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Filósofos contra la corrupción: “Tener un Estado decente es un derecho humano central”

Frans Geraedts es socio fundador de Governance & Integrity, una pequeña empresa que lleva más de 20 años trabajando por la democracia y la integridad de los servicios públicos en Holanda, Bélgica, el área del Caribe y Ucrania, entre otros lugares.

Esta entrevista está incluida en #LaMarea39

«Las agencias internacionales buscan recetas rápidas y uniformes a los problemas de corrupción: purgas masivas, políticas de tolerancia cero, penas más duras. Pero las soluciones generales no existen. La corrupción es diferente en todas partes y exige métodos hechos a medida para cada caso. No funciona de la misma manera en Grecia que en Ucrania, pero incluso en Ucrania no opera del mismo modo en la policía de tráfico que en la agencia tributaria o en los ayuntamientos».

Habla Frans Geraedts (Holanda, 1956), filósofo y socio fundador de Governance & Integrity (Gobernanza e Integridad, www.gi-nederland.com), una pequeña empresa que lleva más de 20 años trabajando por la democracia y la integridad de los servicios públicos en Holanda, Bélgica, el área del Caribe y Ucrania, entre otros lugares. A Geraedts y los otros dos fundadores, Ruud Meij y Leonard de Jong, también filósofos, les mueve la convicción de que todos los ciudadanos del mundo se merecen un Estado honesto y eficaz. «Disponer de un Estado decente es un derecho humano central», dice Geraedts. «Al fin y al cabo, sin un buen funcionamiento del Estado sus ciudadanos difícilmente pueden hacer valer todos sus demás derechos».

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El filósofo Frans Geraedts.

La empresa de los tres pensadores, que cuenta con casi 20 empleados, combina una actitud idealista —son hijos de los años 1970— con un pragmatismo feroz. Por un lado, creen que el cambio siempre es posible y que incluso los Estados más corruptos pueden transformarse con tal de que haya una voluntad colectiva en ese sentido. Por otro, saben que esa labor de transformación exige un gran esfuerzo, una amplia inversión de recursos y, sobre todo, un profundo conocimiento de las circunstancias e historia locales, del funcionamiento de las organizaciones y de la naturaleza humana.

Su método de trabajo es lento y detallado. Operan a ras de suelo, empezando por los individuos —funcionarios, políticos, concejales—, a los que reúnen en pequeños talleres para que hablen de su experiencia diaria y aprendan a analizarla desde un punto de visto moral: ¿qué decisiones toman?, ¿cómo llegan a ellas?, ¿son moralmente buenas o malas?, ¿cómo se pueden mejorar? Al mismo tiempo que inician este proceso de concienciación, los filósofos trabajan con organizaciones y autoridades locales para implementar sólidas estructuras de prevención y penalización.

Parece que les mueve una fe en la bondad del ser humano. O al menos, en su potencial para el razonamiento moral.

Supongo que sí. Pero además nuestra experiencia nos ha demostrado que tenemos razón. Hemos comprobado que todo el mundo, sea basurero o concejal, tiene la capacidad de evaluar sus propias decisiones desde un punto de vista moral. En los años 90 comenzamos trabajando en cuestiones de integridad en la agencia tributaria holandesa. Desde entonces hemos colaborado con gobiernos locales y nacionales, el sistema educativo, la industria financiera, el sistema sanitario y partidos políticos. Llevamos más de 20 años haciendo un gran experimento, formulando y comprobando hipótesis. Lo que hemos aprendido en Holanda nos ha permitido diseñar soluciones para otros lugares, como Ucrania, donde llevamos una década trabajando en la ciudad de Lviv, o en Thessaloniki, en Grecia, donde todavía estamos en fase de exploración. ¿Por qué allí? Preferimos trabajar en ciudades de tamaño mediano que tengan una universidad con la que podamos colaborar. Después fundamos, con personal del lugar, una empresa y una ONG locales.

¿Cómo deciden adónde van? ¿Se les invita?

No, decidimos nosotros. Nos interesa trabajar en lugares donde haya una auténtica voluntad de cambio. En Grecia, por ejemplo, durante mucho tiempo el mal funcionamiento del Estado no les parecía importar demasiado a los propios griegos, incluso pensaban que les convenía. Esto ha cambiado con la crisis. Ahora muchos griegos están convencidos de que quieren un Estado menos corrupto. Así como en Ucrania, empiezan a entender que la corrupción no es un mal menor o inocente, sino que un Estado de baja integridad es también un Estado poco eficiente, lo cual daña el desarrollo de la nación entera.

¿Los aprendizajes de un país son aplicables a otro? Ucrania no sólo es más corrupta que Holanda, sino que tiene una cultura completamente diferente. También supongo que habrá ucranianos que simplemente no crean en la posibilidad de que las cosas puedan mejorar.

