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Egeria mola

Esta monja de alta cuna emprendió su viaje por Tierra Santa en el año 381. Otro mito que se desmonta si se escarba un poco en la 'herstory'.

El concepto de viaje ha cambiado mucho desde la antigüedad hasta nuestros días. Principalmente, en lo relativo a su duración. Pero eso no quiere decir que hace 10 o 15 siglos todo el mundo naciese y muriese en el mismo sitio. La gente se movía; también las mujeres, ya fuesen por hambrunas y guerras o por motivos más placenteros, como ferias y mercados o peregrinajes. ¿Veis? Otro mito que se desmonta si se escarba un poco en la herstory.

Por cierto, que otro día tenemos que hablar de las limitaciones y sesgos de la herstory. Y es que los nombres propios que logramos recuperar buceando en el olvido patriarcal suelen contarse entre las mujeres más privilegiadas de su tiempo: probablemente de clase acomodada, con acceso a la educación y cierto grado de poder. La interseccionalidad, siempre complejizando las cosas.

Este es totalmente el caso de Egeria, la primera peregrina de la que tenemos constancia. Se trataba de una monja del siglo IV y de altísima cuna. Aunque no se sabe mucho de ella, varias hipótesis apuntan a que estaba emparentada con Adriano, el emperador romano del momento, de origen hispano, al igual que ella. En concreto parece que era gallega o de El Bierzo; que viene a ser lo mismo.

Egeria (también llamada en algunos textos Eteria o Etheria) emprendió su viaje en el año 381. Sabemos que partió desde “la costa noroccidental de Hispania” hasta los Santos Lugares. Durante 3 o 4 años se dedicó a recorrer la Galia, Italia, Constantinopla, Jerusalén, Mesopotamia, Egipto, Antioquía, Siria… Más de 5.000 kilómetros y, a pesar de su riqueza, la mayor parte del camino lo recorrió a lomos de una mula, excepto las subidas a pie a escarpados montes, como el Sinaí. Eran otros viajes.

Aunque su motivación era aparentemente religiosa, el estilo fresco, directo y etnográfico del diario que escribió durante todo su peregrinaje revela una curiosidad insaciable por conocer el mundo, la gente y sus costumbres. El formato era el de cartas a sus sores de congregación, en las que relataba las anécdotas que iba viviendo, cual bloguera viajera del siglo IV. Es interesante el amor con el que se dirige a ellas, llamándolas “mis venerables señoras, mis hermanas, dueñas de mi alma, luz de mis ojos”. Aquí hay tema.

Egeria viajó en cierto sentido sola. Por supuesto, como dama aristócrata que era iba rodeada de una nutrida escolta y protegida con un potente salvoconducto. Pero no iba acompañada de ningún varón (padre, marido, abad) que pudiese ejercer autoridad sobre ella.

Además de en casas de postas, utilizaba como alojamiento iglesias y cenobios. Su fama precedía a su llegada y todos los hombres más respetados de la época salían a recibirla y a charlar con ella, y Egeria compartía encantada sus experiencias.

Pero, amigas, por un motivo que desconocemos, pasó de San Jerónimo. Si os habéis acercado últimamente al Museo del Prado, os acordaréis de quién es. Es ese doctor de la iglesia que se suele representar todo enjuto, medio desnudo, metido en una cueva, siempre escribiendo con una calavera y muchas veces con un león. Pues por aquel entonces estaba en Belén, en la cueva, eso sí, traduciendo la Biblia del hebreo y griego al latín. Sí, la famosa Vulgata. Egeria, insisto, no fue a visitarlo y San Jerónimo, muy santo él, se dedicó a despotricar contra ella, acusándola de frívola y attention whore.

Durante muchos siglos, la única alusión a esta mochilera avant-la-lettre fue una carta de san Valerio a los monjes del Bierzo. No fue hasta bien finales del siglo XIX cuando se descubrió su manuscrito en una abadía italiana; incompleto, desgraciadamente. El libro se conoce actualmente como Peregrinación o Itinerario. Además de ser uno de los primeros diarios de viaje, es una de las primeras obras escrita en latín vulgar ¡y por una mujer!

Sí, puede que fuese una pija de clase alta pero no hay duda de que Egeria, mola.

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