posibilidad de pagarme por sexo. Yo me quería matar. Así que conseguí que una pareja me sacara de la autopista y tomé un tren a Roma donde me esperaba un amigo. No he vuelto a hacer autostop sola de larga distancia hasta esta pasada semana, en España, donde me puse un cartel que además de poner Barcelona decía entre otras cosas: no soy prostituta ni ladrona.
Me fue bien, aunque uno de ellos era bastante sexual pero conseguimos entendernos al final. Ahora quiero ir a los Alpes en autostop, si no encuentro compañera, también sola. Pero confío más en mi intuición y mi experiencia. Cuando pase por Italia me colaré en el tren, lo siento.
Carmen López, 30 años, se dedica a ser feliz.