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Jersey: de base vikinga a paraíso fiscal

La isla de Jersey está vinculada a la Commonwealth y, desde el siglo pasado, gracias a su autogobierno y sus ventajas fiscales, comenzó a atraer a los británicos adinerados.

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Su extensión no llega a los 120 kilómetros cuadrados y su censo ni siquiera alcanza los 100.000 habitantes, pero cuenta con una de las rentas per cápita más altas del mundo (57.000 dólares por persona) –por delante de todas las grandes economías desarrolladas–. Vinculada desde la Edad Media a la Corona británica, este territorio de la Commonwealth es uno de los mayores paraísos fiscales del mundo, un lugar que desde hace décadas atrae a grandes fortunas de distintas procedencias gracias a  su opacidad financiera y a una política fiscal más que laxa que hace las delicias de bancos, fondos de inversión y demás negocios millonarios.

Fue a principios del siglo XX cuando la isla de Jersey comenzó a despertar el interés de los primeros residentes fiscales del Reino Unido, pero su origen se remonta al Imperio romano. Su situación estratégica en el Canal de la Mancha propició la ocupación de los vikingos en el siglo IX, quienes cambiaron el nombre original de Angia a la actual denominación de Jersey en la Edad Media. En 1204, el rey Juan de Inglaterra perdió el ducado de Normandía a favor de los franceses, con la excepción de las diminutas islas del Canal, los territorios alejados de la tierra firme, off shore en inglés.

Desde entonces y hasta hoy, Jersey ha sido una colonia de la Corona, es decir, pertenece directamente al monarca británico pero no forma parte del Reino Unido. No obstante, la pequeña isla del Atlántico fue una pieza codiciada y muy disputada en las infinitas guerras entre Inglaterra y Francia, con incumplimiento incluido de una bula papal que exigía su neutralidad. Dos siglos después, durante la Guerra Civil inglesa, Jersey apoyó al rey, pero fue ocupada por las fuerzas de Oliver Cromwell. Cuando Carlos II recuperó el trono agradeció el apoyo al gobierno de Jersey y le regaló una parte de las colonias americanas cerca de Nueva York, que se convertirían en Nueva Jersey.

Gracias a su importancia estratégica, Jersey fue consiguiendo importantes privilegios y garantías de autogobierno. En el siglo XVIII, vivió un importante auge de la industria textil gracias a un sofisticado método de tejer, que incluso dio lugar al nombre de una prenda, el jersey. Un siglo más tarde, la producción de sidra y los astilleros tomaron el relevo de la fabricación de jerseys como motor económico.

Con la entrada del siglo XX, la isla empezó a beneficiarse se su peculiar autogobierno al margen de la legislación británica. El Impuesto sobre la Renta fue introducido en 1928, con una módica tasa del 2,5%. El reclamo atrajo a los británicos más adinerados, y prosiguió tras la Segunda Guerra Mundial, cuando muchas fortunas comenzaron a tributar en Jersey ante la ausencia de un Impuesto de Sucesión. Nada que ver con Reino Unido, donde había que tributar el 80% de la herencia a partir de un millón de libras. Los bancos de la City pronto siguieron a sus clientes acaudalados y abrieron sucursales en la isla. El gobierno y los financieros se dieron cuenta de las enormes oportunidades que permitía el estatus especial de la colonia para convertirse en un centro offshore, cuya opacidad empezó a atraer a inversores de todo el mundo, tanto empresas como individuos que, por un motivo u otro, quieren ocultar la identidad del dinero. Y así, este territorio minúsculo mantiene su importancia estratégica en el tablero global hasta hoy.

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