Claro. Para empezar, los servicios públicos en Holanda ya tienen un alto nivel de integridad. Es lo que llamamos una high trust society: por razones históricas hay niveles muy altos de confianza entre las personas, y entre los ciudadanos y el Estado. Por tanto nuestro trabajo aquí se ha limitado más bien a labores de mantenimiento. En Ucrania, la situación es completamente diferente. La confianza interpersonal e institucional es casi nula. Y hay muchos que no creen que la situación pueda mejorarse. Lo cual es completamente lógico si consideras la historia del país. En Ucrania se ha conservado la estructura del Estado soviético, profundamente centralista y vertical, pero ahora la controlan los oligarcas. Éstos compran a los políticos, a modo de inversión, con el fin de poder saquear el país impunemente. Mientras tanto, una ciudad como Lviv, en la Ucrania occidental, tiene una historia traumática de ocupaciones violentas y genocidios de mano de los estalinistas y de los nazis. Es normal que la gente no crea en la posibilidad de mejora. ¿Cómo se la convence, entonces? Demostrándolo en la práctica, a nivel local, para contrarrestar ese fatalismo que en el fondo es un déficit de imaginario político.

¿En qué sentido es un déficit de imaginario político?

Para la voluntad de cambio es muy importante que una población se pueda imaginar una democracia que funcione. Que eso les cueste a los ucranianos, sobre todo a los mayores, es normal. Dada su historia y el carácter rural de la cultura, durante mucho tiempo su imaginario político era más bien predemocrático y se limitaba a la idea del buen líder. En Grecia, nos estamos dando cuenta que el imaginario democrático tiene como referencia principal la democracia ateniense, o la imagen que los griegos actuales tienen de ella. Pero, claro, la democracia europea moderna no tiene nada que ver con Atenas.

¿Qué papel tiene el apoyo de gobiernos extranjeros y agencias internacionales?

En Ucrania es importante. Por razones geopolíticas ha habido mucho interés por mejorar el funcionamiento de la democracia allí. Pero las medidas que se proponen suelen ser muy generales: reglas más estrictas, una fiscalía independiente dedicada a la lucha contra la corrupción, expansión del cuerpo policial, implementar leyes de transparencia o crear organizaciones de la sociedad civil que puedan monitorear al Estado. Son todas medidas buenas y necesarias, pero no bastan. De por sí no cambiarán mucho. Y algunas de las propuestas pueden además resultar contraproducentes. Las purgas o los castigos ejemplares pueden hacer que todo el sistema funcionarial se te vuelva en contra. Lo importante es crear una auténtica voluntad de cambio, no sólo en la población o en los encargados de vigilar y castigar, sino en los propios funcionarios y políticos. La historia de los países europeos demuestra que la mejor garantía de la integridad del Estado a largo plazo es el ethos del funcionariado.

Un funcionario corrupto, ¿cómo va a querer cambiar un sistema que le rinde beneficios? ¿Qué incentivos se le puede ofrecer para limpiar su práctica?

Los incentivos funcionan muy bien para mejorar el rendimiento de una organización. Pero si hablamos de integridad, en el fondo no se pueden ofrecer otros incentivos que la integridad misma. Ésta tiene que ser su propia recompensa. No puedes premiar a un funcionario simplemente por hacer su deber. Eso sí, se puede apelar a la misión del funcionario, que es trabajar por el interés de la población. Partiendo de esa noción, los funcionarios son capaces de desarrollar una capacidad de razonamiento y evaluación moral. Donde hay mucha corrupción, los actos corruptos producen poca vergüenza. Pero sí pueden generar culpabilidad. Casi todos los funcionarios tienen una conciencia moral, aunque no todos se van a dejar guiar por ella.

También es importante crear una cultura en que discutan y evalúen los retos morales en el propio seno de la organización, lo que ayuda a establecer cultura de control y apoyo mutuos. Y desde luego es esencial que las violaciones se castiguen. Pero los castigos tienen que ser justos y proporcionales, y a ser posible tienen que implementarse dentro de la propia organización antes de que se involucre el derecho penal. Si no, es fácil que el cuerpo funcionarial se una contra la instancia disciplinaria. Nunca hay que olvidar que la corrupción es un sistema y que los sistemas, de por sí, harán todo lo posible por conservarse. Por fortuna, en todos los cuerpos funcionariales, incluso los más corruptos, siempre hay una minoría que está harta de la corrupción. Parece mentira, pero existe siempre. Y esa minoría se convierte en tu aliado.

En España, las medidas que se proponen para acabar con la corrupción política incluyen limitar el salario de los cargos electos, implementar una cultura de transparencia, ampliar los periodos de prescripción penal y reforzar la Fiscalía Anticorrupción para acabar con la impunidad.

Son casi todas medidas razonables y necesarias. Pero repito que no son suficientes si no se logra cambiar el propio ethos de la cultura política y de los cuerpos del Estado. Personalmente no creo que limitar el sueldo de los políticos sirva como medida anticorrupción, aunque entiendo su valor simbólico. De hecho, se puede argüir que políticos con sueldos bajos están más tentados de buscar otros ingresos.

¿Cuál es el mayor reto para países como España o Grecia, donde crece la voluntad de cambio al mismo tiempo que la corrupción está muy arraigada en todas las esferas sociales?

Uno de los grandes desafíos es aceptar que erradicar la corrupción lleva mucho tiempo. Claro que es posible lograr avances importantes en plazos relativamente breves. Pero los sistemas son muy resistentes. Si la corrupción está realmente arraigada, incluso con las mejores medidas y entrenamientos tarda una generación en desaparecer. Ahora bien, si no se asume este hecho básico, se crean expectativas falsas que a su vez generan decepciones altamente contraproducentes. Si se pierde la fe en la lucha contra la corrupción, se fomenta el fatalismo y se acaba deshaciendo todo el esfuerzo realizado.

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