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Desplazados, enfermedades y muerte: la realidad iraquí que confirma el informe Chilcot
Médicos Sin Fronteras alerta de la crisis humanitaria que vive Iraq, una situación que ratifica, una vez más, que la invasion fue un "error".
Hamid Khalaf Ahmed tiene 64 años. Es agricultor y padre de diez hijos. Cuando el Estado Islámico tomó el control de Ramadi, su ciudad natal, huyó con su familia a Al Malaab, una localidad cercana al norte de Bagdad (Iraq). Él dejó su pedacito de tierra y su mujer, la tienda que regentaba. Se instalaron en una casa que un primo acondicionó para ellos y vivieron allí durante unos meses. Cuando el Estado Islámico tomó Al Malaab, Hamid y los suyos tuvieron que huir de nuevo, esta vez en dirección a Abu Ghraib, al oeste de Bagdad. La única hija que decidió quedarse, Afaq, perdió a su marido y a otros ocho familiares en un ataque aéreo. Hamid y su familia siguen adelante en Abu Ghraib ayudados por los vecinos y organizaciones benéficas locales. Está traumatizado por la violencia de la que fue testigo y espera regresar a su casa y recuperar su tierra en Ramadi. «No tenemos lazos aquí en Bagdad. ¿Por qué debería quedarme? Allí tengo parientes, amigos y mi hermana. Yo preferiría volver a Ramadi», cuenta a Médicos Sin Fronteras (MSF).
Más de 3,3 millones de iraquíes viven desplazados por todo el país y las tensiones en las comunidades de acogida, que ya se encuentran en situación precaria, van en aumento. Además, el Kurdistán iraquí acoge a otros 250.000 refugiados que huyen de Siria. Es la realidad que vive Iraq, una crisis humanitaria, alimentada por el conflicto en el país vecino, que está arrasando sobre lo arrasado lo poco que queda tras años de violencia. Es la realidad que confirma la principal conclusión del informe Chilcot: la invasión fue un «error».
MSF pone más ejemplos de ese «error» del que el expresidente español José María Aznar asegura no tener ni idea. Mohamed Ahmed Wasmy tiene 13 años. Después de que el ISIS tomará el control de Mosul, huyó a Abu Ghraib. Allí no puede ir al colegio porque carece de identificación. La perdió en la huida. Mohamed padece una rara enfermedad que provoca niveles elevados de zinc en su sangre e impide que lleve una vida normal como cualquier otro niño de su edad. Regularmente, visita la clínica de MSF para recibir el tratamiento necesario sin el cual su salud se deterioraría. Su sueño es regresar a la escuela para aprender a leer, escribir y “a crecer”, como él mismo relata a la organización. Pero teme que volver a Mosul le impida acceder a los medicamentos necesarios para tratar su enfermedad.
«Se trata de familias que vivían en ciudades y pueblos y que lo perdieron todo. Muchos viven en edificios sin terminar, en escuelas, mezquitas o asentamientos improvisados, a menudo en condiciones precarias. Sobre todo en Abu Ghraib, vemos a personas que carecen de acceso a agua potable por unas instalaciones sanitarias deficientes y el hacinamiento en las viviendas. Estas condiciones se agravan por un verano terrible cuando las temperaturas alcanzan los 50 grados», describe el coordinador de proyecto de MSF en Abu Ghraib, Robert Onus, que destaca la escasez de actores humanitarios en la zona.
Según MSF, las necesidades humanitarias son más urgentes en las zonas que quedan fuera del Kurdistán iraquí, pero la respuesta internacional en estas áreas se ve obstaculizada por una situación de seguridad muy volátil en la que, además, los actores estatales se han centrado principalmente en la realización de intervenciones militares, en lugar de humanitarias, «lo que ha provocado que aún más civiles deban desplazarse desde zonas densamente pobladas».
La organización denuncia que en estas zonas retomadas por las fuerzas iraquíes, los desplazados están siendo alentados a regresar a sus hogares. Sin embargo, advierte MSF, la mayoría de las ciudades y pueblos han sufrido altos niveles de destrucción durante el conflicto y los servicios básicos están cubiertos solo parcialmente. La reconstrucción no ha empezado: «Para los desplazados que viven en zonas inestables, a menudo cerca de la línea de frente, el acceso a la asistencia sanitaria resulta cada vez más complicado. Viajar a través de áreas altamente militarizadas requiere un permiso y los hospitales de las áreas controladas por el Gobierno están cobrando a los pacientes para acceder a sus servicios. El resultado es que la atención queda fuera del alcance de personas que han perdido sus medios de vida, no pueden encontrar trabajo y han gastado sus ahorros».
Las familias que viven en los campos representan sólo el 15% de la población desplazada en general, según los datos de MSF. La mayoría de las personas viven en comunidades de acogida, ya sea con familiares o en casas sin terminar, en su mayoría de baja calidad. Estas comunidades también están siendo afectadas por la larga duración del conflicto: «Es el caso de Abu Ghraib, que ya tenía servicios de baja calidad antes de la reciente crisis y que hoy en día hace frente a un aumento masivo de la población tras la llegada de miles de familias de desplazados internos. Los equipos de MSF están viendo cada vez más residentes locales en las clínicas que no pueden permitirse el acceso a la atención médica desde que se ha introducido el cobro de la consulta en los hospitales«.
La falta de higiene y una dieta deficiente están afectando a personas que ya sufren patologías que, en condiciones normales, serían poco frecuentes y evitables, como las infecciones urinarias y de pecho, enfermedades cutáneas y anemia, informan desde el terreno los equipos médicos de MSF. «También vemos a pacientes que sufren de enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes y enfermedades del corazón que no pueden ir a consulta con su médico general o conseguir sus medicamentos -añade Onus-. En un contexto normal, atenderían sus patologías en el sistema nacional de salud, pero el conflicto no sólo ha forzado a la gente a huir de sus hogares, sino que también ha dejado varias instalaciones médicas dañadas o totalmente destruidas, o con escasez de personal». También han aumentado las necesidades en salud mental ante las pérdidas, experiencias traumáticas, el hacinamiento, la inseguridad y la falta de futuro.
«Bagdad está siendo gravemente golpeada por el conflicto. Las explosiones y tiroteos se suceden a diario y, de alguna manera, después de tanto tiempo la gente se ha vuelto insensible a la violencia. Por otro lado, a pesar de la tragedia que les rodea, la población mantiene su fe en la ciudad y se aferra a sus esperanzas para el futuro. Hay una gran capacidad de resiliencia, de sobreponerse a situaciones adversas, en esta ciudad. Es difícil imaginar las miles, millones de historias trágicas que las personas desplazadas podrían contar. Una gran parte de nuestro personal ha tenido que abandonar sus hogares», concluye Onus.