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El paciente cero de la piratería

Las patentes relacionadas con el MP3 hicieron millonarios a varios académicos, dato que conoce muy poca gente, subraya el autor

Las visiones románticas, acríticas o interesadas sobre el desarrollo de internet tienen los días contados. La bibliografía en castellano va aumentando con ensayos que nos descubren muchos aspectos que habían pasado desapercibidos hasta el momento. Uno de estos libros es el recientemente publicado por la editorial Contra Cómo dejamos de pagar la música, del periodista estadounidense Stephen Witt.

Si en el ensayo #Gorrones nos sorprendía la pulsión de grupos organizados en la Red por filtrar todo tipo de discos antes de que salgan al mercado, en Cómo dejamos de pagar la música se disecciona el origen y la explosiva extensión de esta subcultura y las funestas consecuencias para la industria del disco. En este ensayo se entrecruzan varias historias relacionadas con la difusión no autorizada de discos, protagonizadas por diversos personajes, con una trama que perfectamente hubiese servido para hacer una magnífica novela negra con trasfondo tecnológico. Pero todo lo que se cuenta es real y perfectamente documentado.

La llamada “piratería” no fue algo intrínseco a la arquitectura de la Red y la lectura de este libro muestra a las claras que la historia podría haber sido muy distinta. Es un contrapunto necesario a los numerosos y manidos retratos que se han hecho de internet, donde se ha llegado a un extraño consenso sobre lo “inevitable” de la gratuidad en los contenidos. De hecho, en uno de los momentos más desternillantes del libro el autor sintetiza las distintas visiones que se han tenido de los portales relacionados con la piratería:

El economista clásico veía que las ventajas de que el consumidor pudiera descargar de manera ilimitada superaban a los inconvenientes del costo […] y del riesgo de que te pillaran. El economista conductual veía a una base de usuarios acostumbrada a consumir música gratis y que habitualmente no tenía ninguna predisposición a pagar. El político teórico veía una base de disidentes activos que combatían el “segundo cercamiento de tierras comunales” e intentaba proteger internet del control corporativo. Los sociólogos veían gente aficionada a los cenáculos […].

Este libro nos hace recapacitar sobre a quién beneficia la manera en cómo se distribuye la música en la actualidad: las patentes relacionadas con el MP3 hicieron millonarios a varios académicos, dato que conoce muy poca gente. La propiedad industrial del MP3 hizo que la propiedad intelectual de las obras de los creadores musicales saltara por los aires, sin que hasta el momento se haya podido dar con una solución a la remuneración de los autores porque… aunque se alude en el libro, Spotify es parte del problema y no de la solución, aunque ilustres ex-piratas paguen por su tarifa Premium.

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