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La sublimación del rajoyismo desarbola a Ciudadanos
Rajoy desquicia mientras permanece enhiesto e imperturbable a la ansiedad de los que lo observan. Un genio involuntario del pulso negociador, doblega sin pretenderlo, Rajoy prevalece con la simple y poderosa fuerza de su ambigüedad cansina y del estupor extraño.
MADRID// La rueda de prensa que Mariano Rajoy realizó el miércoles tras la reunión de la ejecutiva nacional del PP fue la sublimación excelsa del rajoyismo. El presidente del PP ha laminado a Albert Rivera no haciendo nada, simplemente siendo y estando. Rajoy ha utilizado las ganas de protagonismo y las prisas del líder de Ciudadanos por presentarse como estadista para, en un ejercicio maravilloso de judo político, hacerle una llave que ninguneara con maestría la propuesta de Ciudadanos y tumbarlos en el tartán de la opinión pública aceptando negociar con Rivera sin ni siquiera mencionar las condiciones innegociables que el partido naranja había puesto sobre la mesa.
Rajoy se presentó tras la reunión con Rivera la pasada semana ante la prensa diciendo que tenía que consultar ante la ejecutiva nacional las condiciones de Ciudadanos para adoptar una decisión colegiada. A pesar de las prisas que el PP afirma que existen para formar gobierno, se pospuso la toma de la decisión y Rajoy se marchó a Sanxenxo. Una semana después, el presidente en funciones compareció en rueda de prensa para decir que le autorizan a negociar con Ciudadanos pero que de las condiciones mínimas exigidas por Ciudadanos Rajoy afirmó que «no hemos dicho una sola palabra”.
Rivera se rindió gratis hace una semana, las seis condiciones eran completamente inocuas, asumibles, realizables sin el PP, o irrealizables con la simple participación de los dos partidos. La grandilocuencia de sus declaraciones absolutas no tarda en ser corregida por ellos mismos sin que apenas se les tuerza el brazo: pasan del no a la abstención sin que nadie se lo pida, y de la abstención al sí por el simple premio de un poco de protagonismo en una rueda de prensa y unas cuantas portadas. Albert Rivera necesita ser el foco, y para lograrlo no se hace de rogar a Rajoy. Sin que el PP se lo haya demandado con mucho énfasis la opinión pública ya ha amortizado que votarán sí al actual presidente en funciones. Mariano lo sabe, y por eso se permite el placer de despreciar a Rivera con una desfachatez grotesca, consciente de que Ciudadanos tiene muy difícil echarse atrás después de haber sido el soldadito obediente del IBEX y de Cebrián con su discurso de responsabilidad de Estado y su pose de alumno de gurú del coaching.
Rajoy hace política como pasea por las mañanas. Paso firme y decidido, sin correr pero que parezca esforzado y trabajado. Lento pero constante, inasequible al desaliento, sin dejarse influir por los ritmos ajenos que le exigen una zancada más dinámica y siendo él el que contagia con su tranco tardo, calmoso, la cadencia de los otros. Rajoy desquicia mientras permanece enhiesto e imperturbable a la ansiedad de quienes le observan. Un genio involuntario del pulso negociador, doblega sin pretenderlo. Rajoy prevalece con la simple y poderosa fuerza de su ambigüedad cansina y del estupor que provoca. Cada gesto de extrañeza sincera que se asomaba en el rostro de Rajoy cuando escuchaba las preguntas de los periodistas que no daban crédito a su comparecencia era la descripción gráfica de la sublimación del rajoyismo. La incomprensión mutua entre Rajoy y el resto es la herramienta de su estrategia. Nosotros intentamos escrutar lo que piensa y quiere, cómo actúa, y cuál es su objetivo. Pero a Rajoy no le importa nuestra incomprensión y, mientras, sigue caminando. Sosegado pero sin languidez, constante, eliminando adversarios.