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¿Qué piden esas mujeres escondidas tras montañas de sábanas y toallas?
"Los magníficos diseñadores de interiores que llenan las estancias de cristales y materiales nobles no los van a limpiar, ni tampoco lo piensan", señala la autora.
Se mueven sigilosas por pasillos enmoquetados. Son discretas hasta en los saludos. Parapetadas detrás de montañas de sábanas y toallas realizan uno de los trabajos más duros que existen en un hotel. Son las camareras de piso o «Kellys«, como se las llama coloquialmente. Un sector tan maltratado por la reforma laboral que ha salido de su profesional silencio para protestar por la presión y las exigencias en una labor físicamente tan debilitante que las obliga a una jubilación demasiado temprana.
En todos los destinos turísticos han salido de su encierro para visibilizar el problema, las últimas lo hicieron en Ibiza en junio, concentrándose en la Plaza de la Paz. Piden que se reconozca el origen profesional de sus enfermedades. Muchas se levantan con un cóctel de analgésicos que repiten al acostarse. Sus sueldos ya no son lo que eran, antes podían ganar 1.200€ al mes, ahora no suben de la mitad y con un mínimo de habitaciones por jornada. Como si se tratara de unos juegos olímpicos, estas mujeres limpian cuartos de baño, reponen toallas, deshacen y hacen camas con un tiempo cronometrado. 22 habitaciones en 8 horas de trabajo suponen una media de tan sólo 20 minutos por habitación para dejarla impoluta. Y obviamente su maltratada espalda no resiste la misma velocidad en la primera parte de la carrera de dormitorios que en la última.
Nunca he conocido a un camarero de piso, no dudo que los haya, pero deben ser la inmensa minoría, al igual que las mujeres en la minería. En este sector la presencia masculina es residual. Es un trabajo femenino, lo ha sido siempre y no parece que vaya a cambiar la tendencia. Es un trabajo precario, está premeditadamente invisibilizado y es tremendamente duro. No es para hombres, ellos pueden aspirar a más en el mundo laboral. Además, la mujer parece que tiene un talento natural para limpiar y hacer camas. Cualquier trabajo que requiera cuidado y dedicación a los demás está hecho para nosotras.
No se mide el esfuerzo porque hemos nacido para ello. De ahí viene la reticencia a admitir las enfermedades de las camareras de piso como profesionales. Sería tanto como admitir que las mujeres no están especialmente diseñadas para aguantar esos esfuerzos tan poco masculinos. Sería reconocer que los hombres, ésos que nos llevan las bolsas para que nuestros frágiles cuerpos no transporten peso, ésos que creen que una mujer es inferior físicamente para ser estibadora o fontanera, ésos nos han encomendado una tarea de un esfuerzo físico extremo. El falso proteccionismo patriarcal no está preparado para asumir que lo que de forma natural nos pertenece y es nuestra obligación, en realidad, es un trabajo de hombres. Hombres que de hacerlo también sufrirían hernias discales, problemas de rótula o tremendos dolores de espalda.
Si se descuida la ergonomía en la mayoría de los trabajos en este caso habría que hablar de analfabetismo. Los magníficos diseñadores de interiores que llenan las estancias de cristales y materiales nobles no los van a limpiar, ni tampoco lo piensan. Ellos desde su ordenador con sus reposapiés, sus sillas elevables y su luz indirecta no piensan en las invisibles. Nadie se acuerda de ellas. Total, sólo limpian y hacen las camas, que es lo mismo que hacen en su casa. Ellas piden camas eléctricas y superficies más cómodas de limpiar, que se reconozca su realidad y se vigile su salud previniendo sus posibles dolencias. Seguro que algún memo las tachará de vagas. Uno que nunca estira ni una sábana y que teme darse cuenta de que su madre o su abuela realizan un esfuerzo físico cada vez que adecentan la casa para comodidad de su amado vástago.