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Erdogan aprieta las tuercas
"La deriva autoritaria de Erdogan empezó ya hace un par de años y el fallido golpe de Estado ahora le propicia una gran oportunidad para perpetuarse en el poder".
Desde la misma noche de la sublevación militar fracasada en Turquía, se han sucedido protestas de repulsa a los golpistas que adoptan un tono peligrosamente revanchista. Un golpe de Estado en el continente europeo parecía inconcebible en el siglo XXI, incluso en Turquía, a pesar de su largo historial de asonadas militares y la inestabilidad de la zona. En principio, está bien que haya prevalecido el orden constitucional, pero las consecuencias de la sublevación están siendo nefastas; vista la ola de represión con la que ha contestado el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
Han sido detenidos 6.000 militares y 2.700 jueces, y destituidos 9.000 policías y varios altos cargos de la administración, así como 15.000 empleados de la educación pública. Salvo en el caso de los oficiales del ejército, no parece creíble la implicación directa ni indirecta en el golpe de toda esta gente. No cabe duda de que Erdogan, que lleva en el poder democráticamente elegido desde 2003, aprovecha la coyuntura para librarse de todas aquellas personas que considera contrarias a la causa de su partido conservador islámico AKP. Ha acusado a Fetullah Gülen, un muy influyente clérigo turco —y exaliado del presidente hace años— que ahora vive en EEUU, de estar detrás de la revuelta militar, cosa que éste niega.
Ahora el Gobierno turco se plantea reintroducir la pena de muerte, que fue abolida hace unos años. “El pueblo cree que estos terroristas deben morir”, argumentó Erdogan en una entrevista con la cadena CNN. Es el lenguaje típico de un líder autoritario, apropiándose de la supuesta voluntad del pueblo y calificando a todos los rivales políticos de terroristas. Otros autócratas del mundo también han justificado todo tipo de barbaridades en nombre de la lucha contra los supuestos terroristas.
Erdogan conoce bien la represión. El golpe militar de 1980 en Turquía acabó con el primer partido en el que militaba. En 1998, cuando era alcalde de Estambul, fue condenado a diez meses de cárcel por recitar un poema que, en opinión de las autoridades, incitaba al odio religioso. Efectivamente, Turquía estaba lejos de ser una democracia ya que el Ejército mantenía la tutela sobre la política. Una vez elegido primer ministro, Erdogan empezó a cortarles las alas a los militares. Por ello recibió el aplauso desde otras capitales europeas que consideraban la acción de AKP como un avance para la democracia en Turquía y un acercamiento a los principios de la Unión Europea.
Pero las cosas cambiaron. La deriva autoritaria de Erdogan empezó ya hace un par de años y el fallido golpe de Estado ahora le propicia una gran oportunidad para rematar el proyecto que perseguía de controlar todas las instituciones del Estado y perpetuarse en el poder. Europa tiene muchos intereses en Turquía, como la ola de refugiados o el control del terrorismo islamista en la zona. Los dirigentes europeos han sido demasiado tolerantes con el presidente turco hasta ahora y no parece que las airadas protestas contra la represión de estos días vayan a ir mucho más allá de las palabras.
Artículo publicado en El Heraldo (Colombia)